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martes, 25 de diciembre de 2012

La fiesta de los mil años


"CELEBRACIONES" 
La fiesta de los mil años 
"Cada vez que me acuerdo de este tema me quiero morir de la pena. Todo lo he podido entender en la vida pero esto que le voy a contar, jamás".


(AW)Texto escrito por Alejandro Pizarro, privado de su libertad en el penal 1 de Corrientes, a partir de la verídica historia de un presidente del Tribunal Oral de Corrientes, quien aguardaba expectante las estadísticas de años de condena de ese juzgado a su cargo para realizar la fiesta de los mil años.

Poco después del medio día Ramón entró a la sala de debate, llegó esposado. Vestido lo mejor posible; pantalón de jeans, cinturón negro, camisa blanca y zapatos oscuros "prestados". No quería causar mala impresión, -aunque cualquiera sabe que poco vale la impresión visual para los jueces-. Para este entonces llevaba un par de años preso. Y si bien había esperado este momento para dejar en claro su inocencia he irse en libertad, entendía que la justicia no siempre suele ser justa con los pobres.
Días antes que lo apresaran había cumplido 32 años. Esa mañana, venía pedaleando por una avenida de tierra. "El rancherío había ganado terreno a las parcelas periurbanas. Muchas familias pobres y mucha miseria". Por el camino venía Ramón, a pocos metros de alcanzar el pavimento, ese jueves 16 de diciembre un móvil policial se le atravesó en su trayecto; descendieron tres policiales armados, y a voz de: Quedate ahí...tranquilo. Invitaron a Ramón a ingresar al móvil. Sin entender lo que sucedía, -sumiso- entregó su bicicleta a un agente y se sentó en el asiento trasero de la patrulla.
En La Regional, el comisario lo cruzó en la entrada, se detuvo un instante y le dijo: _ la cagaste Ramón, la cagaste. Y siguió caminando. Este comentario acabo por agravar la confusión.
Fue todo muy, muy rápido. Lo sentaron en una pieza. Entró un oficial; este era flaco alto y con una cara de pocos amigos. Le informó que se lo acusaba de un robo agravado. Ramón quedó muy desubicado. Se quiso parar en un acto reflejo. Fue allí que un agente le rompió el oído derecho de una trompada. Y en el suelo acabó Ramón, aturdido. Allí mismo lo esposaron. Y lo volvieron a sentar. El oficial aun permanecía del otro lado de la mesa.
De una carpeta que traía le relató el hecho. "Ramón no lo oía. Todavía estaba desorientado, -más que por el golpe, por lo que le estaba ocurriendo-".
"Todos sabemos que cuando la policía dice, -este es el culpable de esto- Así es. En tanto el juez diga lo contrario. Lo que sucedía con Ramón era la falta de antecedentes. Siempre trabajo, aún desde pequeño. Apenas sabía escribir y leer. Esta vez le costaría a la policía forzar este pequeño defecto en una carrera virtual, de hampón".
Permaneció en la habitación horas sentado. En una esquina el policía que lo había golpeado lo vigilaba. Para el mediodía, lo llevaron a una sala donde le hicieron fichas dactilográficas, fotos y le tomaron la declaración.
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Entrada la tarde, desde el juzgado llego el defensor. Este hombre le comentó lo complicada de su situación. Ramón le juraba y perjuraba que no sabía nada del hecho. Que ese día estuvo trabajando en su casa, asegurando unas chapas que había aflojado el ventarrón del día anterior. El abogado le sugirió "rueda de reconocimiento" para despejar cualquier duda y así acabar con el mal entendido. Ramón aseguro que no lo reconocerían ya que no era el ladrón. Lo que no previo es que la dignificada, -una hora después- iba a decir que lo encontraba "algo" parecido al delincuente. -Y así acabo con prisión preventiva-.
El día del juicio, -dos años mas tarde- a pesar de haber recolectado suficientes pruebas para desestimar cualquier posible condena; el abogado de Ramón, que conocía muy bien la cámara criminal que lo juzgaría, y su legendaria mala fama de martillar según el humor del juez. No aseguraba nada y aunque no lo mencionaba, siempre le decía a ramón "Are todo lo posible" y le ponía su mejor buena cara a Ramón para que no se deprimiera.
La sala estaba prácticamente vacía, solo se hallaban el escribiente y el fiscal. Este último muy recatado, lo seguía con la mirada a Ramón, como quien ve a una cucaracha con el zapato en la mano. -Desprecio puro-. Del otro lado, enfrentado. Un muchacho de veinte y tantos, lo observaba a Ramón con cierto recelo, por sobre las gafas. En el lugar, al fondo -de frente- había un crucifijo, a la derecha la bandera argentina, en el centro la tribuna de los jueces, y tres sillones muy cómodos y adornados con escudos de la nación. Ha Ramón le metía miedo semejante puesta en escena. Y ese silencio sepulcral, acrecentaba la seriedad del lugar. Aun lado, en un ángulo de la sala, una puerta separaba el despecho de los jueces. De allí salieron ellos; una señora muy seca en sus modos, vestida de azul oscuro y negro, con anteojos marco marrón y aretes exagerados. Otro señor bastante alto, prolijo y sonriente, ¿Quien sabe porqué? Y por ultimo un tipo algo gordo, pesado y con seño fastidiado. Este hombre se sentó al centro, dejo unas carpetas sobre el mostrador del tribunal y sin levantar la vista de una carpetita, a la cual le había apoyado las manos sobre la tapa, que decía -Fula Ramón, robo agravado-. Hizo un gesto al secretario y este comenzó a leer, foja por foja la causa.
