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domingo, 24 de diciembre de 2017

HILADORA DE LUZ

HILADORA DE LUZ
por Juan José Delgado

PRÓLOGO A HILADORA DE LUZ

Una prosa alucinante recibe el lector nada más entrar en el primer poema. Ya en los iniciales renglones se entrevén algunos de los hilos de la trama poética urdida por Olga Rivero. Ese inaugural capítulo, al que ha titulado Los perros de la noche, sitúa en el ámbito nocturno a un personaje, alter ego de la poeta, en una edad y en una situación que, por lo expresado, no admite duda: es una niña acorralada. Interesa el dato puesto que con él se anuncia el punto de partida de este libro titulado Hiladora de luz. Un inicio en el que se describen las experiencias que corresponden a una mirada todavía virgen, amenazada por los
miedos y acosada por las visiones de una imaginación creadora. Asediada sí, pero con la convicción de ir haciéndose a sí misma, de crearse nuevamente y en medio y a pesar de cuantiosos avatares.

Esa figura se hace al viaje. Como salvoconducto porta poco más de un centenar de poemas con los que pretende dejar atrás las fronteras de la realidad rutinaria.
Atravesará capítulos con capacidad de revelar las transformaciones de las realidades que se muestran a su paso, así como la de los mundos interiores en los que el yo poético se enfrasca.

Quiere decirse que hay un proceso que se pone en marcha a golpe de una voz que se expresa de manera visionaria. La poeta no esquiva el poder de la videncia; es más: pretendidamente la busca mediante la alteración de los sentidos y el asalto que emprende contra la realidad habitual o lógica. Es por ello que la naturaleza descrita corresponde a paisajes en incesante
transfiguración. Las visiones resultantes asombran y atraen. La escritura parece ir por delante y de acuerdo con una corriente de conciencia. No pone riendas a lo que dice ni a cómo decirlo. El escenario, los planos, las situaciones que irrumpen en el siempre inaugural universo no permite otra solución que el despliegue ebrio de imágenes insólitas. Consigue así sorprender no sólo al lector sino, probablemente, a quien la está desatando, esto es, a la propia ejecutante: Olga Rivero.

Así que cada uno de los diversos pasajes del libro llama a la poeta para que dé respuesta a los enigmas que el universo y la vida le presentan. Porque son fenómenos de vida los que aquí ocurren. Pero de una vida que -como expresara Rimbaud- está siempre en otra parte, más allá de las realidades visibles. La poeta procura alcanzar ese ámbito inmaterial. Los sentidos ya dieron de sí lo que tenían; ahora deben trocarse por impresiones y sentimientos. Toca ahora avivar la intuición, la fantasía, el ensueño; en definitiva, es el momento de que una corriente de irracionalidad transporte el pensamiento poético. Y así se va fraguando, en sintonía, una expansión del espíritu. Palabra y vida, poesía y existencia van de la mano en este libro de lenguaje escurridizo y en espiral; no hay brújulas sino impulso, no hay horizonte previo a donde dirigirse cuando se está creando un nuevo horizonte.

La inestabilidad se cierne tanto sobre el mundo como sobre la propia figura de la poeta que lo está -y se está- creando. Ella ha buscado rutas distintas por no quedarse en la quieta rutina. Y así se va perfilando por los sucesivos capítulos como una pasajera aparentemente sin destino y, resolutivamente, sin retorno. Sólo lleva la carga de sus sentimientos en forma de deseos, de miedos y de incertidumbres. Y a todos procurará, en medio de no pocas interrogaciones y soliloquios, darles respuesta.

Una de las Parcas, la hiladora Cloto, no casa simbólicamente con la hiladora de luz que promete el título. Y no porque Tánatos no se encuentre bien instalado en muchas de las páginas del poemario; sino porque se evidencia notablemente un quehacer de vida, un auténtico ejercicio de celebración vital. El sentimiento erótico se impone al de muerte. Hay como una ley que rige la escritura de Olga Rivero. Al igual que Shakespeare, ella entiende que no son lícitos los poemas que no se bañen en aguas amorosas.

Se necesita, pues, un amante; y la poeta se enfrenta al amante; se enfrenta para darle forma e infundirle una manera predeterminada de amar. La palabra poética es acción creadora, y esa enérgica actividad alcanza a una poeta que ha decidido crear al amante. Y, al respecto, es como si se proyectara en ella el complejo de Pigmalión, personaje que se enamoró de su obra. El enamoramiento probablemente no hubiese surgido en un ámbito cotidiano.
Llega el enamoramiento porque el cuerpo amoroso ha nacido en un lugar inusual, en los ámbitos del deseo y de la belleza poética. Tal es la naturaleza del enamoramiento. Como los poetas clásicos, Olga Rivero ama la belleza y quiere ver los dedos de Dios en todas partes: un leve suspiro -escribe la poeta- da vida a un cuerpo, deja sus ropas en manos de un enjambre de dedos. Quiere ver los dedos creadores de Dios hasta en ella misma.

