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lunes, 24 de diciembre de 2012

TRATADO IRREVERENTE SOBRE LA AMISTAD


TRATADO IRREVERENTE SOBRE LA AMISTAD

Por Anghel Morales

 No sé cuando nos conocimos
porque no recuerdo el día,
ni el momento
ni el motivo.
Pero, inusitadamente
hoy me registro,
me hago un reconocimiento anímico,
miro los rincones de mi ser
y veo que dentro estás tu.

Y no es porque yo te deba
algo de alguna manera:
lo único que sucede
es que ese sitio que siempre
junto al amor queda libre
he comprendido ahora mismo
que, sin saber la causa,
en mi lo llenabas tú.

Y, comprobado esto,
quisiera analizar el consentimiento.

Acostumbramos a llamar amigo
a todo el que tropezamos.
Apresuradamente el hombre
da -parece dar-
lo bueno que lleva dentro,
su efecto,
un caudal de varonil ternura...
al primer extraño que le dice:
¡Hola! y le ofrece un cigarrillo.

Pero enseguida uno y otro
ven que nada significan
en esa vida de enfrente.
Y que, por una causa tan nimia
como por la que se dicen amigos,
dentro de unos instantes
si el caso lo requiere,
serán ya para siempre
dos irreconciliables perros
que ladran sin pausa
a la terrible luba de sus oídos.
 Les llamamos amigos
a esos cordiales
con los que cotidianamente coincidimos
y nos dedican su mejor sonrisa
cuando comentan con nosotros
el frío o el calor que experimentan
o lo que vieron ayer tarde en la tele.

Les llamamos amigos
-íntimos a estos ya-
a los que compartieron nuestras juergas
y presenciado nuestras liviandades.
Y creemos que es el apoteosis,
el no da mas de la amistad,
si uno de esos amigos
hizo novillos en la escuela con nosotros.

Pero... ¡No! ¡Coño, no!
No es eso. No es eso.
La Amistad solo existe entre dos,
y ese amigo realmente Amigo
no ha de ser precisamente
el de la escuela o la juerga
el del trabajo o la barra.

A éste le conocimos un día
del que no sabemos nada,
y es nuestro amigo, porque
inesperadamente,
en algún anodino momento,
lo vimos con humildad tender su mano
e intentar ayudarnos limpiamente.
Y no da su amistad condicionada,
como una mercancía,
sino ofrendada,
como una promesa de sacrificio anónimo.
Y ese es el auténtico Amigo
porque un día le fuimos a contar unas penas
que a él no le iban ni le venían
y él las acogió como un maná
que estuviera esperando mucho tiempo.

Y en este momento en que nos distanciamos
es cuando comprendo que tú en mí eras ese.
Y solo me apena
que no supe antes que tú eras mi Amigo.
Pero no importa:
Ahora ya lo sé, por hoy y por siempre,
y no te he olvidado aunque no te vea.
Lo único triste
es que yo me entero que tu eras mi amigo
ahora que te alejas.
Mas quiero olvidarlo.
Y por eso este día
yo cierro los ojos para no enterarme
si hay algún motivo
para despedirnos en este momento.


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