AMOR EN FUGA
POR EDUARDO SANGUINETTI
Creo
y he creído siempre, que la renuncia al amor, se base o no en un pretexto de
tipo ideológico, es uno de los grandes crímenes que, en el curso de su vida,
pueda cometer un hombre dotado de todos sus elementos constitutivos,
sensibilidad, instinto y sabiduría, cuidando de sí, en el espacio que nos
ofrece la radicalidad del amor.
Si
existe “algo” que parecía haber escapado hasta hace unos años a todo intento de
reducción, haber resistido a los más grandes dictadores de tendencias y
pesimistas, este “algo”, era el amor: único sentimiento que puede reconciliar a
cualquier ser, temporalmente o no, con la idea de la vida y su sentido.
El
discurso del amor pareciera, hoy, estar divorciado de la existencia de los
pueblos, exiliado e instalado en un espacio de soledad extrema, en un Gulag
metafórico. Un discurso despreciado a veces, ignorado, sin prácticas en las
nuevas generaciones abandonadas a las relaciones sistemáticas alienadas del
consumismo extremo, marcadas por el sistema ultraneoliberal, cual norma y regla
de existencia.
El
amor está asfixiado por la profusión de pornografía reinante. “La sexualidad se
desvanece en la sublimación, la represión se desvanece con mucha mayor
seguridad en lo más sexual que el sexo: el porno.
Las
cosas se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad”, decía el
comunicador y filósofo francés Jean Baudrillard, con quien coincido y sumo a
otros asesinos del amor: la publicidad a repetición hasta alcanzar el vértigo,
donde los cuerpos, cual objetos de consumo, se nutren de obesidad y simulada
obsesión de placer no consumado, liberado del afecto que transmiten los estados
de deseo y la sensibilidad del instante, que requieren las prácticas del amor.
El
excesivo consumo de las promociones mediáticas, en plan sistemático de
degradación de seres, deviene en que hablar sobre el amor adquiera un carácter
subversivo para quienes lo sentimos y cristalizamos como acto de vida.
Después
de celebrar orgonásticamente a Wilhelm Reich y su cultura sexual, entre los
años 60 y 80, se suceden las prácticas publicitadas por el sistema reinante
capitalista, adoptando sus fieles seguidores, cuanta tendencia se vende en
oferta de shopping periférico, como las teorías de la resistencia sexual,
eclectizando los datos: tantrismo, zen, karezza, coitus reservatus…y demasiado
atento al cuidado extremo del cuerpo en su forma, no en contenido, deviene
“cosa” acompañada de síntomas de angustia, depresión y desambiguación del ser.
A
la palabra amor, deseo humildemente restituirle su sentido de vinculación total
a un ser humano, fundada en el ineludible reconocimiento de la verdad, de
¡nuestra verdad! en un “alma y en un cuerpo”, que son el alma y el cuerpo de
aquel ser al que amamos.
Al
amor, que una inmensa mayoría de fanatizados, amargados impotentes, se han
complacido en infligirle todo tipo de generalizaciones: amor filial, amor
divino, amor a la patria, etc., para ocultar su incapacidad de amar.
El
hombre goza aún de un mínimo de libertad para creer en su libertad. Algunos
hombres somos dueños de nosotros, aún. Tan solo de nosotros depende elevarnos
más allá de la cotidianeidad y del pasajero sentimiento de “cosa archivada”.
Pues
entonces, despreciando todas las prohibiciones, sirvámonos de la vengadora arma
del sentimiento, contra la bestialidad de todos los sujetos-objetos… y amemos.
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