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jueves, 9 de agosto de 2018

EMPECINADOS


EMPECINADOS
JM AIZPURUA
B. Netanyahu, facha judío acaba de proclamar “nación” al Estado de Israel, profanando a sus minorías drusas, árabes beduinas, y circasianas, que en su realidad nacional y religiosa diferenciada conviven en el Estado de Israel cumpliendo las obligaciones sociales comunes incluso la pertenencia al ejercito. Que la cordialidad del sentido común retorne a Israel dependerá de la postura que la izquierda judía adopte, pero el amo gringo está por las posturas ultras y apoya al Likud.
Este siglo XXI no permite esos anacronismos, esas vulneraciones de los Derechos Humanos puesto que la evolución y la ciencia ya han permitido encontrar mecanismos territoriales para situar los marcos nacionales en armonía con las culturas, las etnias y los sentimientos de pertenencia, aún dentro de amplios marcos geográficos de carácter plurinacional. Los Estados-Nación del siglo XVIII, tumba de minorías y genocidios culturales, hoy ya no tienen sentido y son reparados como en la reciente Croacia a la que vimos con admiración en el Mundial de futbol.

En el Estado español, como residuo territorial del Imperio, se pretende por un núcleo duro de neofranquistas impedir el reconocimiento de su realidad territorial. La Nación castellana, como artífice del españolismo Imperial de tres siglos, continuó tras el desastre de 1898, con el guion “nacional” que la había llevado a la debacle internacional y lejos de plegarse a la evidencia y llegar al consenso con las naciones ibéricas, catalana, vasco-navarra, y gallega para construir un Estado y solucionar los problemas coloniales de Canarias Ceuta y Melilla, se enredó en el supremacismo. Este empecinamiento de casta (real, militar, clerical) ha lastrado el porvenir ibérico con golpes de Estado, guerras internas y dictaduras fascistas. En el nacionalcatolicismo encontraron la excusa para no aceptar la democracia que los EE. UU. propusieron para Europa occidental en contraste de la Europa Soviética. Aislados en el franquismo dictatorial, frustraron la vida de generaciones desde 1936 hasta caer derrotados en 1978 y mal tragar la democracia.
Pero un poso fascista quedó en la costumbre de muchas personas a las que la “tradición” se impone a la razón y en ellas esa casta dirigente pretende sostener el paradigma españolista. Contra ello no es conveniente usar la fuerza y el enfrentamiento, pues es el conocimiento, la revelación de la historia real, la que hará caer los prejuicios de los necios.
No puede aceptarse que políticos democráticos sostengan que con los “xx” no debe hablarse ni negociarse. La democracia es precisamente lo contrario y su postura es fascismo de catón. Además, los representantes elegidos en esas candidaturas que consideran “hostiles”, son denigrados y vilipendiados, lo cual es otra muestra de su sentido político fascista. No hay democracia.
El respeto y la honradez son las dos virtudes políticas que esta nueva casta neofranquista ignora y desprecia en aras de una “unidad nacional”, supuesta “razón de Estado” que ha permitido desde el GAL al 3% y en la que se refugian farsantes patrioteros que se enriquecen del erario y los nichos institucionales.
Nada han resuelto en estos 40 años: Arde Cataluña, y Euskadi y Navarra miran expectantes mientras en Galicia los caciques dominan las regiones. Canarias, Ceuta y Melilla, siguen camufladas de un españolismo incapaz de justificarse con historia, con desarrollo social, con futuro. Andalucía vive en un régimen de señorito y subvención.
Todo el impulso económico de la UE para el desarrollo y equiparación a Europa no sirvió para el fin destinado pues comisionistas y mangantes hicieron un lavado de cara que cayó a las primeras lluvias. Los datos estadísticos no reflejan la realidad que una gran parte de la población del Estado malvive sin futuro y ha quedado alejada de ese primer mundo europeo donde no tienen cabida.
Prietas las filas, los neofranquistas avanzan por encima de sus conciudadanos blandiendo los lemas que llevaron a estos territorios de no ponerse el sol, hasta vivir en la penumbra permanente del precariado y la miseria. Demócratas de derechas: no se lo permitáis.


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