MUERTOS DE SEGUNDA
JUAN CARLOS ESCUDIER
Quizás
sea inevitable, pero el atentado de Londres ha vuelto a mostrar que hay muertos
de primera y de segunda, muertos recordados con velas y minutos de silencio y
muertos silenciados. Hay muertes que conmueven y otras que resultan
indiferentes. Decía Montesquieu que cuando la muerte ha igualado las fortunas,
las pompas fúnebres no deberían diferenciarlas. No es lo que sucede.
No
pretende ser esto una crítica a los homenajes ni a las vigilias por las
víctimas de este miércoles sino una llamada de atención contra la indiferencia
ante lo que sucede a las puertas de Europa. Los balances son inexactos porque
nadie se preocupa de actualizar estos atentados, los que mataron el pasado día
15 al menos a 32 personas frente al Palacio de Justicia de Damasco y dejaron
cien heridos, los que segaron la vida de otras 59 en un santuario islámico
también en Siria tres días antes, los que el día 9 de este mismo mes causaron
49 muertos en un hospital de Kabul y al menos 26 en una boda, o los más de 70
muertos y 200 heridos en un mausoleo de Pakistán a mediados de febrero.
Quienes
tengan algo de paciencia y un estómago a prueba de horrores podrán contabilizar
cerca de 50 atentados en los dos primeros meses de este año sólo en Irak y
Siria a manos del ISIS. Han sido centenares los muertos que han pasado de
puntillas por los telediarios y los periódicos, a cuyas familias nadie ha
dirigido mensajes de solidaridad y condolencia. Son masacres que se olvidan
rápidamente o de las que ni siquiera se tiene constancia, noticias que nos parecen
repetitivas, imágenes a las que no damos importancia porque el espanto
incesante adormece, insensibiliza. Los más atentos puede que recuerden escenas
cotidianas sorprendentes, como la de los vendedores de frutas paseando sus
mercancías en mercados teñidos de sangre y tiznados de explosiones. La vida
sigue también allí.
Tenemos
la falsa impresión de que el terrorismo sólo nos golpea a nosotros cuando la
realidad es que sólo un 2% de las víctimas se registran en Occidente. Los datos
del Índice Global de Terrorismo (GTI) referidos a 2015 son elocuentes. Cinco
países –Irak, Afganistán, Nigeria, Pakistán y Siria- aportaron el 72% de estos
muertos silenciosos. Ese mismo ISIS que provoca aquí tanto dolor fue
responsable ese año de salvajadas en 252 ciudades diferentes, tras las que
dejaron 6.141 cadáveres.
Por
supuesto que nada de esto nos consuela, aunque debería servir para aplacar esos
arrebatos de racismo y xenofobia que ha prendido en Europa, y sobre cuyas
brasas camina con paso firme la ultraderecha. No estamos en guerra contra una
supuesta civilización islamista que quiere acabar con nuestra forma de vida
sino simplemente expuestos a los ataques de vulgares asesinos, lobos solitarios
que hoy mismo son responsables de buena parte de los atentados que padecemos en
nuestro mundo desarrollado y a los que habrá que combatir sin histeria y sin
que la violencia nos bunkerice. La inmensa mayoría de los muertos del ISIS, de
Boko Haram, de Al Qaeda o de su filial Al Nusra son musulmanes, muertos de
segunda a los que no prestamos atención. La indiferencia no debería hacernos
cómplices de tanto terror.
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