MATE A UN
NEGRO, QUE ES GRATIS
ESCRITO POR DAVID TORRES
La historia que
mejor explica el gobierno de Obama era una que contaba el gran Gila, sobre dos
desconocidos que se encontraban paseando por la calle y uno le decía de repente
al otro:
–Usted es
negro.
–No.
–Usted es
negro.
–Que no.
–Usted es
negro.
–Yo que voy a
ser negro.
–Que usted es
negro.
–Déjeme en paz,
por Dios.
–Pero usted es
negro.
–De acuerdo,
usted gana. Soy negro.
–¡Coño, no lo
parece!
Efectivamente,
no lo parece. Todavía hay ilusos que piensan que todo iba a cambiar en Estados
Unidos únicamente por el hecho de sentar a un negro en la silla del presidente.
Para desilusionarlos, ahí sigue la misma política exterior de siempre, ahí
siguen los negros inocentes muertos a balazos por la policía y ahí sigue
Guantánamo. Es extraño que pensaran que algo sería distinto en ese curioso país
defensor de las libertades que se construyó asentado sobre dos pilares básicos:
la esclavitud y el genocidio de las tribus indias. Es cierto que muchas otras civilizaciones
han prosperado gracias a la esclavitud y al genocidio, pero no después de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos; un documento que es la base de
la constitución estadounidense y con el que sus políticos se limpian
puntualmente el culo. Más extraño todavía es que pensaran que la elección
democrática de un moreno hawaiano iba a suponer el fin del racismo, cuando ni
siquiera la abolición de la esclavitud (la gran coartada moral para masacrar la
escisión de los estados sureños) significó gran cosa en la práctica. Es que hay
gente que no se entera de que la Casa Blanca se apellida blanca por algo.
Gila era tan
bueno que hacía los chistes con décadas de adelanto, incluso los profetizaba en
otra cultura y en otro continente. Si la muerte de Michael Brown sigue siendo
noticia no lo es porque un botarate uniformado lo asesinase a tiros, sino
porque su ciudad natal, Ferguson, se ha levantado harta de la indecencia y la
impunidad del jurado que lo ha declarado inocente. “Volvería a hacerlo” ha
confesado Darren Wilson, algo de lo que no nos cabe duda alguna. ¿Por qué?
Porque puede, porque era negro y pobre, y ametrallar a un negro pobre en los
Estados Unidos sale gratis. Brown (qué terrible apellido) no es el primer negro
ni el segundo que tiene la mala suerte de tropezar con el policía equivocado. A
esta extendida costumbre del tiro al negro le dedicó Bruce Springsteen una
canción, American Skin (41 Shots), que narraba el homicidio de Amadou Diallo a
manos de una brigada policial cuando al pobre hombre se le ocurrió la infeliz
idea de ir a echar mano de la cartera para sacar su documentación. Lo
acribillaron vivo, 41 disparos, como reza el subtítulo de la canción, de los
cuales lo alcanzaron 19. A los agentes por poco les dan una medalla.
Hace apenas
unas semanas se hizo público que el FBI estuvo implicado en el asesinato de
Martin Luther King (como si no lo supiéramos) y la noticia tuvo menos
repercusión que cuando a Janet Jackson se le escapó una teta en un concierto
televisado. Sé que hay muchos lectores políticamente correctos y de buen
corazón a los que quizá les ha molestado mi coloreada adjetivación: “moreno”,
“negro” en lugar de “afroamericano”. Lo sé, son más o menos los mismos que se
echan las manos a la cabeza cuando un alma bendita como Mariló Montero habla de
los “negritos”, pero que apenas se sorprenden cuando un policía homicida sale a
hombros de un juzgado sólo porque la piel de la víctima ya era una sospecha y
una prueba. También están los que se extrañan de que una muchedumbre entera
tome una ciudad y se ponga a incendiar calles, tiendas y automóviles, en lugar
de quedarse tranquilamente en casa, como el Tío Tom que se sienta en el trono
de Lincoln. Disculpen el humor negro pero es que hoy no me salía de otro color.
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