SEMANA SANTA
POR LEOPOLDO AMONDARAIN
La imagen de
Cristo clavado en la cruz es la reproducción más viva de los sufrimientos de
los débiles por los poderosos, de los humildes por los fanáticos del poder, de
los pobres y explotados por los déspotas imperiales apoyados por cipayos
ambiciosos y sin conciencia que explotaron y que lo seguirán haciendo mientras
no se quiera interpretar la sangre, las llagas, la carne lacerada y el
monstruoso infinito dolor y sacrificio que por amor al prójimo sufriente, que
son los míseros del mundo, hizo Cristo.
La historia se
ha repetido con un verdadero determinismo inexorable.
El imperialismo
antiguo romano apoyado por los pueblos cipayos de la época que ayudaban y
cooperaban en las depredaciones son los yanquis de ahora con sus estados
satélites Israel, Inglaterra, España, Francia, etc.
El emperador
omnipotente de antaño con sus jefes de Estado menores no menos criminales y
depredadores con los actuales Obama, Cameron, Netanyahu, y demás etcéteras.
En aquella época
se crucificaba, se laceraba y se lanceaba, se usaban potros y clavos en manos y
pies y se gozaba colocando coronas de espinas en la cabeza.
Hoy, se quema
con fuego líquido –napalm-, bacterias exterminadoras, se entierran seres
humanos vivos, no solamente ejércitos sino aldeas con civiles inermes bajo
dunas de arena, con topadoras o palas mecánicas, se borran del mapa con misiles
de largo alcance atómicos ciudades históricas milenarias –Bagdad, Basora,
Kabul, etc.- y se barre con niños y jóvenes que solo pueden responder con
piedras y ondas contra metrallas en helicópteros artillados entre otras armas.
Y todo está hermanado en iguales razones.
La ambición del
poder y las riquezas ajenas. Cristo no muere por el poder material o político.
Su poder no es de este mundo. Muere reivindicando espiritual y humanamente a
los pobres sometidos. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja
que un rico y poderoso –Obama, Netanyahu, Cameron, etc.- entre en el Reino de
los Cielos. Nadie tiene derecho de quedarse con lo ajeno, y con más razón la
vida, salvo Dios.
Y Dios hay uno
solo. Que no es por cierto Atila, ni Pol Pot, ni Hitler, ni los actuales. La
vida es sagrada ya sea la que fanáticos asesinos terroristas inmolaron en los
trenes españoles de Atocha, como los cientos de miles de vidas que para
quedarse con el petróleo en un subsuelo o territorio hemos sufrido a través del
tiempo. Jesús nos representa y lo sigue indicando con su cruz, una enseñanza de
amor pero también de resistencia estoica que solo el Hijo de Dios pudo hacer.
En medio de su
padecimiento tuvo palabras de perdón para los culpables del miserable crimen.
Perdónalos Señor, no saben lo que hacen. Claro, no obstante las magníficas
palabras llenas de infinito amor por el hombre, es obvio que hubo culpables.
Los pueblos
oprimidos son “Espartaco”, que también murió en la cruz por la libertad y
dignidad que representa Jesús. Su mensaje de amor, libertad y justicia
increíblemente sigue sin ser oído por poderosos.
La bestia
representada por los “Tiberios”, los “Herodes”, los “Poncio Pilatos” y
sacerdotes del templo como hoy los yanquis y sus socios que dicen defender el
mal sobre el bien y masacran naciones enteras que solo defienden su libertad y
soberanía, los culpables de tantos crímenes, me cuesta creer que puedan entrar
en el Reino de los Cielos.
Soy humano y no
puedo decidir, que lo haga Él. No caben dudas que hará justicia.
¡Felices
Pascuas! ¡Eguberrizoriontsuak! (en vasco).
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