LA ERUPCIÓN...
DUNIA SÁNCHEZ
Qué es eso. Un
quejido en la inmensidad de una noche apresurada por eclipsar nuestros ojos. Su
gemido monótono nos encierra en un bajo un techo sin luces. Ventanas censuradas
al grito apagado que se extiende como temblor bajo nuestras piernas. Qué será…qué
será. No la soportamos. Parece mujer, parece hombre. Hombre o mujer que más da.
Su llanto se perfila detrás de nuestras espaldas barriendo la calma de una luna
de otoño. No. No aguantamos más. Salimos al exterior. Un silencio rotundo nos
acecha, nos daña en el sin sentido ¿Dónde está?, nos preguntamos. Ha callado en
el chirriar de nuestra puerta. Volvemos a casa. Otra vez…otra vez el lamento
vertido en las entrañas de estas paredes blancas. Se agrietan, rompe, se
desploma aquello que nos da calor y, ligeramente, nos vemos en otro lugar, otra dimensión donde
la lluvia se precipita feroz sobre nuestros rostros. Rocas hirvientes vienen,
avanzan con la voracidad de una huida inexistente. No hay escapatoria. Es
nuestra tierra vomitando de sus hondos pesares la muerte. Nos detenemos,
rodeados de una masa magmática que llega, que nos gasta hasta el suceder de una nueva vida.
Plumas azules vienen ha acogernos, ha auxiliarnos ante lo que es evidente. Nos
hallamos volando sobre la erupción, sobre la emancipación nuestra sobre esta
tierra hostil. Y llueve. Todo se apaga. Todo desciende a la nada y a la bruma
que cuaja en nuestros ojos llorosos, nuestras alas negras. Pero aquí estamos,
de nuevo edificando nuestro techo, nuestro continuar por la vereda del esfuerzo
y el trabajo. Solos, muy solos.
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