‘RIBAMBO, EL MITO POSTERGADO’. REIVINDICACIÓN DE ORLANDO HERNÁNDEZ
SAMIR DELGADO
Samir Delgado
(Las Palmas de Gran Canaria, 1978) ES licenciado en Filosofía por la
Universidad de La Laguna y en Maestría de Investigación en Prácticas Artísticas
y Visuales por la Universidad de Castilla-La Mancha. Fue becario de las
Colecciones y Archivos de Arte Contemporáneo de la Facultad de Bellas Artes de
Cuenca, así como diploma en Archivística y Biblioteconomía del Gobierno de
Canarias. Como autor ha escritor numerosas obras ensayísticas y poéticas, entre
las que destacan ‘Banana Split’ (XXIV Premio de Poesía Emeterio Gutiérrez
Albelo, 2010), ‘Galaxia Westerdahl’ (Premio Internacional de Poesía Luis Feria
de la Universidad de La Laguna, 2014) y la colección de cuentos ‘Los jardines
imposibles’ (premio Milenio del Reino de Granada, Fundación Andalusí, 2013).
EEn estas
fechas de celebración del Día de Canarias, no hay mejor ocasión para
reivindicar la figura del escritor Orlando Hernández. Nacido en Agüimes durante
el trágico año de 1936, y tras una vida de inmensa producción literaria y
artística, nos dejó en 1997, hace ya más de veinte años. Su legado permanece,
sin embargo, a través del proyecto municipal de su casa museo. Y los pueblos
que han acunado la vida de un escritor tienen un papel providencial: hacer que
la obra continúe para las generaciones venideras.
La
cultura nunca puede ser un privilegio, sino un derecho. Así es que en la
memoria de estas islas han perdurado infinidad de figuras del arte, la
literatura y el pensamiento que han ido enriqueciendo el imaginario y la
identidad de sus pueblos. Y precisamente, Agüimes es uno de esos pueblos de
cultura. Cualquier viajero que por unas horas visite este lugar tendrá ante sí
una Villa aureolada de versos, belleza paisajística y arquitectónica, y lo
mejor de todo: la generosidad amable de sus gentes que viven, que trabajan,
fiestean y comparten con entusiasmo un mismo destino común. Y es que toda la
obra de Orlando Hernández es un carnaval literario. Como ninguna otra de su
tiempo, refleja el devenir histórico de todo un pueblo, de una isla en sí con
el advenimiento del turismo. Y Ribambo, el pueblo donde transcurre una de sus
mejores novelas escrita en 1977, es el mito postergado que necesita la
literatura canaria para continuar esclareciendo su lugar en el mundo.
Quince
años han pasado desde mi primer contacto literario con la obra del escritor
agüimense Orlando Hernández. Fue en el Ateneo de La Laguna durante la
celebración del I Congreso Internacional sobre Género, Arte y Literatura del
año 2003. Entonces Lolita Pluma era la protagonista en calidad de figura
alegórica de un tiempo histórico marcado por el boom del turismo en el afamado
parque de la capital grancanaria. La novela Catalina Park, de Orlando
Hernández, condensaba todo el simbolismo de aquella época contada de forma
magistral por nuestro autor.
El lugar
de Ripoche Street sustituía de un plumazo a la clásica calle comercial
pregonada por el modernista Tomás Morales en los albores del siglo pasado. El
puerto atlántico como horizonte universal de progreso acogía la rutilante
arribada de marineros extraviados e impenitentes. Otro mar bañaba estas
orillas. Las historias bohemias de los personajes provenientes de barrios y
suburbios de la capital grancanaria ocuparon entonces con ansía democrática el
centro de toda narratividad posible en unas islas que comenzaban a despegar
hacia su internacionalización como un destino turístico. En aquellos años
surgió la oleada de la narrativa canaria, y Orlando Hernández padeció como
ningún otro el silenciamiento de la crítica y su ausencia de la fotografía
oficial. Su figura parecía irradiar la brillante marginalidad que toda censura
acostumbra a convertir en el blanco predilecto.
Aquel
libro alucinante de Orlando Hernández permanece en el olvido, desde su primera
fecha de aparición en 1976. Algunas de sus páginas célebres deberían ser
inmediatamente desempolvadas por ser lo que son: un tajo de vida extraída por
la gracia de la literatura en un momento social en que la censura del régimen
de cuarenta años plomizos era pulverizada por los artistas y escritores. Y es
que en el año de edición de la novela Catalina Park aumentaba públicamente el
debate sobre el Manifiesto de El Hierro, firmado por artistas comprometidos
como Tony Gallardo para la reivindicación de la pintadera canaria como símbolo
de identidad, el reclamo del derecho popular a la cultura y el ejercicio de la
libertad de expresión. Es aquí donde radica la necesidad de reivindicar sus libros:
Orlando Hernández fue el fabulador que da noticia para el porvenir de la
historia de Ribambo, un pueblo enigmático localizado en estas islas, un espacio
mítico, coral y polifónico del mismo alcance y dimensión que la propia Macondo
del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez.
La
mayoría de su prosa se encuentra dispersa en libros de tapa vieja como los de
la editorial barcelonesa Plaza & Janes. Y sus versos también, como las
piezas teatrales y el tumulto de artículos periodísticos que legó en vida,
desperdigados por los rincones insondables del papel de hemeroteca. No hará
falta detener nuestro repaso a la estela creativa de Orlando Hernández cuando
se trate de dar cuenta de su participación capital en la consolidación de los
autos sacramentales y la gran cabalgata de Reyes Magos donde los verdaderos
protagonistas, sin duda alguna, son los vecinos y actores que dan vida a esta
manifestación singular de la Villa de Agüimes. El agüimense ostentó premios de
enorme dimensión como el Premio Nacional de Teatro Pérez Galdós o el de
Periodismo Luis Benítez Inglott. Al menos hasta hoy su prosa está descatalogada
como una maldición pendiente de exorcizar. Las novelas suyas permanecen ocultas
como un extraño y sabroso fruto catalizador de las esencias que perfumaban su
entorno inmediato: la Villa de Agüimes y Las Palmas de Gran Canaria en el justo
momento del cronómetro histórico donde sucedían los pasajes constitutivos de la
era contemporánea en el conjunto del Estado español, con la transición
democrática y la filmografía del destape, el despegue del consumo y el auge
industrial que daban lugar a la modernización económica pregonada en una Europa
todavía por venir.
La
noticia sobre la constitución de la casa museo, un fondo documental y un premio
de teatro pone a la vista el silencio que embarga su obra desde 1997, año de su
desaparición física, el que fuera cronista oficial e hijo predilecto de la
Villa sureña. El escritor del Sur, en estas otras islas de los sures del mundo,
cuyo corazón palpita a la manera de una maravillosa brújula desorbitada. Él
comparte con los autores Alfonso García-Ramos y José Luis Morales el universo
de la sed inmemorial y de la zafra, del sur insular que se constituye en
memoria ultrajada y en promesa de redención. Y es que tras haber participado en
2013 en una actividad de rescate de su obra con motivo del Día de las letras
canarias en Agüimes hay que volver años después —y desde México— a reclamar su
obra y un hecho literario que representa un papel fundamental para todas las
Islas: toda escritura, toda biografía, es un reducto vivencial a través del
cual un autor concreto sintoniza su forma de ver el mundo.
En la
advertencia a la primera edición que el premio nobel mexicano Octavio Paz hizo
a su libro Las peras del olmo (1957), nos dice con su acostumbrada elocuencia
que «el artista trasmuta su fatalidad —personal o histórica— en un acto libre.
Esta operación se llama creación. Y su fruto: cuadro, poema, tragedia. Toda
creación transforma las circunstancias personales o sociales en obras
insólitas. El hombre es el olmo que da siempre peras increíbles».
Y Orlando
Hernández fue un hijo de su tiempo, cada uno de sus libros representa a la
postre un vivo retablo del acontecer cotidiano de la isla que le vio nacer. Su
ensoñación creativa ajusta cuentas con los fatales designios de una sociedad
ultrajada por la opresión del poder, pero también rinde un tributo impagable
hacia la belleza de sus paisajes y la nobleza de sus gentes. Ribambo, nos dice
su autor, es un lugar en el que «haría falta un poeta en cada esquina». Y el
lugar existe, es la isla al Sur, un mito postergado que se encuentra a la
espera de ser redescubierto en su libro Máscaras y tierra, novela cumbre del
realismo mágico canario que permanece oculta, latente, como el silencio de un volcán.
No es
extraño que en las corrientes filosóficas de la modernidad el lenguaje, la
comunicación, el diálogo tomen el testigo a la imagen prototípica de una
subjetividad que se había anclado en una deficitaria conciencia de lo
individual. Por suerte, las nuevas tendencias en la interpretación del hecho
literario abogan por una ruptura esencial y democrática donde una pluralidad de
voces conforman la voz del narrador. Las novelas en las Islas quedarían a mano
del lector —del ciudadano a fin de cuentas—, a la manera de vetas simbólicas
abiertas para el desentrañamiento de nuestro devenir como pueblo.
Ahí están
las pistas sobre la determinación de los conflictos sociales que constituyen
nuestro horizonte común. Y hasta las huellas de lo ideológico latentes en la
conformación del imaginario dominante sobre el paisaje. En los libros están las
raíces que determinan la mirada hacia el mundo exterior. Y, muy especialmente,
los filones de ineditez que se ofrecen en el banquete de todo encuentro crítico
con los productos de la cultura insular. Cada página de nuestras novelas es
como un tubo volcánico en el que perduran capas solidificadas de la realidad.
