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viernes, 22 de junio de 2018

HUMANOS EN JAULAS


HUMANOS EN JAULAS
DANIEL BERNABÉ
En el año 2006 se estrenó Hijos de los hombres, una película de Alfonso Cuarón basada en la novela de la escritora P.D. James. Del desarrollo del argumento tiraba una hipótesis distópica: la especie humana era incapaz de reproducirse. Apenas se nos daban pistas sobre el desencadenante de nuestra extinción, sí de las consecuencias de la catástrofe. Sin horizonte, la sociedad se había desmoronado y solo quedaba la orgullosa Gran Bretaña como faro de la civilización, eso sí, en su peor forma.


La acción, situada a mitad de la década de los años veinte del presente siglo, nos mostraba un país fascista a través de los ojos de un funcionario cualquiera, interpretado por Clive Owen, que acaba envuelto en una trama subversiva por su pasado activista. Quizá lo peor del derrumbe que aparece en pantalla no son las realistas escenas bélicas del final de la historia –con un plano secuencia magistral–, sino la sociedad mostrada al principio de la trama donde se adivinan dos clases de personas, las que aún conservan la ciudadanía británica y las que no.

Mientras que una parte del país parece seguir con su devenir cotidiano, agachando la cabeza como topos con complejo de desmemoria, se suceden escenas en las que riadas humanas son confinadas en jaulas, conducidas industrialmente hacia una especie de campo de refugiados en la costa sur inglesa. Unos compran su desayuno en un Londres hipercontaminado, otros aguardan un destino incierto intentando comunicarse con un guardia impertérrito clavado al suelo junto a su rifle de asalto. Agitar unos papeles, un salvoconducto sin validez a través de unas rejas, como símbolo de esas formas inútiles que tratan de hacernos respetables.

Cuando vi la película, hace doce años, me tocó de manera especial. Seguramente porque el protagonista tenía una edad parecida a la que yo tendré en el horizonte temporal propuesto. Era extraño, en aquella época, ver como pasado remoto las protestas contra la guerra de Iraq, el ajetreado comienzo de siglo. Más extraño imaginarse que a la próspera sociedad del fin de la historia le podía aguardar un devenir tan funesto. Aun así, durante todo este tiempo, he recomendado la película con un antetítulo inquietante: si quieres saber cómo va a ser nuestro futuro, échale un vistazo.

Lo que no pensaba, lo que no pensábamos, es que nuestro presente alcanzaría tan rápido ese umbral. Es estremecedor que la realidad confirme las peores ficciones.

Cuando Hijos de los hombres fue rodada, su motor de conflicto fue la presidencia de George Bush Jr., el artífice en dinamitar un derecho internacional que, incluso con sus límites, había servido para evitar algunas escaladas bélicas. Aquella mentira de las armas de destrucción masiva, presentada ante la ONU por Colin Powell en tres tristes power points, no fue solo la excusa para la intervención armada en Iraq, sino el punto de quiebra para dinamitar los consensos diplomáticos de posguerra e introducir un cierto elemento privatizador en las invasiones. La idea no era nueva, sino el regreso de la Compañía Británica de las Indias Orientales.

Hoy me encuentro con un vídeo en redes sociales de esos que hay que reproducir dos veces para asimilar lo visto. Un pabellón, poco más que un polideportivo de provincias, alberga a seres humanos en jaulas. Un hombre armado conduce a un grupo de periodistas con la intención de demostrar la tolerancia cero –una expresión de arquitectura ridícula– que su gobierno depara a la inmigración ilegal. Las imágenes han sido grabadas en Texas, Estados Unidos. Y si han tenido un eco especial ha sido por un detalle administrativo: la separación forzosa de menores de sus familias. La burocracia como asepsia ante lo más humano.

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