EL DERECHO A CELEBRAR LA MUERTE
DE CARRERO BLANCO
ANTONIO MAESTRE
Jan Kubis y
Joseb Gaczik son dos héroes del pueblo checo. Consiguieron ese honor tras
atentar contra Reynhard Heydrich, director de la Oficina Central de Seguridad
del III Reich y acabar con su vida en el marco de la Operación Antropoide. “El
carnicero de Praga” murió el 4 de junio de 1942 por las heridas causadas
después de que Kubis y Gaczik lanzaran una mina antitanque modificada contra el
vehículo en el que viajaba el jerarca nazi.
Los dos checos
que mataron a Heydrich se refugiaron en la iglesia de San Cirilo y San Metodio,
donde finalmente fueron encontrados por las tropas nazis y asesinados junto a
otros miembros de la resistencia de Praga. Una placa les recuerda en ese templo
con las siguientes palabras:
“En esta Iglesia ortodoxa de los santos
Cirilo y Metodio murieron el 18 de junio de 1942, defendiendo nuestra libertad,
los combatientes del ejército checoslovaco en el exterior Adolf Opálka, Jozef
Gabcík, Jan Kubiš, Josef Valcík, Josef Bublík, Jan Hrubý, Jaroslav Švark.
El obispo Gorazd, el sacerdote Citel, el
Dr. Petcek, el presidente de la comunidad religiosa S. y otros patriotas checos
que facilitaron a los soldados un refugio fueron ejecutados. Jamás los olvidaremos”.
La muerte de
Reynhard Heydrich fue tomada por Adolf Hitler como una cuestión personal y
ordenó unas acciones de represión desconocidas hasta el momento y que fueron
encargadas a Kurt Daluege. La más conocida de todas ellas fue la destrucción
del poblado de Lidice y la aniquilación de sus habitantes. Todos ellos fueron
asesinados, bien en fusilamientos sumarios en el pueblo o en el campo de
exterminio de Chelmno.
El escritor
francés Laurent Binet, autor de un libro sobre el atentado contra Heydrich,
hablaba así de la masacre de Lidice:
“Lidice
simbolizó la barbaridad del nazismo, al igual que Gernika simbolizó la barbarie
del franquismo y del fascismo”.
Las palabras de
Binet vienen a demostrar que la esencia genocida de ambos regímenes era la misma.
Colaboraron y participaron activamente para la realización de sus crímenes, por
lo que celebrar y alegrarse de la muerte de un dirigente franquista debería
estar al mismo nivel que hacerlo de cualquier dirigente nazi. La calificación
personal de quien celebra una muerte o hace bromas sobre ella tendría que
quedar circunscrita al ámbito moral, nunca al penal.
Ser demócrata
en Europa está unido de forma indisoluble a ser antifascista. Algo que en
España la herencia franquista de la transición impide ver con claridad. A
Cassandra, una estudiante de 21 años, el fiscal Pedro Martínez Torrijos le pide
dos años y medio de cárcel por celebrar la efeméride del asesinato de Luis
Carrero Blanco, presidente del gobierno franquista, y por hacer chistes del
atentado que le costó la vida. En el auto se afirma que sus tuits contienen
“graves mensajes de enaltecimiento al terrorismo” y la acusa de un “delito de
humillación a las víctimas”, recogido en el artículo 578.1 y 578.2, y 579 bis
del Código Penal.
Sólo el hecho
de que alguien pueda entrar en la cárcel por bromear o celebrar una muerte ya
es grave, pero más lo es que una democracia defienda a los genocidas y verdugos
del Estado de derecho. Una democracia que se preciara de serlo garantizaría el
derecho a que cualquier ciudadano recordara con alborozo la muerte de un líder
de la dictadura franquista.
Conmemorar la
muerte de un jerarca nazi es algo asumido como normal en cualquier sociedad
democrática, nadie sería juzgado por hacer una broma sobre el asesinato de Reynhard
Heydrich, pero la democracia española asume como parte de su corpus penal que
celebrar la de Carrero Blanco pueda llevar a una persona a la cárcel.
El nazismo y el
franquismo son representaciones diferentes de la misma realidad. Los campos de
concentración franquistas contaron con la asesoría de Paul Winzer, jefe de la
Gestapo destacado en España, quien además instruyó a la Brigada Político-Social
en tácticas de represión. España no será una democracia completa si no incluye
el antifascismo como pilar fundamental de sus valores. No lo será si no acepta
el derecho a celebrar la muerte de Carrero.
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