LAS MUJERES ERAN MANOS
POR SARA BABIKER
La violencia sexual
se ha convertido en un dispositivo fundamental de activación feminista en los
últimos tiempos. El caso de la Manada, la amplitud y replicabilidad del
fenómeno #MeeToo o las movilizaciones como respuesta a la violaciones sufridas
por las temporeras marroquíes en Huelva son muestra de ello.
Cada vez entendemos
mejor la dimensión patriarcal de estas violencias, siendo el acceso al cuerpo
de las mujeres una expresión de poder y dominación, pero también un mecanismo
de disciplinamiento ante aquellas que se adentran en espacios públicos que
otros varones consideran suyos. Pensar a las mujeres como “gordas” a las que
follarse, cosificar a actrices o compañeras de trabajo como cuerpos deseables
cuyo consumo confiere poder, o en las jornaleras como “moras” pobres y sumisas,
y por lo tanto disponibles, supone una base de deshumanización, de
objetualización y de instrumentalización de las mujeres que debe de ser
enérgicamente contestada. Porque la deshumanización no es una falla en el
pensamiento de los machos que violan, sea en oscuros portales, en hoteles de
cinco estrellas o en viviendas prefabricadas; la deshumanización es una parte
consustancial del capitalismo, por eso se basa en sistemas tan arraigados como
el machismo y el racismo. Por eso, el Estado reproduce sus lógicas.
El régimen de
inmigración temporal, por el cual las jornaleras marroquíes vienen ocupándose
desde 2005 de la recogida de la fresa en Huelva, permite que estas mujeres,
para ser contratadas, deban dejar su humanidad en la frontera, desligadas de su
red y de su entorno, atada su supervivencia a quienes las contratan, pasan a
tener valor solo por su instrumentalidad, su capacidad de producir. En los años
en los que empezaron a aplicarse estas políticas entre España y Marruecos, en
plena paranoia inmigratoria, los llamamientos a la regulación de los flujos
migratorios era una constante en los discursos.
Para ordenar la
entrada al país de extranjeros, los contratos en origen se vendían como lo más
apropiado y racional. En el caso onubense, antes del convenio, varones
marroquíes y subsaharianos se ocuparon de la recogida de la fresa, considerados
demasiado rebeldes y problemáticos, fueron sustituidos primero por europeas del
Este, que al devenir comunitarias, fueron relevadas por contingentes de mujeres
marroquíes. Los empresarios necesitaban mano de obra que se ajustase a sus
necesidades y el Gobierno se la concedió. El servicio de empleo marroquí empezó
a buscar mujeres del ámbito rural, con hijos menores, sin trayectoria sindical,
pobres y analfabetas. En definitiva con un poder de negociación nulo: los
resultados fueron buenos, la industria de la fresa prosperaba y la gran mayoría
de las mujeres volvía a Marruecos tras concluir sus contratos. Respecto a los
derechos de las mujeres, esto no debía computar en los resultados, siendo
justamente la renuncia a los mismos una parte fundamental de la ecuación.
Las mujeres eran
manos. Manos delicadas más idóneas para las tareas de recolección de la fresa,
se argumentaba para requerirarlas a ellas en los campos. Por lo que contaron a
la prensa esas mujeres, no solo sus manos fueron tomadas para su
instrumentalización, también sus vaginas y sus bocas debían ser puestas al
servicio de sus empleadores. Era eso o la nada. Para ellas, seres humanos
parciales por convenio, difícilmente habrá sentencias injustas, pues ya se han
asegurado de que no haya juicios. Nuestro desconocimiento de sus condiciones de
trabajo está relacionado con nuestro profundo desconocimiento y desinterés por
Marruecos, y nuestro también importante desconocimiento de lo que sucede en las
realidades agrícolas del Estado español.
“Como trabajadoras
del campo, que vivimos la violencia patronal en los campos franceses, navarros
o manchegos, que hemos sufrido el desamparo de tener que abandonar nuestro
pueblo en busca de trabajo, hacemos nuestra la situación de las temporeras de
la fresa, y no podemos consentir que en pleno siglo XXI sigamos viendo como la
esclavitud laboral se apodera de nuestros campos”, afirmaban desde el SAT, el único sindicato
que ha acompañado a estas mujeres que todo lo han arriesgado —y que bastante
han perdido— por denunciar. Alianza desde las periferias que se niegan a ser
deshumanizadas, agencia de quienes se esperaba que fueran obedientes y sumisas.
El capitalismo patriarcal y racista se agrieta. Pero los costes son altos,
sobre todo para las mujeres que denunciaron, pero también para las
sindicalistas del SAT que las acompañaron. Siento que va siendo necesario
pensar en cómo redistribuir los costos de la resistencia.
Fuente:
https://www.elsaltodiario.com/temporeros/las-mujeres-eran-manos
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