DEBRIGODE
LIVE
ROBERTO
CABRERA
Revólver y crimen perfecto, Interpol. Días de enero brumosos y
con llovizna. Neblina que cuelga en
flecos blancuzcos por las ramas que giran como al son de una pavana. Muchachas deliciosas como
sirenitas de Andersen. Colonias Lynn Abart. Pero también el maltrato
continuado que termina en la venganza de Belinda, una joven con aspecto de
nórdico espectro de un país de brumas.
Con un estilo
diligente, lleno de un humor a veces histriónico, colma Debrigode sus relatos
de suspense, de desenlaces muchas veces insospechados y que mantienen en
continua brega la intuición del lector. José Calvo Poyato, quien explica el
declive de la novela popular por la llegada de
la televisión como el gran medio de distracción de masas , considera que
en los medios académicos se la consideró no solo un subgénero , sino basura
literaria ; privándole incluso su valor social y funcional , para añadir que a
diferencia de lo acaecido en Francia o Gran Bretaña donde se rinde culto como
maestros de la literatura de su época a Conan Doyle, Agatha Christie en Gran
Bretaña o Alejandro Dumas y Jules Verne en Francia, en España han sido
relegados al olvido. Pedro Víctor Debrigode escribió obra paralela, digamos que
fuera de la “mercancía” que se ofrecía como producto de consumo de una época
difícil y que debía ser abierta a la esperanza. Obra que reservó para sí como Morir por algo digno en sus dos libros: El espía inocente y El barco borracho o
Guiones argumentales. Y hay que
retrotraerse a nuestro Santa Cruz de los 50 con su vida portuaria y comercial,
de turismo americano, de cine negro y taxis descapotables e intérpretes. En esa
franja intermedia entre la silenciada vanguardia europeísta y el luego
degradado regionalismo, y la irrupción de una nueva y emergente corriente
emblematizada luego en los narradores fetasianos. Lo que reafirma la amistad
entre Debrigode y Francisco Pimentel. Se trata de un hombre augural que
ejemplifica al escritor de oficio y que hará posible que la corrupción no sea
una categoría ausente en nuestra literatura. Un hombre que rueda en un
chevrolet corbette en unos tiempos y que en otros ocupa casi todos los
presidios. En los chaplones de todos los barrios se leen sus novelas y en las
más disímiles geografías, Alemania, Francia, España, Venezuela etc. En una
cercanía física de frontón y boxeo, apuestas de gallos o ludopatía de
quinielas. De esta pura ficción era para nosotros en las cercanías de los
umbrales de nuestros hogares, los cuentos acerca de un misterioso hombre que
escribía durante la noche con varios relojes fijos a sus muñecas, que
controlaban las horas de acciones de espías que iban y venían de
interminables relatos que lo mantenían
ocupado toda la noche. Hoy que muchos escritores no consideran la ficción
policial como un lujo para un público sofisticado, ni que es rechazada por su
escaso contacto con la realidad, debe entenderse que en este caso no sólo se
cuestiona la violencia sino que la detesta. Estos escritores no tuvieron otro
remedio que ser duros, negros, que admiraron el cine y los relatos de Chandler
o Hammett y que incorporaron lecturas desde Faulkner a Hemingway o Cadwell,
Bioy Casares o Borges.
Bien es verdad,
expone Calvo Poyado que esas evidentes dotes narrativas, las circunstancias no
permitieron un desarrollo adecuado por el sometimiento a pautas de producción
como entregar un original cada par de semanas para poder subsistir.
Para contrarrestar
este ostracismo, desde el año 90 se ha venido acometiendo una ingente labor que
ha consistido en la inclusión del autor en varios volúmenes de homenaje a la
novela popular española, de Vázquez de Parga, en el ciclo del Ateneo en La
Laguna, “Algunos de los nuestros”, en la Biblioteca Jaume Fuster de Barcelona :
“Decobrir Debry”, en la presentación de “Guiones Argumentales” en la feria del
libro de Frankfurt en el número 8 de la revista “El Vigía”, o en la publicación
de “Morir por algo digno”, y en dos volúmenes de la editorial Idea, novela que
debe figurar como las de José Antonio Rial entre las destacadas como testimoniales
de la guerra civil, y que muestra de forma espectacular los momentos decisivos del golpe militar de
Franco en Santa Cruz de Tenerife.
También el texto “El
pirata negro” en radio 5 y los medios de prensa insulares. En múltiples
ediciones digitales a lo que hay que sumar este acto de hoy dentro del
centenario de su nacimiento en la biblioteca del TEA bajo el rótulo: Las vidas de sus seudónimos en la novela
popular española, así como las recientes ediciones que a partir de la de
Akal Ediciones se han venido sucediendo.
Sabemos que hoy
existe un auge y renovación de la novela de género y que especialmente en
Canarias se está con vehemencia produciendo; y por ello resulta más que
necesario un acto como este donde se reconozca el legado de Pedro Víctor
Debrigode por parte de autores y editores , dejando bien a las claras y no
desde posiciones políticas precisamente, que la sociedad tinerfeña no ha dejado
en el olvido a tan valioso narrador quien incluso tomó como fondo y llevó al
papel el paisaje de algunas de nuestras ciudades con enorme creatividad desde
su más temprana juventud.
