EL DEVENIR DE LAS
JORNADAS...
DUNIA
SÁNCHEZ
Tal vez he
llegado temprano. Las estrellas ante un firmamento límpido colapsan mis ojos
oscuros. Se me ha caído un botón del abrigo, después lo coseré. Estoy ante tu
casa, tu casa encasilla en una ciudad sin nombre, perdida en la niebla de los
conocidos, de los desconocidos. Hace tiempo que nadie te visita, que nadie te
llama. Por ello he venido. Aire enrarecido que me tira, que me aprieta y me
empuja por la acera hasta tu puerta. No sé si tocar. Un año nuevo ha brotado de
las entrañas de este imperio pero ya son muchos que nos hemos erguido sobre
este planeta. Misterioso, ¿verdad? Tocar o no tocar. Luces apagadas, petardos
amputando mi paso firme, haciendo huir a perros y gatos flacos en la muerte de
sus sentidos. Ábreme grito. Una luz parece aflorar por la mirilla. Se detiene y
abres. Aun estás aquí me digo para mí misma. No me invitas a pasar, sales.
Llevas pantalones vaqueros, playeras y una chaqueta para omitir el viento
helado que penetra por cada orificio. Damos un paseo, largo, callado, mirando
el cielo, esperando. La espera se alarga por los desfiladeros del insomne
agotamiento apartando nuestras miradas de nuestras manos. Nos alejamos, agua
que viene en el secreto de nuestros pensamientos. Nos topamos con un viejo
camposanto, cuervos nos esperan en la copa de cipreses que brindan este año
venido. Almas viejas, desgarradas lanzan un cando decoroso en el transcurrir de
nuestros pasos. No hay miedo, eso nos espera, la muerte. Beben de las flores
posadas en sus nichos, beben del aliento anónimo de la noche. Seguimos, nos
vamos. Ellos vuelven al cemente y el frío mármol. Nosotras retomamos la senda
de los acantilados, olas mordientes en pleno auge de la brusquedad. Nuestros
ojos se cruzan, nuestros ojos se apagan, nuestros ojos se van, nuestros ojos se
tornan blancos, nuestros ojos dicen adiós. No, no he llegado temprano. El
retraso impertinente ha sentenciado nuestra distancia. Ella se queda, ahí, en
los acantilados de las pardelas grises. Yo, me voy con mi moribundo abrigo bajo
mi techo. Es mejor así. Viene a mí un refrescante aliento de arco de colores en
el jardín infinito de mi existencia. Tendré que comenzar de nuevo. No me
vuelvo, la dejo. Ya las lunas rumorearán en devenir de las jornadas que ha sido
de ella.
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