CONSPIRANDO CONTRA
LA RUBIA
JUAN CARLOS ESCUDIER
Lo
de Cristina Cifuentes es una pelea a muerte con la fatalidad, aunque en
cuestiones de destino uno suele tener el que se ha ganado a pulso, que no
siempre es el que se pretende. La presidenta de Madrid eligió hace tiempo ser
la abanderada de la regeneración en el PP, un trabajo que posiblemente excedía
a las capacidades de quien tras casi tres décadas entre maleantes, ladrones y
arribistas ha insistido en proclamar su ignorancia sobre lo que acontecía en
aquel patio de Monipodio. Tan difícil como combatir lo que no se ve, lo que no
se huele y lo que no se presiente es convencer a los demás de que uno ha podido
revolcarse en el carbón sin ensuciarse el vestido blanco. Es la mala reputación
a la que cantaba Brassens: menos los ciegos, todos la miraran mal, algo muy
natural por otra parte.
Cifuentes
se cree víctima de una conspiración permanente, de un fuego amigo tras el que
no sabe si está Esperanza Aguirre con el bazuka, las ranas de la lideresa que
quieren morir matando o el mismísimo Rajoy, cansado de rubias travestidas de
Aznar y de rubias que se hacen la rubia. Siempre hay una mano negra tras cada
suceso.
La
vio al levantarse el secreto del sumario del caso Lezo y lo primero que se
dieron a conocer fueron los informes de la UCO en los que se le inculpaba de la
financiación ilegal del PP. Para alguien inflexible contra la corrupción,
aquello era un maldito juicio de valor. Puede que Cifuentes formara parte del
comité de campaña del partido y fuera patrona de Fundescam, la hucha desde la
que se pagaban irregularmente los gastos electorales; puede que el empresario
Arturo Fernández donara un pico a Fundescam; puede que el mentado se adjudicara
un concurso en el que Cifuentes presidía al mismo tiempo la comisión de
expertos y la mesa de contratación, lo que era incompatible; puede que el
concurso estuviera plagado de irregularidades. Pero de ahí a suponer que esta
mujer intachable prevaricara era, sencillamente, intolerable.
Algo
similar ha ocurrido con su máster en la Universidad Rey Juan Carlos, un centro modélico
que nunca mantendría a un plagiador como rector o daría un doctorado honoris
causa a Rodrigo Rato, y que viene nutriéndose de la experiencia académica de
esa gran familia que son los populares. De entrada, es muy injusto que se hable
de las Universidad del PP por el mero hecho de que la fundara Gallardón, y que
en ella trabajen o hayan trabajado su prima, la hermana de la propia Cifuentes,
contratada irregularmente, la sobrina de Mayor Oreja o la cuñada de Granados,
además de Francisco Marhuenda o, si se prefiere, el catedrático Marhuenda, por
citar algunos ejemplos. ¿Dónde iba a hacer un master Cifuentes que le pillara
más cerca de casa?
Y
de nuevo, las casualidades. Que su notable en dos asignaturas se transcribiera
como “no presentado”; que pudiera presentarse al trabajo de fin de master con
ese “error” en sus calificaciones; que dicho trabajo no aparezca; que el
“error” se corrigiera dos años después; que la trabajadora que lo subsanó
profese tanta admiración a Cifuentes que la tuviera como imagen en su perfil de
whatsapp; que el director del Master fuera un alto cargo del Gobierno del PP;
que el profesor de una de las asignaturas transcritas por “error” como no
presentadas sea, a propuesta del PP, presidente del Tribunal
Económico-Administrativo municipal de Pozuelo de Alarcón, gobernado casualmente
por el PP… ¿Quién podría dudar de la honorabilidad de esta mujer apasionada por
el Derecho Público del Estado autonómico? Si todo fuera un apaño y, aunque
fuera para disimular, ¿no habría obtenido una nota más alta que el aprobado en
la asignatura sobre la inmigración?
Cifuentes
está rodeada. Como aseguran en su entorno, cuando no te filtran un informe
policial, es Granados, el máster regalado o la amenaza de una imputación
judicial. El mundo entero conspira contra ella, especialmente en su partido,
donde nadie puso la mano en el fuego por ella quizás porque ya no hay quien
soporte en la sede el olor a carne quemada. “Voy a seguir trabajando con más
ganas todavía”, ha declarado casi alzada en armas contra la caza de brujas. No,
a la gente no le gusta que una tenga su propia fe.
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