Páginas

miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿Cómo que no se puede insultar?

¿Cómo que no se puede insultar?

ESCRITO POR  FRANCISCO SANZ

  La teoría de la pendiente resbaladiza

¿Cómo que no se puede insultar? La próxima, ¿cuál será, que no podemos ver porno? Aun recuerdo aquella vieja discusión, si veías pornografía encontrarías más dificultad en sublimar hacia las cosas espirituales los impulsos sexuales, o te convertirías en un salido, o ya puestos, en un acosador, en un potencial maltratador de mujeres o violador. Si empiezas insultando acabarás pegándote, no se te pasarán las ganas de pegarte reduciendo a palabras tus ganas de hacerlo, del mismo modo que a fuerza pajas no se te acabarán las ganas de dejar de hacer el tonto con las tías.

   La teoría de la pendiente resbaladiza: primero acaban con los simpatizantes no comprometidos, luego con los enemigos, luego con los indiferentes, luego contigo. Primero aceptas una birra, luego un canuto, luego sexo sin goma y finalmente una aguja. El argumento en contra del derecho a morir de mayor fundamento es también el denominado peligro de la “pendiente resbaladiza”, es decir, que el reconocimiento de la excepción de un caso determinado lleve a aceptar nuevas excepciones por razones parecidas y de consecuencias inaceptables y ponga en peligro el respeto a la vida humana en general y a determinadas vidas de personas que no quieren morir en particular: enfermos, viejos, solitarios o discapacitados.

  El camino del “lleva a” al “vale por” es una cuestión de imaginación, de imaginación y de buena voluntad, por supuesto. Decía Kant que de todo se puede tener demasiado excepto de buena voluntad, sin ella ni nueva constitución ni estado federal son posibles. Sin ella no podemos pensar por gradientes, tenemos que hacerlo por cortes. Espero que siempre nos quede el sarcasmo, es decir llamar ¡inteligente! al tonto de turno, al menos no te puede decir que ¡y tú más! o ¡tu padre!, sin que te sientas insultado si no quieres; después de todo los tiempos del que “no insulta el que quiere si no el que puede”, con la prohibición de insultar quedan reducidos a que tienes el derecho a sentirte insultado por cualquiera. Eso de creer que el loro no sabe lo que dice cuando nos insulta es no quererse ofender, pero el loro nos mira cuando nos insulta, no creo en su buena voluntad.

  El “si no fuera por” o el “si quisiera podría” son juegos a los que las gentes nos prestamos, otras maneras de relacionarnos con una autoridad a la que no reconocemos legitimidad, es decir que no obedecemos voluntariamente. El poder ser insultados por personas que despreciamos siembra dudas acerca de la realidad de nuestro orgullo. ¿Cómo podemos desear la aprobación de personas que no creemos que tengan una autoridad legítima y por ende someternos voluntariamente a ellas? El terminar vinculados a figuras fuertes que no creemos que sean legítimas por mucho que las rechacemos no habla bien de nosotros, el prestarse a ser sometidos por la fuerza o por la fuerza de la costumbre tampoco.

  El arte de insultar y motejar es clave en una época en la que se impone una retórica epidíptica, la retórica del elogio y del insulto. Suele haber mucha más injusticia en un elogio que en un insulto, no olvido que la mejor manera de insultar a un príncipe es alabarle por cualidades que no tiene. Y digo esto a sabiendas de que me comporto de una manera extraordinariamente torpe cuando me elogian o insultan, no soy capaz de responder a una alabanza o a una ofensa de una forma adecuada. Eso sí, unas pocas horas más tarde, vuelvo a ser arrogante, introvertido, sutil, feliz. Como si tal cosa. Agravio olvidado, no perdonado.
 
    “Triste de mi, sin límite que mida/ lo que un engaño al sufrimiento cuesta,/y sin remedio que el agravio pida./¡Ay de aquel alma a padecer dispuesta,/ que espera su Raquel en la otra vida/ y tiene a su Lía para siempre en esta!”. Eso de los insultos es muy propio de machos, o al menos de quijotes. Creo que de Cervantes es aquello de que “las mujeres, los niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse aunque sean ofendidos no pueden ser afrentados. Porque entre el agravio y la afrenta hay esa diferencia, como mejor vuestra excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte sin que afrente”. El insulto tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario