CARLOS HERRERA, EL EJÉRCITO
Y LOS GILIPOLLAS
LUIS GONZALO SEGURA
A estas alturas parece imposible aspirar a una semana
tranquila, pero al menos se pretende que los domingos, el Día del Señor, a uno
le dejen rezar al Todopoderoso con tranquilidad, más que nada por ver si este
mundo que ha creado sigue siendo tan maravilloso. No parece que los deseos
vayan en concordancia con los designios del Señor y, claro está, siempre hay
alguien que te revienta el desayuno espiritual. Esta semana le tocó a Carlos
Herrera y su inefable “El Ejército y los
gilipollas”, que por
otra parte me ha permitido titular la entrada de blog sin que ello suponga un
exabrupto, sino solo un revés cruzado a su saque.
Para señalar como gilipollas a Pedro Santiesteve y Ada
Colau, el prestigioso periodista comenzaba su entrada con un cimiento no más
sólido que las/sus arenas movedizas: “Convendría conocer al Ejército Español
mejor de lo que se le conoce”. Lo hacía como si él tuviera un conocimiento que
los anteriores no poseen y que, además, lo hubiera obtenido como el que sale
por la puerta de su casa y acude al quiosco. Según Carlos Herrera, Pedro
Santiesteve y Ada Colau se empeñan en salir a la calle y taparse los ojos para
no tropezarse con un moderno Ejército Español cuyo resplandor ciega más que el
Arca de la Alianza de Indiana Jones. El problema de realizar tan formidable
aseveración sin tener ni puñetera idea de lo que ocurre en los cuarteles, salvo
por lo que le transmiten sus amigos generalotes o los brillantes relojes Omega
de estos, radica en que las manifestaciones sobre las miserias castrenses se
acumulan en los últimos tiempos: teniente Candón, teniente Company Cros,
capitán Patricia Campos, comandante Cantera, padre del fallecido teniente
Sebastián Ruiz, padre del también perecido sargento Ojeda, Iván Ramos, Andrés
Merino, Javier Fontao… Lista que, desgraciadamente, se verá aumentada en los
próximos años con una pequeña parte, pero más que considerable, de los más de
4.250 discapacitados despedidos y de los más de 50.000 militares que pueden
perder su trabajo en los próximos años. Casi 55.000 perjudicados, me temo, le
terminarán por explicar a Carlos Herrera que los generales con los que se codea
no le han contado, exactamente, lo maravillosa que es la vida castrense.
Porque si se analiza rigurosamente el discurso de
Pedro Santiesteve solo podemos concluir que desea unas Fuerzas Armadas
modernas, democráticas y antimilitaristas. Término este último que no se ha
querido comprender y que ha servido para el ataque final de los rancios. Que
también son clones o actúan como tal. Antimilitarista quiere decir civilizado
o, lo que es lo mismo, que nuestra milicia pierda todo lo que Franco le dejó en
herencia (justicia militar, cúpula negligente y golpista, familias militares
engordando la pirámide militar hasta reventarla) y adquieran en el siglo XXI lo
que el siglo XX ya ofrecía (sindicatos, derechos y libertades) para adecuarse a
Alemania, Bélgica, Holanda o Noruega. Y antimilitarista también es sinónimo de
vida, porque Noruega canceló los vuelos similares al Yak-42 tras una única
queja, mientras nosotros asistimos al entierro de 62 féretros, bien envueltos
en la bandera de España, después de 14 quejas, una pregunta parlamentaria y un
informe de los servicios secretos (y unas corruptelas marca de la casa).
