LA IDEOLOGÍA DEL
SENTIDO COMÚN, DE CIUDADANOS A FALANGE
Peter Mair explicó
hace años, en su ensayo “¿Gobernar en el vacío?”, cómo las democracias
occidentales estaban experimentando un proceso de desestructuración de los
esquemas políticos tradicionales que favorecían la aparición de nuevos actores
y partidos. Esto era debido al escaso interés ciudadano en la participación
política activa. La ciudadanía se convertía así en mera espectadora.
Este proceso ha ido implantando cada vez de forma más notoria la presencia
del votante volátil, es decir, aquel que cambia de opción política con
facilidad y no está sometido a ataduras ideológicas. El conocimiento de este
mecanismo en los países de nuestro entorno ha provocado que los nuevos partidos
vean una ventana de oportunidad. Y han intentado aprovechar esta circunstancia
armándose de discursos apolíticos, desideologizados y transversales que atraigan
la mayor presencia de estos votantes volátiles. La apelación a la ideología del
sentido común es el canal discursivo usado para atraerse a estas personas.
Será precisamente esta ideología del
sentido común la gran vencedora en las próximas elecciones municipales y
autonómicas. Pese a que nadie sabe muy bien cuál es ese pensamiento que
remite a una generalidad abstracta, todas las formaciones apelan a él y dicen
estar en su espectro. Se trata de la ideología dominante, el credo de las
élites que todos aceptan como propio, cumpliendo así el papel que se tiene
asignado a los partidos políticos para perpetuar su hegemonía. Según Antonio Gramsci, no es más que el poder adicional del
que goza el grupo dominante para hacer coincidir sus intereses con los de la
mayoría.
En una sociedad completamente imbuida
por la capacidad de influencia en la opinión pública de los medios de
comunicación masivos, en el que la
videopolítica es una herramienta prioritaria, la ideología del sentido común se ha
caracterizado por ser la apelación a la mayoría mediante el uso del discurso
aceptado por los actores dominantes. No es una aceptación del pensamiento
mayoritario por parte de las élites, sino la proyección de estas ideas al resto
de la población a través de la persuasión social. El sentido común es la ideología del pensamiento único:
busca que todo continúe de la misma manera, aunque sea usado por aquellos que
dicen querer cambiarlo todo cuando lo que hacen, en realidad, es apelar en su
discurso al pensamiento unitario.
Podemos y Ciudadanos al “servicio” del
sistema
Esta ideología basada en un discurso
transversal y de mayorías, que busca el votante volátil, es la que ha permitido
estos últimos meses crecer a Podemos de
manera exponencial. Los elementos de marketing televisivo han hecho el resto.
El problema al que se enfrenta ahora Podemos es la carencia de referentes
ideológicos definidos que sustenten su marca ante la aparición de nuevos
actores políticos. Esto ha permitido la emergencia de Ciudadanos, que impulsado por los sondeos, amenaza el
pastel del votante volátil que disparaba al partido de Pablo Iglesias hacia el triunfo electoral. Con la
irrupción de la formación de Albert Rivera, el
objetivo de Podemos se ha vuelto imposible. Una gráfica de Lluis Orriols en El Diario.es explica
de forma visual la captación del voto de centro, el más volátil, por parte de
Ciudadanos en detrimento de Podemos.
La gran victoria de las élites
extractivas ha sido la de conformar un pensamiento único que difumina las
ideologías y sepulta la lucha de clases y la conciencia obrera hasta denostar
el uso del concepto de izquierdas como herramienta política, al igual que antes
ocurrió con el concepto de derechas. De esta manera se establece un discurso
hegemónico que, escudándose en el sentido común, proyecta la aceptación del
pensamiento de la clase dominante sobre los gobernados. Por ese motivo, la
aparición de Podemos y Ciudadanos, copiando el mismo discurso que UPyD, no es más que la aceptación del pensamiento
hegemónico.
Los dos partidos se convierten, de facto, en actores necesarios para la
pervivencia del sistema. Ciudadanos acepta este rol con determinación, empujado
por las élites económicas y mediáticas que ven su aparición como un engranaje
que permita la regeneración del sistema surgido de la Transición sin riesgo
para las instituciones. El caso de Podemos es diferente: implica una aceptación
de los mecanismos del sistema de forma perversa para intentar alcanzar el
poder.
La doctrina del pensamiento único
No existe partido
político que no haya sucumbido al sentido común en algunas ocasiones, o que
haya instaurado lo vacío de este concepto como eje central de su discurso. La
doctrina del pensamiento único funciona como axioma, como dogma
irrefutable que es imposible rebatir, al considerar que es algo asumido por
todos. Enfrentarse a esta afirmación supone caer en la marginación: los parias
son los únicos que se enfrentan al sentido común. Implica, en definitiva, aislarse
de la sociedad. Incluso los partidos que se han erigido en antisistemas o en
baluarte contra las normas establecidas han sucumbido a esta herramienta
conceptual con motivaciones electorales.
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