EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO Y POETA
Millones de seres
de las más diversas latitudes, desde las redes sociales, denuncian el espionaje
y el control ejercidos por el Estado, pero sin embargo son muy pocos los
ciudadanos que critican la vigilancia ejercida desde las empresas privadas. Tan
peligrosa como la de los Estados, pues ya no cabe duda de que no hay diferencia
entre el Estado y las grandes empresas o corporaciones. Están unidos por los
mismos intereses de poder y sojuzgamiento de los pueblos.
Podemos decir, sin
ser hábiles expertos, que detrás del espectáculo de la democracia, lo que está
instalado, en realidad, es un poderoso deseo de control al pueblo. Noam Chomsky
avizoró el porvenir, que es hoy, cuando dijo: “Los medios de comunicación son a
la democracia lo que la propaganda es a la dictadura”.
La innegable
revolución de las comunicaciones, a través de la Web, ha conectado a todas las
naciones y a todos los servicios de inteligencia del planeta. Significa que los
grupos dominantes multiplican su poder gracias a Internet. Pero por otro lado,
este proceso, esta misma revolución de la Web, que ha transformado la historia
y la relación, ha permitido a millones de personas intercambiar conocimientos y
datos alrededor de la Tierra. Mediante la transferencia lateral de la
información y de datos, permitiéndonos informarnos y comprender cómo funciona
el mundo.
El universo de la
Web consiguió poner fin a la asimetría de la información, desde siempre
manipulada por las corporaciones económico mediáticas que construyen
realidades. Considerando que todo grupo mediático que tiene influencia y la ha
ejercido durante muchos años, no es capaz de dar información de forma honesta,
se agradecen, hoy, la existencia de medios alternativos de comunicación, donde
los más capacitados e informados escriben, siendo más creíble su información
que los que lanzan las grandes empresas mediáticas y el Estado.
Antepongo cual
alegoría una frase de Milan Kundera, en su fantástica novela "La
Insoportable Levedad del ser": “Si hasta hace poco la palabra mierda se
reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales.
¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la
mierda es metafísico. De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo
categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se
comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch”.
Kitsch es la
tendencia predominante de todos los que dictan y rigen en el planeta, lo vemos
de manera concreta en Macri, presidente de Argentina, con sus falacias y
torpezas inocultables, en intento de transmitir "algo", en sus vacuos
y banales "discursos" de bajo costo y "volando a lo chajá".
Creo que no vale la
pena preguntarse por qué la desmesura en el uso y abuso del lenguaje monopoliza
casi patológicamente la atención de los pueblos y la devoción de los medios de
comunicación hacia quienes lanzan la palabra fuera de espacio y tiempo.
Pero ¡no! Pareciera
que dichos modos se asimilan a maneras y modos de una comunidad que marcha
inexorablemente a la degradación del lenguaje, sin mediar metáforas de “paños
fríos” que se utilizan dentro de un marco de compulsión intencionada, que se
proyecta sobre una dimensión espectacular: el sentido de pertenencia, ausente,
a una comunidad que sin dudas está perdiendo el sentido de la relación y el
diálogo.
No adhiero de
manera alguna a que tomen estado público las declaraciones de guerra
subliminales, en complicidad con medios afines a una tendencia y una ideología
implícita, pues la palabra lanzada por razones expuestas e impresas en un
inconsciente reprimido, no ha logrado detener el funcionar del mundo en su
habitual rutina, salvo claro está, en guerras y genocidios que continúan su
devenir de muerte y sangre.
Obsesionados en
tener la razón, en el argumento decisivo o la propuesta incomparable, los
politicastros del tercer milenio, asisten incrédulos y con estupor a derrotas
frente a adversarios que han hecho de la simplicidad y del radicalismo en
difusas propuestas sus bazas electorales. No comprenden cómo sintiéndose los
“mejores”, los electores no se rinden a su oferta con el voto masivo. El
orgullo herido que bloquea la autocrítica empieza a dejar paso a la irreflexión
y la bajeza.
La “inteligencia
sensorial”, tal como lo hiciera John F. Kennedy, hace décadas, los ridículos
pseudopolíticos de esta región, lo han imitado, plagiado con buenos
resultados, comenzando a valorar la
gestión de los sentidos y la intuición como vehículo decisivo para generar los
sentimientos que les permitieron transmitir de manera que se perciba un
determinado mensaje en las mejores condiciones, aún sin ser legitimados en el
acto, en detrimento de las necesidades de los pueblos, hambreados ,
silenciados, en sus libertades de expresión y sin referentes legítmos.
La mirada sobre la
importancia de la comunicación no verbal (gestos, movimientos, tono,
detalles…), responsable determinante de la percepción pública, que ha dado
tantos frutos en Estados Unidos, a presidentes, que con solo una sonrisa y un
gesto de amabilidad, le permitieron llegar a la Casa Blanca.
Ya no se juzga a
los políticos solamente por sus palabras y sus promesas, sino que su aspecto y
su actitud también juegan un papel decisivo. Un gesto fuera de lugar o un
comportamiento equívoco pueden minar la confianza de los ciudadanos, ya de por
sí desgastada o inexistente... sobre todo en las nuevas generaciones, que
dieron la espalda a la farsa oficial y al espectáculo insano en que se debaten
simuladamente, los dirigentes, seguidores de una sola ideología: el dinero.
En consecuencia, el
relato de nuestra vida es el “saldo de una causa” que intentamos dar a conocer,
del pensamiento que servimos, de la autoridad que justifica nuestros actos, y
que hoy no puede ser dicho ni siquiera meditado. Instancia a la que se llegó en
función de múltiples estrategias en servicio de aniquilar el pensamiento y el
acto creativo, signos puntuales de nuestra condición de ser.
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