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miércoles, 23 de julio de 2014

FESTEJEN, HERMANOS LATINOAMERICANOS




FESTEJEN, HERMANOS LATINOAMERICANOS
EDUARDO SANGUINETTI, FILÓSOFO RIOPLATENSE

¿Cómo ser objetivo? ¿Cómo ser justo? ¿Cómo ser exacto? ¿Cómo decir la verdad “verdadera” y no la que yo deseo? Estas preguntas surgen luego de asistir con pena al festejo de nuestros “hermanos latinoamericanos” por el triunfo de Alemania frente a Argentina en la final de la Copa del Mundo-Brasil 2014.

El diario New York Times, desde sus páginas, mostró la impopularidad de la selección argentina: solo un 20% de los chilenos, un 14% de los colombianos, un 7% de los costarricenses y un 6% de los mexicanos se declaraban seguidores del equipo liderado por Lionel Messi.

Como ciudadano argentino, siento que accionar del modo como lo han hecho pueblos de la América del Sur es desleal y roza la discriminación. Los pobres argumentos que se exponen, donde se habla de la “famosa fanfarronería porteña” o la “soberbia de los argentinos” y demás nimiedades que no llegan a articular una razón con peso específico y que den por justificados los festejos del gol de Alemania, dan concretas muestras de resentimiento, mediocridad, envidia y deslealtad, lo que debería ser tratado en sedes de organismos como la OEA, Unasur, pues el festejo se dio en un porcentaje demasiado significativo, en ciudades y pueblos de las naciones que conforman nuestra Suramérica.

El día del partido Argentina-Bélgica, el capitán del equipo argentino, Lionel Messi, leyó una declaración que transcribo: “Rechazamos de todo corazón la discriminación de cualquier tipo, ya sea racial, de género, de orientación sexual, de origen étnico o religioso. Usando el poder del fútbol podemos ayudar a erradicar el racismo y la discriminación de nuestro deporte y de la sociedad. Prometemos perseguir este objetivo y les pedimos que se nos unan en esta lucha”. Estas palabras, nutridas de sentido a favor de la integración, pueden hacernos meditar en paz y silencio hasta llegar a convencernos de que, desde la promoción de la diversidad y el respeto del derecho a la igualdad, aceptando la diferencia, es posible crear un espacio libre de discriminación, racismo y xenofobia.

Argentina ha sido desde su independencia una nación que ha recibido a los más diversos grupos y etnias del planeta. Conviven en armonía las diversas inmigraciones que se fueron sucediendo a lo largo de doscientos años de historia, teniendo trabajo, educación, salud pública y gratuita. Pueden acceder a puestos de importancia en el acontecer social, cultural y político de esta nación sin discriminaciones de ningún tipo. A diferencia, por ejemplo, de Alemania “la festejada”, donde ser inmigrante tiene un alto precio.

Pero el problema está también en la persistencia de colonialismos restringidos en el seno de nacionalismos y localismos. Pues a menudo se trata de trincheras frente a la incertidumbre de un mundo que ya no se comprende. Y olvidando que la memoria comienza a cada instante, la resistencia a la integración fuerza también un crecimiento que vuelve simulada la diferencia, la convierte en folclore, en la detención de una génesis que inevitablemente se producirá en la relación, hoy demasiado lejana.

La fragmentación y balcanización de América Latina es la esencial y puntual razón para que el imperialismo siga existiendo en estas tierras, devastando nuestras tradiciones, nuestras culturas en franca desaparición e imponiendo su política de vasallaje y esclavitud, implementada por las multinacionales de tendencia neoliberal, que pareciera tienen sitio de honor en nuestros territorios y nuestras comunidades.

En consecuencia, quien se niega a considerar el problema de la división y fragmentación de nuestra América Latina, en naciones divorciadas y a veces enfrentadas engaña a los pueblos, muchas veces ya cansados de tanta farsa y temerosos de los poderes, tan arbitrarios y deficientes en sus gestiones.

Soy consciente de la subjetividad de todos y de la mía, teniendo en cuenta que cualquier juicio es relativo, verdadero, falso, etc. No puedo hacer otra cosa que negarme a juzgar, no puedo imponer una verdad que no es la que yo quiero que sea, que es la proyección de mi inconsciente interés, en fin de mi subjetividad apasionada. Difícil lograr la relatividad absoluta.
 



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