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domingo, 6 de enero de 2013

LA MIRADA DE PLATA en la literatura de Agustín Díaz Pacheco



LA MIRADA DE PLATA
en la literatura de Agustín Díaz Pacheco


«Sólo falta un pistolero, John Wesley Hardin que administre justicia con doña Julia Maura, el negro y Oscar Wilde, y los profetas pioneros de la literatura en balde».

                                                                            SARA BARRY

  
— ¿Qué pinta ese barbuda ahí en medio? —dijo el muchacho negro de Hollywood que acompañaba a Oscar Wilde en el rodaje del plató 97.
— Parece un guionista de la Recesión —comentó el personaje.
Gritos rituales: ¡Se filma! ¡E1 Rojo! ¡Silencio!
Encaramado en el techo, encarnando a su Chejov Fitzgerald Chaplin, de textura morisca como la misma Julia Maura aunque de chispas hebreas, esbozó Agustín Díaz el ensayado gesto del resentido soldado Brecht. Luego un zapatista mexicano de adiviñas y trabadillas de una Revuelta (¿En balde?) que empuña una mirada de plata. ¿Hay miradas como la plata? ¿Pueden ser herméticas las miradas? ¿Especulares visiones?
Díaz Pacheco nos presenta el campo de la batalla literaria y vital empujándonos a la primera trinchera. Desde allí, agazapados en la línea de fuego, la mirada y el tiempo se abrazan al dolor. Ladrones del tiempo por toda la geografía humana y personajes que se mantienen coherentes en el silencio. Y beben.

— ¿Pero qué es esto, la tragedia antológica del cuenta polaco? —inquirió el director revisando la escena 358.
—No, ―respondió el camarógrafo sirviendo con ritual el café «arteria aromática que arremanga la nariz del personaje».
—Encuentro característico que se acueste al barbudo en la escena anterior, ¡pero no aquí! —gritó enfurecido de nuevo,
Pasaron el decorado de los Nenúfares y dejaron el de la Noche insomne, el centinela se acerca a Playa CRONOS, en una correría donde recuerda la muerte de su padre, su abuelo, su identidad... Aquí aparece Zoé Qualungue inesperadamente: Un jugador de ajedrez y fumador de pipa, largo y a veces soez, dado a la filosofía. De cuando en cuando toma bebidas «espeleólogas de sus grutas interiores». Emergen entonces jinetes de la tormenta y se escucha «Riders on the storm», la banda sonora de Doors, bajo boca de lobo de lunas.
Los movimientos de la cámara son geométricos en su trazado. Las figuras tratan de revolucionarse metonímicamente y perderse lejos de su origen.
El escritor siente la literatura como Tárrega sus descubrimientos sonoros, con el entusiasmo y el pesimismo de los crédulos. Hombres y perros penetrados de psicología, desnudándose como un sacerdote en el último peldaño de una escalera. La obra de arte no puede mostrar la realidad, quizá espejearla. La aguja doliente del tiempo y el hilo que corre por nosotros hasta la última puntada. El cordón que cose párrafos y reflexiones entre los agujeros de la vida noche.
En otro fragmento aparecen el revó1ver y la máquina de escribir, como fusil y evangelio en las manos de Camilo Cienfuegos. Y la escritura se parece al manejo de armas. Valor, meticulosidad, pulcritud, conservación y puntería, parecen usos muy distintos a los que se presentan al personaje cuando se dispara la bala de los vagabundos que se escapan al escritor, quien al final describe el infierno.
La contradicción de que el azar se pueda hacer costumbre, sólo se explica por una teoría como la de los «sincronismos» de José Antonio Padrón. La turba de años va cayendo sobre los álbumes de fotos familiares entre las que destaca la de aquel hombre junto a un Ferrari en la monacal Laguna de los años 30. Otras del destacamento de un destacado antepasado con el Regimiento Volante de Infantería de New Orleans. Porque PACHECO no está en la isla, ni contesta al teléfono ni está sentado en el bar, quisiera que este libro fuera más «importante» por cosas «distintas» a la que es: el recuento doloroso y sincero de su experiencia como colector de relatos ajenos, y arreglista, que lo han convertido en implacable con los suyos propios. Una «revolada» que lo enfrenta como a Cabeza de Perro con el único pelotón posible: el de su conciencia artística, ante la vista lejana del enemigo y los diablitos de Changó.


@ Roberto Cabrera
Fragmentode un  de un ensayo
«La historia simbólica y poética de varias marginaciones» ha titulado el ensayista Amadou Ndoye el texto más conocido de Díaz Pacheco: El camarote de la memoria, y allí nos son desvelados los más insospechados secretos sobre esta novela borondina «el canario lucha contra unos enemigos invisibles, peligrosos e inasibles en cuanto que viven, respiran, duermen con su dueño (...) como decía Galdós el hombre lleva dentro de sí mismo su propio infierno. Contradicciones e inestabilidades lo sacuden y zarandean a despecho suyo para mantenerlo fuera del ser. Así el capitán Montelongo en la novela de Agustín Díaz Pacheco, no dispondrá de hombres sino de “una colección de incertidumbres, un nudo de desconfianzas”. Así el isleño como aquel protagonista, surgirá de la oscuridad y avanza sigilosamente, sorprendiendo a sus interlocutores cuando sale a escena. A lo largo del relato se expone que las sombras, tinieblas surgen al compás de la lectura. Todo lleva la marca de la nocturnidad. La noche encubre lo que uno se esconde hasta a sí mismo». Hijos de la noche, cita Amadou, los protagonistas caminan, se internan en los meandros y recovecos de su aventura, aparentemente indolentes, sin importarles demasiado la utilidad de sus fines; pero hay otra razón, el capitán pensará: «lo importante en esta travesía ha sido ir al encuentro del temporal y capturar la luz. La altura y el abismo de la luz». Ha pensado en el viaje del insular hacia el mundo de los «hombres libres». Los procedimientos poéticos de que se vale Díaz Pacheco son apreciados por Amadou como reminiscencias de la originalidad surrealista canaria. La poesía hace que los personajes se incorporen a una realidad cósmica donde fluye una corriente de animismo que nos permitirá proyectarnos al tiempo mítico para resucitar la unidad perdida entre historia, personajes, fuerzas exteriores e impulsiones íntimas. Hombre e isla abrigan el mismo sentimiento.


@ Roberto Cabrera

del libro Reflejos, el vigía editora



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