¿Cómo que no
se puede insultar?
ESCRITO POR FRANCISCO SANZ
La
teoría de la pendiente resbaladiza
¿Cómo que no se
puede insultar? La próxima, ¿cuál será, que no podemos ver porno? Aun recuerdo
aquella vieja discusión, si veías pornografía encontrarías más dificultad en
sublimar hacia las cosas espirituales los impulsos sexuales, o te convertirías
en un salido, o ya puestos, en un acosador, en un potencial maltratador de
mujeres o violador. Si empiezas insultando acabarás pegándote, no se te pasarán
las ganas de pegarte reduciendo a palabras tus ganas de hacerlo, del mismo modo
que a fuerza pajas no se te acabarán las ganas de dejar de hacer el tonto con
las tías.
La teoría de la pendiente resbaladiza:
primero acaban con los simpatizantes no comprometidos, luego con los enemigos,
luego con los indiferentes, luego contigo. Primero aceptas una birra, luego un
canuto, luego sexo sin goma y finalmente una aguja. El argumento en contra del
derecho a morir de mayor fundamento es también el denominado peligro de la
“pendiente resbaladiza”, es decir, que el reconocimiento de la excepción de un
caso determinado lleve a aceptar nuevas excepciones por razones parecidas y de
consecuencias inaceptables y ponga en peligro el respeto a la vida humana en
general y a determinadas vidas de personas que no quieren morir en particular:
enfermos, viejos, solitarios o discapacitados.
El camino del “lleva a” al “vale por” es una
cuestión de imaginación, de imaginación y de buena voluntad, por supuesto.
Decía Kant que de todo se puede tener demasiado excepto de buena voluntad, sin
ella ni nueva constitución ni estado federal son posibles. Sin ella no podemos
pensar por gradientes, tenemos que hacerlo por cortes. Espero que siempre nos
quede el sarcasmo, es decir llamar ¡inteligente! al tonto de turno, al menos no
te puede decir que ¡y tú más! o ¡tu padre!, sin que te sientas insultado si no
quieres; después de todo los tiempos del que “no insulta el que quiere si no el
que puede”, con la prohibición de insultar quedan reducidos a que tienes el
derecho a sentirte insultado por cualquiera. Eso de creer que el loro no sabe
lo que dice cuando nos insulta es no quererse ofender, pero el loro nos mira
cuando nos insulta, no creo en su buena voluntad.
El “si no fuera por” o el “si quisiera
podría” son juegos a los que las gentes nos prestamos, otras maneras de
relacionarnos con una autoridad a la que no reconocemos legitimidad, es decir
que no obedecemos voluntariamente. El poder ser insultados por personas que
despreciamos siembra dudas acerca de la realidad de nuestro orgullo. ¿Cómo
podemos desear la aprobación de personas que no creemos que tengan una
autoridad legítima y por ende someternos voluntariamente a ellas? El terminar
vinculados a figuras fuertes que no creemos que sean legítimas por mucho que
las rechacemos no habla bien de nosotros, el prestarse a ser sometidos por la
fuerza o por la fuerza de la costumbre tampoco.
El arte de insultar y motejar es clave en una
época en la que se impone una retórica epidíptica, la retórica del elogio y del
insulto. Suele haber mucha más injusticia en un elogio que en un insulto, no
olvido que la mejor manera de insultar a un príncipe es alabarle por cualidades
que no tiene. Y digo esto a sabiendas de que me comporto de una manera
extraordinariamente torpe cuando me elogian o insultan, no soy capaz de
responder a una alabanza o a una ofensa de una forma adecuada. Eso sí, unas
pocas horas más tarde, vuelvo a ser arrogante, introvertido, sutil, feliz. Como
si tal cosa. Agravio olvidado, no perdonado.
“Triste de mi, sin límite que mida/ lo que
un engaño al sufrimiento cuesta,/y sin remedio que el agravio pida./¡Ay de
aquel alma a padecer dispuesta,/ que espera su Raquel en la otra vida/ y tiene
a su Lía para siempre en esta!”. Eso de los insultos es muy propio de machos, o
al menos de quijotes. Creo que de Cervantes es aquello de que “las mujeres, los
niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse aunque sean ofendidos no
pueden ser afrentados. Porque entre el agravio y la afrenta hay esa diferencia,
como mejor vuestra excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede
hacer, la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte sin que
afrente”. El insulto tampoco.
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