Así las novelas de Víctor Ramírez, de Luis León Barreto, de Rafael Arozarena,
constituyen un espejo referencial de vital importancia para nuestro acervo
cultural como pueblo.
Hoy, la
obra de Orlando Hernández contiene una serie de pistas de un valor
trascendental para el conocimiento de la realidad insular donde él forjó su
cosmovisión poética. Al igual que otros autores en la historia de nuestras
letras, su testimonio original está impregnado de una dosis de autenticidad
poco escrutado por sus coetáneos. Parece haber escrito sus libros para lectores
del futuro. Como todos aquellos escritores que bucean en las aguas profundas
del inconsciente colectivo, los designios y avatares de la ficción narrativa
resultan circundantes y paralelos a la historia real que les dio vida. El alma
de sus personajes está tan viva como la de los perfiles de carne y hueso
escogidos como modelo social. Y es más,
en la escritura de Orlando Hernández aparece una mixtura de tentativas
que bordan la constitución de una obra total gracias al ensayo de novela
experimental, con la combinación acertada de la voz narradora de fuerza
evocativa, el exacto guión periodístico y los suculentos diálogos entre los personajes
de su pueblo, que revelan un retrato robot sobre la estructura mental de la
sociedad canaria en el tránsito acelerado hacia la posmodernidad.
Yo opino
que en la obra del autor canario Orlando Hernández, como en ninguna otra
similar de este tiempo global e irreversible, es donde puede vislumbrarse con
clarividencia uno de los fundamentales basamentos antropológicos constitutivos
de lo viviente: el entramado de la sexualidad como motor de los seres humanos.
Siguiendo de cerca a cada uno de sus personajes, el detonante sexual gravita en
una relación dialéctica de confrontación social, a la manera de una biopolítica
donde los cuerpos entrechocan diariamente. La materialidad psicofísica que
constituye el yo de cada sujeto transmite esa fuerza de lo carnal y finito que
aspira a realizarse socialmente. No es casual que, casi en las mismas fechas de
redacción de sus novelas, el filósofo francés Michel Foucault diera a luz sus
tomos de “Historia de la sexualidad”, poniendo sobre la mesa de disección
genealógica el papel de las instituciones a la hora de gestionar la vida
humana, una historia donde la locura y la represión han ido de la mano
ocultamente durante siglos.
Sin duda
alguna, quienes se acerquen hoy a la obra literaria de Orlando Hernández podrán
ver que contiene una pátina cosmogónica que proyecta un punto de luz escrutador
sobre el acontecer general de la vida en la historia insular. Es el autor
maldito, postergado a un olvido preñado de futuro. Mi amigo Daniel Maria, joven
escritor gomero, mencionó al autor de Ribambo en una publicación reciente en la
Revista de la Academia Canaria de la Lengua. Hay que multiplicar las citas y
las referencias a una obra que hace converger sobre sí misma una reflexión
totalizante acerca del ser humano en la isla, la naturaleza y el propio hecho
de vivir en Canarias.
Desde su
casa en Agüimes, mediante el desenvolvimiento de su obra novelística, el
escritor ha sido capaz de hacer suya la innovación lingüística en el arte de
narrar, incorporando a la vez la riqueza de las palabras canarias extraídas con
naturalidad del vocabulario del decir insular, junto a una suerte de
introspección social en la que muestra un aluvión de sinergias con capítulos
selectos de la historia occidental que se insertan directamente en nuestro
compás del tiempo presente. Y es que la isla de Orlando Hernández también es la
isla de los surrealistas y de los poetas sociales que fueron acribillados por
el poder. Y en sus páginas también transitan la Grecia mítica y la Roma Pagana,
las tribus etíopes y los imperialistas yankis que bombardean las nubes. Por eso
mismo los lugares, las ubicaciones, los emplazamientos de sus novelas nos
resultan familiares dando cuenta de los espacios de socialización de nuestro
paisanaje: el cafetín, las infraviviendas habitables de las tierras del
latifundio, la parroquia y la plaza del pueblo en el sur y las medianías. Cada
uno del medio centenar largo de tipologías sociales que pueblan Ribambo
adquieren una significación ideológica que, a la manera de un revelado
fotográfico, nos señala los conflictos de clase que conforman el
desenvolvimiento social, económico, cultural y ecológico del archipiélago en
los últimos cincuenta años.
Es hora
de reeditar la obra literaria de Orlando Hernández, la nueva publicación de sus
obras es un asunto de justicia histórica, Ribambo es el mito postergado.
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