LA CHAMPIONS DE MARIANO
DAVID TORRES
Escribo
esto en vísperas de una semana candente, con terribles incógnitas gravitando
sobre la actualidad política española. A saber: ¿dimitirá Mariano Rajoy del
cargo de presidente del gobierno o seguirá aferrado a la poltrona hasta que se
pudra vivo? ¿Refrendarán las bases de Podemos el proyecto de vida achaletada de
Pablo e Irene en Galapagar o tendrán que abandonar la presidencia de la
formación morada ante sus graves incongruencias ideológicas? ¿Abandonará Cristiano
Ronaldo el Real Madrid después de la consecución de la Décimotercera copa
europea o sus declaraciones al término de la final sólo fueron la pataleta de
un niño mal criado y enfadado porque no le cuajaron bien las mechas?
El lector
atento no habrá dejado de observar que he colocado estas incógnitas de menor a
mayor, según las repercusiones de estos sucesivos seísmos sobre la opinión
española. Con mucha diferencia, el fútbol, seguido del chalet, es lo que trae
de cabeza a la inmensa mayoría de la población, incluido el presidente de
gobierno, que no pudo viajar a Kiev a pesar de que ya tenía las maletas hechas,
pero tuvo tiempo para felicitar vía twitter al equipo de sus amores. En
cualquier país menos sensato, la enciclópedica sentencia del caso Gürtel habría
provocado manifestaciones, huelgas y disturbios callejeros, pero en la capital,
la gente, convenientemente armada de claxones, alcohol y buen criterio,
prefirió lanzarse a celebrar la Décimotercera.
Se ve que
esa misma gente no está tan acostumbrada a la rutina de que el Madrid gane la
Champions como al hábito de que el PP golee en las Olimpíadas de la corrupción.
Lógico, porque la alineación del entrenador nacional Mariano -con Bárcenas en
la portería; Matas, Granados, Soria y González en la defensa; Correa, Crespo,
López Viejo en el medio campo; Mato y Zaplana en la delantera; y Rato de
líbero- es imbatible, eso sin contar con un banquillo de imputados más largo
que la Gran Muralla China. El problema es que Mariano no sabe perder y que
Cristiano ni siquiera sabe ganar, con lo que el ardor de las respectivas
hinchadas se diluye mucho.
Hay, al
menos, otro tremendo interrogante planeando sobre la actualidad: ¿apoyará
Albert Rivera la moción de censura para desalojar a una banda de cuatreros
insaciables del poder o preferirá sostener una vez más los cadáveres
putrefactos del PP, como ha hecho hasta ahora siempre que tuvo oportunidad?
Esta última pregunta podrían hacérsela a Albert directamente con la voz de
doblaje de Groucho Marx en Un día en las carreras, cuando arrimaba el micrófono
al odioso dueño de un caballo para que, al oírlo, el caballo enfurecido saltara
cualquier valla: “Señor Morgan, ¿le importaría decirle al respetable lo
rastrero que es usted?”
A última
hora de la tarde se supo que la consulta a las bases de Podemos se había
saldado con una participación de casi 190.000 personas, un tercio de las cuales
votaba porque Irene y Pablo debían abandonar el chalet, mientras que los dos
tercios restantes abogaban por cortinas de color violeta.
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