Y si se estudia la decisión de Ada Colau de no
permitir que el Ejército esté en un salón educativo habría que hacerlo desde
términos críticos. Igual que me parece increíble que más de cien mil personas
piten y reprueben un himno en en un estadio de fútbol y nos contentemos con que
todas esas personas han sido carcomidas por el odio y engañadas de forma falaz
por el nacionalismo en lugar de preguntarnos qué podemos estar haciendo mal, no
llego a comprender cómo se puede solventar con dos coces y tres insultos que
toda una alcaldesa de Barcelona decida que el Ejército Español no debe estar en
un salón educativo. No, ciertamente, el problema no es el odio. A lo mejor,
tendríamos que relacionar tal decisión con el ascenso a general de los que
fueron golpistas y marcadamente antidemocráticos durante el 23-F (junto a la
purga de todos los que se mostraron demócratas). Siniestros personajes como el
teniente general Mena y sus amenazas a Catalunya en el año 2006 o las recientes
aseveraciones del teniente general Gómez de Salazar priorizando el deber
militar a los derechos humanos o equiparando a las asociaciones militares con
el yihadismo son razones más que suficiente para excluir a una institución de
un salón educativo. Yo tampoco quisiera que un ejército que premia a golpistas
o pisotea los derechos humanos sirviera como ejemplo a los más pequeños, pues
lo que corresponde a nuestras Fuerzas Armadas es más bien todo lo contrario a
educar: educarse. Y soy militar y amo mi profesión, pero no tal y como a día de
hoy opera, no mientras abandona y trata de forma miserable a sus propios
soldados y discapacitados. No mientras pisotea los derechos humanos.
No obstante, sería bueno que Carlos Herrera preguntara
a sus amigotes generales en alguna comida, cena o evento por todos los
oficiales delincuentes que sirven en las fuerzas armadas. Esta semana hemos
sabido que la lista se va a incrementar, pues los tres militares condenados por
sus prácticas mafiosas en el Hospital Gómez Ulla continuarán en sus puestos una
vez cumplan sus condenas (eso sí, con putas, relojes, jamones, comisiones,
trabajos ficticios, servicio de limpieza, yates, motocicletas y mucho más en el
zurrón). Se unirán, pues, al teniente coronel que acosó a una capitán, al
capitán que agredió a 28 reclutas, al teniente que robó portátiles y los vendió
en EBay, a los miles de militares que engañaron a los contribuyentes con
facturas falsas de mudanza (10,5 millones de euros), al teniente que intentó
violar a una cabo… No parece este, sinceramente, un cuerpo militar digno de
ningún ejercicio didáctico, al menos yo no osaría presentarlo a ningún concurso
o premio que gozara de cierta higiene. Y, puestos a pedir, no estaría de más
que tan ilustre periodista se dignara a informar en los medios de comunicación
sobre todas esas noticias que terminan sepultadas bajo el desfile de palabras
tan grandilocuentes como apócrifas en reportajes tan complacientes con la
cúpula militar que cualquiera diría que son pagados y dictados desde las altas
instancias. Ese sería un gran servicio a la patria.
Sinceramente, no creo que Carlos Herrera sea un
gilipollas, aunque sería un colofón magnífico a esta entrada, sino que, como le
ocurre a muchas otras personas (por ejemplo, Alfonso Ussía), tiene una falsa
imagen del ejército construida en base al relato de los generalotes, amigos o
familiares y teme que su destrucción termine de alguna forma dañando a España.
Curiosamente, nada emponzoña más a España y al Ejército que este tipo de
defensas patrióticas que ejecutan las pocas posibilidades de cambio que existen
y respaldan a los corruptos y caciques que dirigen nuestras Fuerzas Armadas.
En mi opinión, no es tiempo de exaltaciones ni de
insultos, es tiempo de autocrítica.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de
Tierra, portavoz de OATM y autor de dos novelas (Un paso al frente en
2014 y Código rojo en 2015).
Mi principal fuente de ingresos en la actualidad
es la venta de ejemplares de la novela Código rojo y las
presentaciones que realizo con ella. ¡CONSÍGUELA AQUÍ
FIRMADA Y DEDICADA!. “Código
rojo no deja títere con cabeza. Se arriesga, proclamando la verdad a los cuatro
vientos, haciendo que prevalezca, por una vez, algo tan denostado hoy en día
como la libertad de expresión” (“A golpe de letra” por Sergio Sancor).
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