MARINE LE PEN Y EL
TÍO ADOLPH
DAVID TORRES
La relación de
Marine Le Pen con el nazismo viene de muy lejos. Cuando sólo era una niña,
venían de visita a la casa familiar antiguos miembros de la SS y viejos
colaboracionistas del régimen de Vichy. Iban a charlar con su padre, Jean Marie
Le Pen, a recordar aquellos buenos tiempos en que los judíos terminaban en la
cámara de gas. Ah, los tiempos cambian, por desgracia. Ahora el problema ya no
son los judíos, sino los musulmanes, esos condenados musulmanes. A Hitler, en
esas juergas nostálgicas de los Le Pen, lo conocían por el mote familiar del
“Tío Dolphi”. Es normal que ella no se considere a sí misma ni al Frente
Nacional un grupo de xenófobos e islamófobos: ahora que el propio Mike Godwin,
el inventor de la Ley de Godwin, ha declarado que no es tan descabellado
comparar a Trump con Hitler, es mucho mejor renunciar a la copia e ir
directamente al original. Si el Brexit ganó, si Trump ganó, Marine Le Pen tiene
bastantes posibilidades de arrasar en las urnas de Francia. Le basta con no
renunciar a sus principios.
Sus principios
los mostró empíricamente la semana pasada, cuando un reportero de Le Quotidien,
Paul Larroutourou, se atrevió a preguntarle si era verdad que había contratado
a uno de sus guardaespaldas como su asistente personal. El gorila en cuestión
(Thierry Legiér) lo agarró del cuello y lo sacó en volandas de la sala con
ayuda de otro gorila, ante la estupefacción y el temor de los otros periodistas
presentes, que no reaccionaron de ningún modo porque a un auténtico periodista
nunca le gusta estar en el centro exacto de la noticia. Este es el nuevo estilo
de relaciones públicas con el cuarto poder, que recuerda aquellas hilarantes
ruedas de prensa donde Jeús Gil echaba “a la puta calle” a un jornalero de la
pluma y los demás jornaleros le reían la gracia. Así vamos en el oficio, de Gil
a Trump y de Trump a Le Pen, aplaudiendo al amo.
El cóctel que
presenta Le Pen en su programa electoral no es nada nuevo, más bien es tan
vetusto como el sobaco de Mussolini, pero sigue siendo igual de efectivo para
las masas. Patriotismo de cartón-piedra, xenofobia, odio a las élites
intelectuales y miedo, miedo al terrorismo, al islam, al yihadismo. Mucho
miedo. Resulta curioso que siga funcionando igual de bien que hace un siglo, lo
cual debería hacernos pensar un poco si la educación universal, la globalización,
el posmodernismo, el auge de la televisión y las nuevas tecnologías no habrán
traído como resultado un espléndido analfabetismo y una nueva Edad Media.
Marine Le Pen
es la demostración en carne y hueso de que la ignorancia no está reñida con la
prudencia. Una vez llegó a decir que Irán estaba gobernado por los talibanes y
duplicó su intención de voto, igual que cuando nuestro Mariano da lecciones de
meteorología o explica cómo el vecino elige al alcalde. Es Juana de Arco con el
bigotito de Hitler y un rodillo de amasar. Igualdad, libertad, fraternidad, más
una cruz gamada. Se la mire por donde se la mire, resulta un personaje de lo
más interesante, sobre todo echando la vista hacia atrás y recordando aquella
juventud díscola en la que los matones de su padre tenían que ir a sacarla de
las discotecas donde se liaba con negros y norteafricanos. O el momento en que
la madre abandonó a la familia, fugándose con el biógrafo de Jean Marie, cuya
tacañería legendaria la llevó a despelotarse en venganza en un desplegable del
Playboy disfrazada de criada del hogar. Si sale elegida, va a poner a Francia
de rodillas a fregar, lo cual será todo un éxito para el psiconálisis.
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