QUE SANGREN SUS HERIDAS
ANTONIO MAESTRE
El dolor de
Ascensión Mendieta al enterrar a su padre 78 años después de abrir la puerta de
su casa a los falangistas que lo asesinaron me hizo cambiar de opinión sobre el
tono y la argumentación que habría que dar al discurso de la verdad, la
justicia y la reparación a las víctimas del franquismo. Hasta ese día, en el
que vi el sufrimiento de una mujer fuerte de aspecto frágil, había intentado
transmitir que las exhumaciones no abrían las heridas de nadie, que no reavivaban
ningún conflicto, que no había ningún peligro en reparar la vida de tanta
gente. Pero después de percibir ese dolor en los setenta metros que separan la
entrada al cementerio de la Almudena hasta el nicho de Timoteo Mendieta me
cambió la forma de verlo. Me agrió el discurso y me inculcó indiferencia por la
ofensa ajena.
¿Qué heridas abre
que Ascensión Mendieta pueda enterrar a su padre en el lugar que ella escoja?
¿A quién ofende? De nada han servido, porque no les importan, los intentos por
demostrar que la exhumación de los miles de españoles y españolas en cunetas
solo calmarán el espíritu de los familiares que aún viven sin saber dónde velar
a sus seres queridos. Han tenido cuarenta años para demostrar que son seres
humanos y civilizados sin poner trabas a que mujeres como Ascensión puedan
vivir en paz. Llegados a este punto de la historia si se abren las heridas de
los que llevan años echando sal y vinagre en las de aquellos que jamás pudieron
curarlas, que así sea. Que sangren, que supuren, me da igual lo que sientan o
padezcan aquellos que solo han llevado dolor a las víctimas, que son herederos
de los criminales y responsables directos de no haber hecho nada para mitigar
el sufrimiento de gente humilde como Ascensión.
Habéis tenido
ochenta años para mostrar un mínimo de compasión y optasteis por añadir dolor.
Se ha intentado curar nuestra sociedad dotándola de dignidad con vuestra ayuda,
al menos con vuestra inacción, y habéis decidido infligir sufrimiento. Ahora ya
no importáis, existe una mayoría parlamentaria que puede prescindir de vosotros
y que tiene que optar por la indiferencia a vuestro rencor. Si dotar a las
víctimas de un mínimo de dignidad os abre heridas, pues sangrad, no importa.
Los herederos del
franquismo han dejado paso a los herederos del cinismo. Albert Rivera, como
buen nacionalista acomplejado maquillado de modernidad, no quiere que se le
vincule con Franco, pero tampoco pretende perturbar la tranquilidad de los
votantes que beben del franquismo sociológico porque los necesita en su asalto
a la derecha pepera. Así que en una de sus ideas de meme internetero ha
propuesto la creación de “un cementerio nacional” en el Valle de los Caídos en
el que descansen los muertos de los fascistas y los republicanos al estilo del
de Arlington.
Como Albert Rivera
crea sus propuestas viendo la inefable serie El sucesor designado en NETFLIX,
no sabe que España no es EEUU y que aquí no ha habido ninguna guerra contra un
enemigo común en los últimos 100 años, sino una guerra entre unos golpistas
fascistas y los defensores de la legalidad constitucional de la II República.
Si Albert Rivera hubiera leído al menos el decreto de 1940 de Francisco Franco
de creación del Valle de los Caídos sabría que, otra vez, al querer copiar el
patriotismo de EEUU le ha salido el fascismo español. Estoy seguro de que la
esperanza blanca de la derecha española se cuidaría mucho de pedir que un
cementerio vasco fuera un lugar donde descansaran los restos de las víctimas de
ETA y de los terroristas que las asesinaron. Así es como suena el product
placement del IBEX 35 con sus ocurrencias de falangista despistado.
Albert Rivera se ha
creído con el derecho de imponer a las víctimas del franquismo que los cuerpos
de sus familiares tengan que descansar en el mismo lugar que sus asesinos para
que él pueda vender su mercancía tercerista de cada día. Que tenga el valor de
presentarse en una exhumación o visite la casa de uno de esos familiares a
pedírselo amablemente, con su sonrisa de vendedor de preferentes.
Es tiempo de citar
a Alberti: ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! Ya llevamos
demasiado tiempo humillando a las víctimas del franquismo. Ya es tiempo de
construir una memoria democrática y digna en este país; no ha sido posible
hacerlo con posfranquistas y sus advenedizos adversarios actuales, pues se hará
sin ellos. No importa vuestro dolor fingido, no importan vuestras heridas
impostadas, ni si se abren, sangran, supuran o se gangrenan. Ya hemos soportado
bastante tiempo sin cerrar las de gente inocente y habéis dejado pasar la
oportunidad de ser decentes.
Y sin embargo, no
importa nada de lo que yo pueda sentir o decir, soy una excepción irrelevante.
Esto es lo que quieren oír los posfranquistas y sus correligionarios
equidistantes. Que la memoria histórica es la búsqueda de revancha, de
venganza, de apertura de trincheras. Pero la realidad es otra, y la marcan los
ojos y voces tenues de aquellos que esperan a pie de fosa sostenidos en un
bastón o sentados en una pequeña silla de playa mientras la ARMH busca los
restos de sus familiares en una cuneta olvidada. Basta con acercarse a ellos y
mancharse las botas con la arena que rodea los huesos de los represaliados.
Solo importa lo que buscan y quieren las víctimas del franquismo; descanso y
paz. Acabar con el dolor que tanto tiempo llevan soportando con dignidad. No
saben lo que es el rencor, cada vez que hablan con cualquiera que quiera oírlos
enseñan que llevan muchos años sufriendo para deseárselo a nadie más. Ya es
hora de devolverles algo de lo que tanto nos han dado. Son lo mejor de nuestra
patria.
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