Olga Rivero cree que la acción poética posee virtudes mágicas; y ensaya al máximo la libertad que le ofrece el poema en prosa; una modalidad que se halla en los límites de la poesía, y con la que logra una poesía sin límites, la creación de unos escenarios sorprendentes y en donde habitan,fundamentalmente, los dos amantes. Si es necesario se surte de una mitología que los arrope, dirija y signifique. Y siempre para expresar las excepcionales magias del amor. Un amor que, efectivamente, sobrepasa la realidad, hasta el punto de vivirlo más allá de la muerte. El amante puede entrar en el inframundo, como hiciera Orfeo (quien pudiera muy bien simbolizar el extraordinario poder del lenguaje); Orfeo en la busca mística de Eurídice para regresarla de nuevo a las energías maravillosas de la vida.

Pero el dios griego del amor, Eros, no solo es lanzador de flechas; a veces el arma amorosa lleva un fuego más quemante que el sol y abrasa con resplandor gozoso a quien lo recibe. Así se esculpe el amante: un ser imaginario y procurado por los deseos y los sueños. Amor fou, hiriente delirio que lo vuelve más mágico y menos sentimental.

Pero siempre el amor se erige como principio vital. Tanto, que las páginas del poemario son auténticos espacios amorosos. Parece que la sensualidad de la escritura suplanta, a veces, la belleza de un cuerpo. Se percibe por todos los renglones un intenso y expansivo erotismo. El propio poema se convierte en objeto de deseo. Y con tal proceder, la poeta-mujer va hilando la imagen de su propio yo.
Es una viajera de la luz que vaga por el camino de su propio cuerpo. Y el
recorrido corporal lo hace no como espejo de Narciso, sino como tarea de reconocimiento. Hay un propósito: ir ella misma reconociéndose al tiempo que el otro (el amante) la vaya igualmente reconociendo.

Su retrato es rigurosamente poético. Su físico sólo se atiene a las leyes de la poesía. Ese maquillaje poético lo lleva hasta el otro para que, mirándose en él, la imagen le sea devuelta como en un espejo. Una imagen que no es fija y quieta; lo que significa que no ha elaborado una máscara. Su figura es tornadiza, fluye, escapa. Es dinámica porque se ha propuesto recorrer el universo entero para encontrar reflejos propios en cada una de las cosas.

Se quiere encontrar el pasado en esa marcha hacia delante. La vida transcurre para ser memorizada; los días de la vida deben confirmarlos la memoria. Y el papel recoge todas las huellas vitales. He aquí la cuestión: o se hace luz la página, o ésta se vuelve papel mojado. Y está ya decidido: el poema es hoguera, horno, hogar, -o como diría un filósofo- morada del ser.

La luz se plasma mejor sobre las sombras. No es extraño, por tanto, que el camino pase por las cercanías de los abismos. A fin de cuentas, la palabra necesita de la página en blanco para que sobre ella resplandezca la creación poética en forma de trazo de palabra. Puede ser, como lo apunta el título de un capítulo, la dama de la noche con manos tan laboriosas que pueden enlazar el cadalso con el sol y sus paños negros.

La palabra es la madre de todas las cosas que en el libro ocurren. La
imaginación busca mundos que sólo pueden atraparse con la sedosa red de las palabras. La mirada interior funda su propio universo. Un universo al que se le da paso mediante un buen surtido de visiones. Hay una capacidad -Keats, poeta mentado por Olga Rivero, diría- una capacidad negativa para disolverse en otra realidad, en trocarse por otro cuerpo. Puede consecuentemente tomar conciencia de que es una unidad plena, infinita, eterna. De ahí que los amantes queden definitivamente unidos,
indistinguibles.

El último poema La hoja seca se cierra con una elocuente expresión: Me queda un esplendor que va a pasar a otras dimensiones [ ... ] Y esa hoja seca que John Keats dejó caer; puro instante de amor eterno. Aunque sin destino, no ha sido un viaje hacia la nada. El libro ha tejido las formas hermosas de la vida, como una luz que aparta -se vuelve a Keats- la sombra y el luto.

La poeta ha ido urdiendo punto por punto el conjunto de este libro. Una vez se hayan desenvuelto y leído los hilos del poema, quedará la impresión de que se ha querido expresar la eternidad del universo y sus cosas, como imagen de una pieza aún palpitante, viva y ganada por la poesía.

@Juan José Delgado
Hiladora de Luz. Ed. Benchomo, mayo 2006
DL: Tfe. 1.089/2006


Entrevista:
https://mail.google.com/mail/u/0/?ui=2&view=btop&ver=17rstvg6jce2q#attid%253Datt_12ba0393549de828_0.1

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