FERNANDO GARCIARRAMOS Y LA
LAGUNA EN EL OTOÑO
FABIO CARREIRO
LAGO
Referirnos a Fernando
Garciarramos y a su relación con La Laguna es hablar de un estrecho vínculo que
une a un artista en su otoño con la ciudad donde ha vivido y donde ha enseñado,
experimentado y creado fructíferamente, en diversos campos, durante más de
cinco décadas.
El ilustre escritor Pedro García Cabrera definió a
Garciarramos como un poeta extraordinario, considerando que su obra era testigo
de su época y comprendía distintas parcelas del quehacer poético, desde el
formalismo métrico a la libre expresión, con el hombre como temática central, siendo
la suya una poética universal pero con una identidad insular y, si se me
permite, “lagunera” profundamente arraigada.
Tras hacer un repaso por su amplia obra poética, aunque
sin ánimo de ser exhaustivo, no es hasta mediados de los años 70 del pasado
siglo XX, cuando he encontrado las primeras alusiones a la ciudad en la poesía
de Garciarramos. Es entonces cuando empieza a llamarla por su nombre: bien sea La
Laguna, o, evocando su nombre antiguo: Aguere, aunque probablemente ya se había
referido a la ciudad, veladamente, desde sus primeros poemas.
Entre estos poemas, todos recogidos en su último libro, Otoñal La Laguna, encontramos los
siguientes, de los que señalaré ciertos fragmentos:
Agüero de La Laguna
La Laguna,
La laguna
No pierdas
nunca tu paz,
Si la
perdiste en las calles
En la vega
la hallarás…
En este poema que
dedica en Endechas del Ahogado Verde
(1980) a Celia y Adrián Alemán y que recupera en Otoñal La Laguna, como ya se ha mencionado, convierte a la ciudad
en un ser que vive y siente, idea que permanecerá a lo largo de su obra, como
un espíritu benefactor que, a través del tiempo, acoge y alberga: en sus dos
ámbitos: urbano (las calles) y rural (la vega) la vida del poeta y la de
generaciones de ciudadanos que han contribuido a que la ciudad sea la que es
hoy.
En su libro Lo que
allí dejé olvidado, que recoge una antología de la obra poética de
Garciarramos entre 1985 y 2002, encontramos otros dos poemas que aparecen
recogidos también en otras publicaciones y, de nuevo, en Otoñal La Laguna:
La Laguna inmortal
Aguere de
la paz honda y serena,
De altos
campanarios y araucarias,
Ungida por
septiembres y plegarias,
Alcanzas
de la luz la gracia plena.
En este
caso La Laguna adopta su nombre antiguo, Aguere, y resonancias de eternidad,
incidiendo en la idea de que la ciudad es como un ser sobrenatural que habita fuera
del tiempo y ofrece un lugar pacífico donde vivir a sus habitantes. La ciudad,
por lo tanto, presenta un sustrato mítico que complementa su existencia real.
La Laguna,
también en el otoño de su existencia –nuestro tiempo- alcanza al fin la gracia,
una especie de consolidación de su destino, después de siglos de configuración
urbana desde su fundación hasta la ciudad que hoy ven nuestros ojos, una ciudad
afable, un entorno bello donde vivir resulta agradable y feliz. Un lugar que permanecerá,
aún cuando nosotros hayamos dejado de existir y sean otros los que ocupen
nuestro lugar.
Por ello
un aura mágica, sobrenatural, permanece en otros poemas orlando la ciudad. A
modo de ejemplo encontramos:
La Laguna y el mar
Incendiando
la vega campesina
Con la
llama de vivas amapolas
Vemos
hundirse lentamente a solas
De un raro
sol la imagen peregrina.
En las
atentas plazas se adivina
El eco
interminable de las olas
Y la voz
de extraviadas caracolas
Nos
sorprende detrás de cada esquina.
Bajo
secretas noches encantadas
Se espeja
los fanales marineros
En las
desiertas calles serenadas.
Y en un
sueño de extrañas mariposas
En el roto
perfil de los aleros
Hay barcos
con las velas desplegadas.
En este poema La Laguna se nos presenta como el espacio
de un sueño y se evoca la antigua laguna que da nombre a la ciudad, que parece
estar hundiéndose en esta, como antes de existir. La posibilidad de escuchar en
una caracola la voz del mar, el rumor de los barcos castellanos que se acercan a
la isla, los barcos que siempre han traído y llevado a las gentes diversas que
crearon la nueva sociedad desde la conquista, con la magia de la noche parece
una posibilidad casi inevitable.
Como podemos ver, a lo largo de la obra de Garciarramos,
encontramos numerosas referencias en poemas que desde el título nos indican que
se refieren a La Laguna, aunque cabría señalar que también alude a otros
rincones del municipio como La Punta del Hidalgo, donde homenajea a sus amigos
Magda y Elfidio Alonso. Pero siempre regresa al espacio de la ciudad, en
ocasiones, con referencias a marcos más concretos como sus calles y sus
habitantes, en cualquier momento del día:
La Laguna
En una
azul mañana La Laguna
Y es una
tarde gris y campesina
Es una
oscura tarde que termina
Es una
soledad como ninguna.
De nuevo observamos en este poema como la ciudad se
convierte en un ser que siente y que parece compartir la soledad del autor de
los versos. Un lugar que es el único posible, del que hereda sus recuerdos y
donde el propio Garciarramos ha fabricado un legado para los que vivan en el
futuro.
En La
Laguna
Un pájaro de luz templó sonidos
Acunando a los sueños ancestrales,
En el color de vidrios catedrales
Creció feliz la flor de los sentidos.
(…) en el esplendor azul de La Laguna.
Reminiscencia de un ayer lejano,
El pájaro de luz retó a la vida.
Sobre la herencia que lega a la ciudad, pero también
sobre sus creencias más profundas en cuanto a la trascendencia se incide en
otro poema, que da título al libro:
Otoñal La Laguna
Recorreré tus sendas principales
Aun después del terminal momento
Y sentiré otra vez el frío viento
En las inquietas hojas otoñales.
Incidiendo en la idea
de este legado, en la introducción de su poemario Barruntos, en 1976, don Fernando confiesa lo que todos ya sabemos,
que él no es un poeta de gabinete, que es un artista popular, y por eso no es
difícil encontrarlo paseando por La Laguna y conversando por la calle con la
gente que lo estima profundamente.
¿De dónde procede ese afecto? De su calidad humana, por
supuesto, pero también de su obra, don Fernando no ha dejado solo un legado
poético para esta ciudad. La relación de Garciarramos con La Laguna no es
solamente familiar, ni poética, cabría destacar finalmente sobre todo su faceta
como profesor de la Universidad durante muchos años y, singularmente, su
trabajo como escultor.
No debemos olvidar en este sentido que don Fernando es un
firme partidario de sacar el arte a la calle, de acercarlo a la gente. Y como
sus palabras son hechos, ha realizado esculturas sin las cuales muchos espacios
del municipio serían irreconocibles, como el Monumento a Los Sabandeños o La
dama del mar en La Punta del Hidalgo o La dama de Aguere en el casco de la
ciudad, así como numerosos monumentos a personalidades como
el antiguo alcalde José Segura, la gimnasta Ana Bautista o la cantante Olga
Ramos, entre muchos otros, en distintos rincones y barrios de La Laguna. Además
podemos encontrar obras suyas dedicadas a personalidades de la cultura como
María Rosa Alonso en la Casa Museo de Los Sabandeños, como su hermano, el
periodista y escritor Alfonso García-Ramos en el Ateneo de La Laguna o como el
poeta Arturo Maccanti en el Instituto de estudios Canarios, así como varias
esculturas suyas decoran también el Aulario de Guajara. Todo esto sin olvidar
el mural de más de 20 metros que ha pintado en la calle Jesús Maynar.
En cualquier caso, como el propio Garciarramos expresa en
la introducción de su poemario Barruntos:
“Por favor, no me estudien, no me clasifiquen, no me comparen, no busquen influencias
(aunque confiesa sus preferencias por Pedro García Cabrera, Rafael Arozarena y
Agustín Millares), ni antecedentes…” Los poemas los ha vivido, su poesía no es
para ser leída en el silencio, es de aire libre, desnuda, reiterativa y contradictoria
y tiene más de campo que de ciudad, como La Laguna.
Y por todo esto que he señalado, don Fernando no espera
que le recuerden, aunque si desea que su poesía sea recordada y cantada por el
pueblo, como esa antigua poesía anónima y que el viento la siembre por La
Laguna como hojas secas en el otoño.
Referencias
bibliográficas y páginas web consultadas
>Fernández Hernández, Rafael, ed.
(2004). Fernando Garcíarramos: Antología
poética. Ed. Centro de la
Cultura Popular Canaria.
>Garciarramos, Fernando (1976). Endechas del ahogado verde y otros
agüeros del son. Ed. Centro de la Cultura Popular Canaria.
>Garciarramos, Fernando (1980). Barruntos. Ed. Centro de la Cultura
Popular Canaria.
>Garciarramos, Fernando (2004). Lo que allí dejé olvidado. Ed. CICOP.
>Garciarramos, Fernando (2008). El ruido del árbol que cae en el bosque.
Ed. Idea.
>Garciarramos, Fernando (2018). Otoñal La Laguna. Ed. Idea-Aguere.
>https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Garc%C3%ADarramos
>https://web.archive.org/web/20140427011613/http://www.lalagunaahora.com/content/view/9170/35/
>http://gestorpatrimoniocultural.cicop.com/-Esculturas_de_Fernando_Garciarramos-en-SAN_CRISTÓBAL_DE_LA_LAGUNA-Bienes_Muebles-Escultura
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