EL CAPITALISMO CONTADO POR LOPE DE VEGA, MARTY MCFLY
Y SARKOZY
DAVID BECERRA
¿Recuerdan
cuando, una vez reconocida la magnitud de la crisis financiera global, en
septiembre de 2008, Nicolas Sarkozy pronunció un discurso en el que señalaba la
necesidad de refundar el capitalismo y de construir un capitalismo sobre bases
éticas, con rostro humano? Sí, seguro que lo recuerdan. Cómo olvidarlo…
Las
palabras del otrora presidente francés no tenían más objetivo que salvar el
capitalismo, tratando de hacernos creer en la existencia de un capitalismo
bueno. Había que hacerle un lavado de cara al capitalismo, apartando a los
corruptos y especuladores, para comprobar que el capitalista seguía siendo el
mejor de los sistemas posibles. Cuando se hizo evidente la crisis y el
capitalismo mostró su más despiadado rostro, su verdadero rostro, Sarkozy debió
sentir la misma perplejidad que sintió Marty McFly, el protagonista de Regreso
al futuro, cuando, tras hacer unos viajes en el tiempo a bordo de un DeLorean,
regresa a su presente y descubre que nada es como era. El capitalismo pop de la
primera entrega de la trilogía, retratado con colores vivos, música bailable,
refrescantes bebidas gaseosas e incluso la posibilidad de la rebeldía, había de
pronto desaparecido. La ficticia ciudad californiana de Hill Valley era ahora
un foco de delincuencia, violencia, corrupción y oscuridad. No quedaba nada de
la luz y de la libertad que McFly recordaba. Incluso su casa está habitada por
negros, por supuesto armados. El malvado Biff se había apoderado de la ciudad
tras enriquecerse con las apuestas, después de recibir de quien decía ser su
“yo” del futuro un almanaque en el que figuraban todos los resultados
deportivos desde 1950 hasta el año 2000. Por culpa de Biff, Hill Valley se
había convertido en un casino. La paz social de la aconflictiva Hill Valley de
la primera parte, representación simbólica del capitalismo bueno, fue
corrompida al subir al poder el déspota Biff. Su ascensión representa la
posibilidad de la existencia de un capitalismo malo, si dejamos su gestión en
manos de especuladores y corruptos; su caída final, el happy end fílmico, nos
recuerda que es posible un capitalismo bueno, con rostro humano: basta con
apartar del poder a personajes como Biff. En definitiva, lo mismo que dijo
Sarkozy en septiembre de 2008.
La
explicación de la crisis y la reivindicación de un capitalismo bueno no es nada
original; en realidad, no es más que una especie de reformulación o reescritura
de las comedias neo-organicistas de Lope de Vega. Todas siguen un idéntico
esquema, muy similar al trazado por Sarkozy y Marty McFly. Tomemos como ejemplo
Fuenteovejuna, posiblemente su obra más leída y conocida. La trama transcurre
en un pueblo cordobés llamado Fuenteovejuna, en la época de los Reyes
Católicos, donde los lugareños sufren la tiranía del recién llegado Comendador,
Fernán Gómez. Su abuso de poder, su carácter dominante, la mala gestión
económica que hace del lugar, que deja el pueblo en escasez de alimentos, así
como su costumbre de violar a las mujeres que voluntariamente no ceden a sus
encantos, provoca que el pueblo se levante contra la autoridad y termine
asesinándolo. Su muerte supone el triunfo de la justicia popular. La llegada,
al final de la obra, de los Reyes Católicos sirve para reafirmar el
restablecimiento del orden en Fuenteovejuna.
Pero
en ningún momento se cuestiona en Fuenteovejuna el sistema establecido. No
cometamos el error de deshistorizar la literatura y creer que en Fuenteovejuna
están las bases de la revolución popular, como a veces se ha leído esta obra.
Al contrario, Fuenteovejuna es una obra en extremo conservadora. Esta obra de
Lope de Vega solamente reconoce que el sistema disfunciona en algunos aspectos
pero ni mucho menos se cuestiona en ella el sistema en su totalidad. Únicamente
señala que hay que extirpar el cuerpo corrupto de la sociedad, aquello que
provoca que la sociedad sea imperfecta y tenga sus fallas, pero asimismo se
reconoce –en la misma estructura de la obra– que una vez apartados los
elementos corruptos que degradan la sociedad, será posible que todo vuelva a la
normalidad y todo marche según su correcto funcionamiento. En Fuenteovejuna el
sistema no falla, lo que falla son individuos concretos que hay que apartar –el
sistema funciona bien precisamente porque es capaz de apartarlos a tiempo,
sugiere la obra–, porque como todo lo que tiene que ver con lo humano en
desemejanza con lo divino, puede corromperse hasta pudrirse (es lo que separa
al hombre de Dios, al cuerpo del alma, según la ideología organicista
feudalizante que reproduce el texto). En definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy
en septiembre de 2008.
Pero
no existe un capitalismo bueno. El capitalismo, por su propia esencia, o mejor
sería decir por su propio funcionamiento objetivo, es en sí mismo corrupto.
Cuando empezó la crisis parecía que Marx resucitaba, que el marxismo iba a
volver a ser el instrumento más apropiado para explicar el capitalismo y sus
crisis sistémicas, copando portadas, encabezando El manifiesto comunista las
listas de libros más vendidos. Pero pronto nos olvidamos de nuevo de Marx y nos
entretuvimos buscando a Biff y al Comendador. Desde Bárcenas hasta las tarjetas
negras de Blesa y compañía, pasando por los ERE y el caso Pujol. Pero no se
trata –sólo– de apartar a los corruptos para que el capitalismo nos muestre su
mejor rostro y de este modo se pueda asentar sobre bases éticas. No se trata de
eso precisamente porque la corrupción es parte consustancial del capitalismo.
Forma parte de su estructura misma. A veces nos sacude la nostalgia y nos gusta
pensar en que hubo un día en que todo marchaba un poco mejor, que sonaba música
bailable, que bebíamos refrescantes bebidas gaseosas e incluso la rebeldía
estaba permitida; pero no nos equivoquemos, en esos días en tecnicolor, que
parecen contrastar con estos tiempos sombríos, el capitalismo no era más bueno
que éste de ahora. Es el mismo.
No
nos conformemos con apartar a especuladores, a corruptos, a Biff, al
Comendador, a Bárcenas. Decía Brecht que de nada vale denunciar el fascismo si
no se denuncia el capitalismo que lo origina. Con la corrupción, sucede algo
parecido. No se trata, pues, de terminar únicamente con la corrupción sino con
el capitalismo que la genera. De lo contrario, acaso no estaremos sino
regresando al pasado, no construyendo futuro.
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