La modernidad de su
prosa, el acento de sus diálogos, su capacidad para el manejo del argot y
muchos mas detalles de su técnica han
sido ya analizados con profusión por uno de sus mejores mentoras, el profesor
ovetense Luis Manuel del Valle. No digamos nada de su meticulosidad al retratar
el alma de las cosas, las más difíciles facciones de sus personajes que son
fijadas con el mejor arte fotográfico y aunque el mismo confiese que no escribe
para describir perfiles psicológicos, cuando debe hacerlo los clava como el
anillo al dedo.
Las citas y
referencias cultistas son múltiples pero siempre necesarias al texto y por allí
aparecen desde Verlaine a Lorca, Cyrano
de Bergerac o Rimbaud. Cada uno en su
oportuno sitio. Lo coloquial, en esa fusión impetuosa del narrador con lo culto
e incluso lo filosófico o científico, presta al texto profundidad y frescura.
Las inflexiones políticas de sus personajes tampoco pasan desapercibidas. Rompe
tópicos y se hace un deconstructor de tipismos que casi siempre acaban en el
cubo de la basura. Combatiendo constantemente su perversa e irónica soberbia
hasta asentarse en una bárbara naturalidad y las más de las veces por más que sea
arrastrado por sus personajes a la desbordante pasión, planean en sus párrafos
el dominio de los clásicos y una ética nicomáquea, para cada una de las
acciones humanas. Son maniobras de desocultamiento, las que emprende su prosa,
reconocimiento expreso de la condición
humana, y en el fondo de una supuesta arrogancia, una nobleza suprema.
Resulta sorprendente por otro lado, su huída de los grandes
discursos ideológicos, su vehemente descaro en encontrar la virtud de la
justicia. Todos aquellos antihéroes contribuirán a que los pillos reciban su
merecido, gracias a una moral que no estuvo precisamente tan vigente en la
época en que fustigó con sus relatos ese anhelo de libertad del que se arrogan
muchos de los grandes literatos; mientras que este escritor de oficio marcó a mas de uno con su
velado pero contumaz ideal democrático.
Con hombres de la
generación de Debrigode comienza sin duda el proceso de desideologización,
de desenmascaramiento de cruzadas y yihad, y tal como mencionamos al principio,
si no fuera por unas circunstancias tan adversas según se relata en su
biografía, estaríamos hablado hoy de un Norman Mailer, Graham Green, John Le
Carré, Conan Doyle o Joseph Conrad y de novelas como El Topo, El Inocente, El
Hombre que fue jueves, El Corresponsal, o 39 Escalones. El fantasma de
Harlot o El último saludo.
Títulos que citan los especialistas como lo más destacado del espionaje como
género. Seguramente algunas de estas obras fueron llevadas al cine, y a mí
personalmente me hubiese encantado en este centenario ofrecer al público
mientras ojea la inmensa obra de Pedro Víctor de Debrigode, los acordes de
temas de jazz como: El hombre del arma
dorada, de Elmer Bernstein. La Anatomía
de un asesinato de Duke Ellintong, Sweet
smell of success Elmer, de Chico Hamilton, Odds against tomorrow de John Lewis. Infierno privado de Leith Stevens, Jazz Crimes o Grisbi de
Jaques Becker, con diálogos de Albert Simonin, que tan adecuadamente
transcribió Debrigode y música de Jean Gabin y Lino Ventura.
Y porque tengo claro
que esta obra que he venido a presentar nuevamente, tras una década de su
publicación, no lleva como titulo Guiones argumentales de forma
arbitraria, sino que se acomoda a la perfección al cine negro y que un día más
temprano que tarde alguien la descubrirá para llevarla a la pantalla.
