NAZIS Y FÚTBOL
ANÍBAL MALVAR
Se ha
organizado esta semana un gran guirigay tuitero y mediático a raíz de un
artículo deportivo firmado en El País por el periodista pontevedrés Rafa
Cabeleira. El tema de la columna era Roman Zozulya, delantero ucraniano de
Betis cedido al Rayo Vallecano en el mercado de invierno. Rebuscando en las
redes, la afición más proleta de Madrid descubrió que el nuevo fichaje gustaba
de posar en la redes sociales con símbolos neonazis. Los vindicativos bukaneros
de la afición rayista han obligado al jugador a volverse a Sevilla con su cruz
gamada preparada para La Madrugá.
Este párrafo de
Cabeleira es el que ha incendiado la polémica: “A Zozulya, por cierto, lo ha
devuelto a corrales la oposición frontal de unos aficionados incapaces de
reconocerse a ellos mismos como ultras […]. Para el aficionado corriente solo
debería ser un futbolista, lo mismo que el chico negro, el joven gay o la niña
que no quiere ser princesa. El fútbol solo debería ser eso, fútbol… Aunque
demasiadas veces nos empeñemos en defender que no, que el futbol es otra cosa”.
Dejemos al
margen (con cierto pudor) la idoneidad de comparar a un futbolista nazi con un
negro, un gay o una tópica niña sabiniana. De despropósitos apresurados están
nuestros periódicos repletos. Me incluyo. Lo más preocupante es la ligereza con
que los medios tradicionales conviven plácidamente con cotidianas exaltaciones
del franquismo, la Falange, el nazismo y otras lindezas bárbaras. Hay que
respetar las ideas políticas, dicen. Lo que sucede es que uno considera que las
simpáticas corrientes anteriores no entran en la categoría de ideología
política, sino de revolución criminal.
La ductilidad
moral con que se toleran los tics de la utraderecha contrasta con la ferocidad
que dentellea las carnes de otros extremismos. No me voy a salir del fútbol.
Hace ahora diez años, el lateral del Barça y la Selección Española Oleguer
Presas tuvo a bien escribir un artículo, diario Berria, en el que analizaba los
empeños político-mediáticos por mantener en la cárcel al etarra Iñaki de Juana
Chaos, que ya había superado en dos años su condena de cárcel. “Actuaré de
buena fe, y pensaré que el estado de derecho cree en sus propias leyes; que no
aplica la cadena perpetua o la pena de muerte. De buena fe, de nuevo, pensaré
que el contenido de los artículos escritos por De Juana son explícitos, tanto
como para mantener en prisión a una persona en peligro de muerte. Tengo un lío
monumental en la cabeza. Este estado de Derecho tiene muchos puntos oscuros, y
me hacen dudar. Expide olor a hipocresía. Y con toda esta hipocresía se
destruye la buena fe”, escribió el futbolista coincidiendo con la huelga de
hambre del etarra.
El revuelo
mediático fue huracanado. Se acusó a Oleguer de filoetarra. La marca Kelme
retiró su patrocinio al jugador: “La vinculación de Kelme con el jugador se
basaba en criterios única y exclusivamente deportivos, por lo que se tomó la
decisión de rescindir la relación contractual de forma unilateral”, comunicó de
manera oficial la marca. Hasta la justicia dio razón a Kelme cuando el
futbolista elevó una demanda por incumplimiento de contrato. Oleguer pedía
86.000 euros. La Audiencia Provincial de Alicante concluyó que “dichas
cantidades indemnizan el perjuicio que Oleguer ha causado a la empresa por las
manifestaciones que realizó”. Me da que Rafa Cabeleira y otros negacionistas no
hubieran escrito en este caso eso de que “el fútbol solo debería ser eso,
fútbol…”. Quizá estoy pecando de psicólogo aficionado…
El caso es que
el affaire Zozulya ha tenido al colaborador de El País en un sinvivir tuitero
que no puede ser bueno para la salud.
–Si empezamos a
disculpar a los nazis, ya no sé —le
escribía un atribulado lector en la red del pajarito.
—No los
disculpo –respondió Cabeleira–, solo los tolero mientras cumplan las leyes.
Como a los
negros, a los gais y a las niñas que no quieren ser princesas. Sin comentarios.
Pero, oh
sorpresa, el desmelenado cronista de El País no ha sido el único que ha opinado
sobre el asunto desde el alma moribunda de nuestros kioskos. El Mundo también
se ha lanzado a la campaña pro-Zozulya de la pluma del veterano gastrónomo
Víctor de la Serna: “Puede parecer trivial que unos hooligans impidan el
fichaje de un futbolista ucraniano por el Rayo Vallecano porque ven en su
camiseta con el escudo de su país una muestra de nazismo, cuando lo único que
ha hecho este chico es respaldar al ejército que está defendiendo Ucrania de la
agresión y la invasión por parte de Rusia”. Olvida el cronista referir que los
bukaneros no han respaldado su denuncia tan solo en un escudo nacional, sino en
las fotos que colgó en las redes Zozulya exaltando su admiración por el
colaboracionista nazi Stepán Bandera, o luciendo símbolos del grupo neonazi
paramilitar Pravy Sektor.
A falta de
inclinación a la greguería, este De la Serna contemporáneo sí propende a veces
a una desmedida afición al delirio intelectual. Y no duda en sugerir que detrás
de la intolerancia de los bukaneros con el delicado y comprensible nazismo de
Zozulya está Podemos: “Dense un paseo por las facultades de Políticas o de
Ciencias de la Información de la Complutense y verán lo que es coacción activa
y pasiva […]. Sí, preocupan mucho las agresiones externas, las del terrorismo
yihadista, Pero el cáncer propio, el de los populismos cada vez más extremos
que se retroalimentan a golpe de turbas callejeras, puede ser igual de
mortífero”. ¿Que el nazismo?
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