LOS DIOSES Y EL ABORTO
LAURA GAELX MONTERO
La Conferencia Episcopal ha dado el previsible tirón de orejas
al Gobierno por desistir de legislar como delito lo que la iglesia católica
considera un pecado. En este caso, la interrupción voluntaria del embarazo. Se
ha hablado mucho de los fines electoralistas, algo del papel del movimiento
feminista y el sentir social general y apenas nada del reequilibrio de
influencia que se ha producido entre el poder eclesiástico y el estatal tras la
destitución de Rouco Varela.
En la nota publicada esta semana tras la reunión de la Comisión
Permanente, el máximo órgano católico en España ha afirmado que la retirada del
“anteproyecto de Ley para la protección de la vida del concebido y de los
derechos de la mujer embarazada” supone un obstáculo en la construcción de una
“sociedad democrática, libre, justa y pacífica”.
El comité, compuesto exclusivamente por varones célibes de edad
avanzada, afirma conocer bien “los sufrimientos y carencias de muchas personas”
para quienes ofrece “caridad, que es el distintivo de los discípulos de Jesús”.
En su rechazo a la actual legislación sobre el aborto no se hace ninguna
alusión al concepto de pecado ni tampoco a una de las creencias básicas de las
religiones monoteísetas, como es el alma. En cambio sí se alude a “la ciencia”
en esta argumentación que mezcla derechos humanos con principios morales.
La “vida” a la que alude constatemente el lobby católico no se
refiere, obviamente, a la capacidad de vida autónoma, es decir, a la viabilidad
extrauterina del feto. Tampoco tiene que ver con el concepto de vida manejado
por la biología y que abarca desde organismos unicelulares hasta complejos
vertebrados. Su concepto de vida humana está determinado por la unión de un
alma espiritual con un cuerpo material. ¿Pero en qué momento exacto se produce
este milagro?
La respuesta a esta cuestión ha variado enormemente a lo largo
de la historia del cristianismo. El padre de la patrística, Agustín de Hipona,
afirmaba en el siglo V que el aborto no constituía un homicidio ya que no puede
haber “alma viva” en un cuerpo incompleto que no puede valerse de sus sentidos.
Durante la Edad Media y Moderna el debate continuó, si bien había cierto
consenso teólgico en torno a la teoría de la hominización retardada. Según
esta, el alma se introduce en el feto a los 40 días de la concepción, en el
caso de los varones, y a los 80, en el caso de las mujeres.
Hasta aproximadamente los años 30 del siglo XX no se llega a la
postura actual defendida por la doctrina católica, que asegura que Dios insufla
el alma al cigoto en el mismo momento de la concepción. De ahí se deriva la
actual condena al aborto voluntario, aunque deja muchos interrogantes abiertos,
como si se debe bautizar al feto en los abortos espontáneos tempranos, por
ejemplo. No obstante, algunos teólogos y teólogas, así como organizaciones como
Católicas por el Derecho a Decidir, no consideran que esta práctica sea
moralmente recriminable en todos los casos y de forma absoluta.
Según la religión islámica, la vida humana no comienza con la
concepción sino que se va formando de forma gradual hasta que en un determinado
momento, que la mayoría de corrientes sitúa en torno a los 120 días, el
espíritu entra en la carne. Aunque las posturas sobre el aborto varían
considerablemente, en general se considera que la vida de la madre prevalece
sobre la del feto. En muchos países islámicos se permite la interrupción
voluntaria del embarazo en el supuesto de que peligre la salud física o mental
de la madre, aunque en algunos se exige autorización paterna o marital. En
países como Túnez o Turquía, sin embargo, el aborto es legal dentro de un
plazo, sin restricciones.
Aunque el judaísmo no considera el feto como una entidad
independiente, sólo permite el el aborto por libre decisión de la madre en caso
de que su vida corra peligro. El hinduísmo, otra de las religiones mayoritarias
en el mundo, mantiene una actitud compleja respecto al momento de inicio de la
vida espiritual y el aborto. Por su parte el budismo no cree en la existencia
de almas individuales creadas por una divinidad antropomorfa. Consecuentemente,
los países mayoritariamente budistas tienen legislaciones permisivas y dejan
que cada persona realice su particular valoración moral.
En un estado democrático y laico, los designios de las
diferentes divinidades no pueden determinar la legislación civil. Sin embargo,
la jerarquía católica actúa como un lobby político que busca dinero, poder e
influencia en la esfera pública. Los obispos deberían aprovechar la retirada
del ambicioso Rouco Varela para cambiar de aires y limitarse a recordar a sus
seguidores qué es virtud, qué pecado y qué recompensa o castigo ha prometido su
dios para cada tipo de acto.
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