La primera novela
policíaca que leí, la compré por mi cuenta siendo un preadolescente en un
kiosco de la Plaza Militar, en uno de tantos puestos de alquiler de novelas
populares, a pesar de no recordar su título si recuerdo que transcurría en la
Costa Brava y uno de los personajes conducía un Packard, coche del que se decía
que contaba con la garantía de que era imposible que volcase y quedase panza
arriba, en cuyo caso el concesionario se obligaba a facilitarle al cliente uno
nuevo. En otra escena una mujer espía que se duchaba, supo que alguien entraba
en el apartamento por la corriente de aire que producía el abrir la puerta de
su apartamento. Aquello no lo he olvidado y me asalta la duda de si no sería
algún heterónimo del vecino Debrigode quien la hubiese escrito. Quién nos iba a
decir que en días de fiebre infantil nuestra compañía era la de este tan
cercano escritor con sus pulps y cuentos bélicos, del oeste o policiales. Y
también nuestros amigos, nuestras hermanas o amigas que disfrutaban con
aquellas espléndidas entregas de series románticas. Para cada una de las
presentaciones de Debry, logramos cubrir aforo, una carpa en la plaza de
España, llena de encuentros inesperados u otra en el Centro de la Cultura en La
Laguna donde con inusitada delectación escuchaban atentamente algunos de los
más prestigiosos sociólogos, investigadores del antiguo Santa Cruz. Quedaron
sorprendidos con el texto La tertulia
Debrigode, colaboración inesperada que recibimos en la redacción de la
revista de la que cito un fragmento:
Me llamo Sergio Gutiérrez y he recibido una información respecto
a la atención que ha despertado Pedro Víctor Debrigode. Le conocí
personalmente, siendo yo muy pequeño, ya que visitaba mi casa con frecuencia,
prácticamente, todas las tardes, donde merendaba con nosotros. Se reunían
también, algunos hijos de Ramón Gil Roldan (especialmente Julio, Ramón y a
veces Inocencio), Arístides Ferrer, Crosita, Virgilio Díaz Llanos, Román
Morales Rufino y su hijo Román, Hernández Abad (propietario de una bodega en
Guamasa: ¡el vino no podía faltar!), algunos componentes de la "compañía
de zarzuelas" de la Masa Coral tal como Jesús (jefe de taller de la
Mercedes), y varios mas. Desde luego estaba también un tal Galván (tenia unos
18 hijos) de la Cuesta, hombre de 140 kilos de peso, que era el chofer
"oficial" que distribuía a los contertulios que lo necesitasen, y los
llevaba en un Ford 5 descapotable o bien en un Packard, que trajo Román Morales
Rufino de América y que fue de la Policía de EEUU, y en el que se le veían todavía
los agujeros de bala en la carrocería. El motor de este Packard fue colocado,
posteriormente, en una guagua para servicio público que condujo Galván. Muchas
historias e infinidad de anécdotas de la época conoce Román Morales Ruiz, que
las vivió; él mismo fue cantante barítono y bajo en la Masa Coral, y en una de
sus intervenciones en la Península fue escuchado por elementos de la Opera de
Milán que se lo quisieron llevar. Alguna vez estuvo también Rafael Martín
Morales (yo no lo conocí) que fue Ayudante de Cámara de Alfonso XIII, a quien
Román Morales Rufino (eran primos) le había "prestado" los títulos de
Conde de Castellón y Marques de Figueres para que los usase. Rafael Martín
Morales tenia un enorme parecido físico con el Rey, tanto que lo sustituía en
actos sin importancia.
Como decimos, Pedro Víctor Debrigode, es
un escritor que poco a poco va emergiendo del ostracismo gracias a las
antológicas que se han venido editando sobre "novela popular" y a la
paciente labor de sus biógrafos y fieles lectores. Ya ha pasado un tiempo desde
la emocionante presentación de nuestra publicación El Vigía 8 hasta hoy, cuando
entonces tratábamos de ahondar en la genealogía de este narrador, creyendo
visualizar un tiempo que coincide con la recuperación de otros narradores
coetáneos; trazamos entonces una cartografía homónima a la situación para
completar en aquella cercanía física, la atmósfera de una época, marcada por
muchos signos, tatuada a golpe de exclusiones, marginaciones y también
represión.
Se ha dicho que se escribía para escapar
del ahogo de un mundo belicoso e irracional y falto de aliento democrático,
pero se olvida a menudo que el mundo presentido es el único cierto, el edificio
del arte como reflejo de un modelo de vida mejor.
Y hay un fantasma de Poe que recorre los
barrios, y que habla con esos narradores de soledad y secretos martirios, de
exculpaciones y remembranzas. Por eso mismo hoy Debrigode vive y está con
nosotros en la tensión de sus relatos, en sus pócimas de farmacopea, en la
tipología profusa de las aguas de la criminología, que son de puro cine negro,
y que nos aguarda en cada esquina de sus descripciones como una guirnalda
prieta de suspense.
La juntacadáveres, el hombre anónimo del
pasillo de la muerte, la celopatía que lleva al envenenamiento, o la noticia
enlutada que acecha a unos amantes en la madrugada. No hay respiro frívolo ni
finales felices a pesar de que el lector se contagie de un humor histriónico.
Ser el forense del estereotipo que encubre al hombre de carne y hueso es lo que
practica Debrigode en estos relatos. Mostrando el poder y la miseria en la
lucha asertiva, y hurtándoselo constantemente a aquél que nos aplastaba el
cordón umbilical de la libertad en cada uno de nuestros derechos.
Vimos cruzar muchas veces al azar durante
nuestra investigación y si aquella cartografía nos llevó a una antropología
urbana, a una genealogía de un barrio de escritores, la narrativa policial nos
reclama un estudio exhaustivo más allá de una enumeración de los "delitos"
y “casos”, a la busca de las arbitrarias razones, políticas, morales y de otra
índole que se exhiben en cada texto como una cruel copia de una realidad
torturadora que la rebasa continuamente.
Se afirma que la crítica suele ser
disección, tarea de taxidermista en ocasiones, pero tratándose ya de uno de
nuestros inseparables compañeros de juego, es mejor que ese menester le plazca
al convidado, pues a mi ver que cada uno de estos personajes que Debrigode
hibernó para nuestro gusto, cada una de las veces que su héroe practica una
autopsia, se acerca y nos mira, y se coloca muy muy cerca de nuestra fresca
retina.
@ Roberto Cabrera
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