LOS TRABAJADORES EN LA SOCIEDAD
GLOBALIZADA
POR EDUARDO SANGUINETTI
El 1º de mayo
de 1886, 200.000 trabajadores estadounidenses iniciaron una huelga reclamando
que la duración legal de la jornada de trabajo fuera de 8 horas.
La mayoría de
los obreros que marcharon a la huelga estaban afiliados a la Noble Orden de los
Caballeros del Trabajo, inicialmente imbuidos de principios socialistas.
A finales de
1886 las patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas de trabajo a
centenares de miles de trabajadores, marcando este hecho un punto de inflexión
en el movimiento obrero mundial.
Bien, en la
actualidad la mayoría de las naciones del mundo conmemoran el día 1º de mayo
como el Día Internacional de los Trabajadores, salvo los países de colonización
británica concreta, que lo celebran en otra fecha, para evitar movilizaciones
radicales y socialistas, que causen disturbios en tan magna celebración.
Hoy, ante el
triunfo del capitalismo en todas las naciones, con su tendencia de ir tras el
lucro de activos incorpóreos, la riqueza y el poder concentrado en manos de
unos pocos, las corporaciones multinacionales continúan explotando a los
trabajadores del planeta y, lejos de promover el bienestar de los mismos,
provocan estériles confrontaciones entre los pueblos teniendo al mercantilismo
cual deidad suprema.
Me pregunto qué
sentido le asignamos hoy a la celebración del 1º de mayo si en espacio y
tiempo, en eterno retorno, se plantea una situación similar a la planteada hace
un siglo y medio, salvo que en aquel entonces se podía aspirar a superar los
conflictos con una revolución.
Es imposible
dar espacio a una mentalidad revolucionaria hoy erradicada del sentir y pensar
de los pueblos, que viven en estado de anestesia y resignación ante el
espectáculo insano que propone y ejecuta el neoliberalismo, en simulación de un
simulacro, en un espacio de libertad condicional que tiene como marco de
¿legalidad? el creer existir en una democracia procedimental.
La democracia
procedimental carece de todo contenido ético y no le interesa la defensa de
ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema de poder: la
democracia reducida a una maquinaria de contenido procesal; nos hemos
transformado en sociedades anónimas.
Un
totalitarismo subliminal ha sentado reales en el mundo, devenido en la puesta
en acto de conductas socioculturales y políticas compactas, con la inestimable
ayuda de las “tecnologías de punta”, que penetran la epidermis del tejido
social, degradándolo y convirtiéndolo en un objeto del destino con la valiosa
complicidad de las fuerzas vivas del capitalismo empresario, la Iglesia, las
Fuerzas Armadas y los partidos políticos, en el crepúsculo de sus funciones de
ser legítimos representantes de los pueblos.
El “estado de
las cosas” queda resumido magníficamente en esta expresión: “los presidentes
somos juguetes del poder financiero global”.
Ante esta
frase, ¿qué nos queda por hacer? me pregunto, pues nada más sepultado que el
sentido popular que desde el subsuelo, donde palpita, puede brotar algún día en
un preciso momento, en el instante decisivo, fundar nuevamente el día del
hombre trabajador, digno y puro.
El sentido
popular, que no es más ni menos que el sentir del pueblo trabajador, ha
aprendido a fuerza de soportar vigilias cada madrugada, por dónde viene el sol
todos los días y no cree que una revolución pueda ponerlo de espaldas a
oriente, para aguardar por el poniente la aurora. El sentido popular intuye que
se progresa hacia la vida en alegría de ser, no de tener.
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