Después de un buen rato de lectura, lo invitaron a Ramón a pasar al sillón de acusado para dar su versión. -La cosa es que ninguno de los jueces le prestó ni la más mínima atención- Solo el fiscal, asesto un par de preguntas insidiosas que Ramón supo salir airoso sin la intromisión de su abogado, que por otro lado, solo se remitía a mirar y leer unos papeles que tenia sobre su mesa. En ocasiones lo miraba Ramón, y a su vez este lo miraba a el. Sonreía, y levantaba el pulgar. Semejante ayuda en la defensa, dejaba en claridad la soledad de Ramón por alcanzar su libertad. "Ramón estaba seguro que nada ni nadie podría decir que el era culpable. Pero le preocupaba por demás, que lo quisieran condenar en una sentencia estrictamente ceñida a su estadía injusta de dos largos años de prisión preventiva. Donde había perdido hasta la familia".
El fiscal, a su turno trajo al debate las actuaciones policiales que no podían dar como autor a Ramón, sino hasta el momento de la pretenciosa suposición de la dagnificada; referido al parecido de Ramón con el delincuente que había visto cometiendo el delito. Y la fiscaliza repetía con vehemencia -Ramón Fula, hizo tal y cual cosa, y robo y salto un muro y rompió una puerta...- En pocas palabras las suposiciones de la fiscalía y de la policía por lo indicado de su parecido con el ladrón, daban como posible culpable a Ramón. Pero las pruebas -mejor dicho la ausencia de tales- después de varios allanamientos no podían siquiera especular con Ramón como autor material, ni mucho menos ubicarlo en la escena del hecho.
El abogado de Ramón en su turno, solo avaló la declaración de su defendido y subrayo que la dagnificada, apenas hizo mención a un parecido. Pero que jamás acuso formalmente a nadie. Y solicito su declaración.
Para dejar en claro esto, el tribunal sentó en el banquillo de descargo a esta señora -la victima- que no pudo reconocer a Ramón como el delincuente perpetrador del robo. Y una vez más al ser preguntada sobre sus dichos en la comisaría dijo: _el ladrón tenía la fisonomía parecida al capataz de la obra en construcción. -En este caso Ramón-.
Esto echó por tierra cualquier intervención del fiscal buscando vinculación, y se llamo a silencio.
Ramón ya vislumbraba su libertad a escasos minutos, solo cuestión de un tramite judicial. Las manos le sudaban de la emoción, una pequeña sonrisa se dibujo entre ambas comisuras, su cuerpo vibraba en la tensa espera. Por fin todo aquello acabaría. En su memoria se paseaban muchas vivencias feas y otras lindas, acontecidas durante esos dos largos años. Ya no tenia casa, ni mujer, tampoco hijos al parecer. "Estaba solo".
Uno de los celadores que lo acompañó, le apoyó su mano sobre un hombro y le dijo: _ ¡Te vas Ramón, te vas! Este le devolvió una sonrisa grandota a modo de gratitud por el augurio.
En ese interín los tres jueces se fueron a cuarto intermedio, a sacar sus conclusiones. -Un tramite, como pensaba Ramón-. Pero en el despacho del tribunal, la cuestión no pasaba por el juicio, y poco interesaba lo expuesto durante esas cinco horas de relatos. Sino que la cosa se centraba en otras circunstancia mucho más triviales y perversas.
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Sentados alrededor de una mesa de vidrio, repleta de papeles, los tres jueces, el fiscal y el secretario, debatían sobre el clima el fin de semana venidero. Que si sería lindo o estaría nublado para un festejo en la chacra. Tenían acordado un suculento banquete, para la gente que trabaja en el ámbito del juzgado y otras personas cercanas a la familia judicial. Cruzada de piernas la juez recordó: _¡Compañeros si mal no recuerdo estamos a siete años de los mil años de condena logrados por este tribunal! Yo creo que debemos lograr esto para festejar a lo grande, ¿no?
El comentario convulsionó la reunión, ya que nadie se había percatado de tal logro. El presidente del tribunal alegó: _Lástima que "este" es inimputable, no existe ni la mas mínima prueba que lo vincule con el hecho que se le imputa, los hijos de putas de los milicos le cagaron la vida al pobre diablo. Las miradas de todos asintieron lo mencionado. Me parece que se nos va una semana adelante la joda de los mil años, amigos. Algún menos inocente hallaremos la semana entrante. Todos se conformaron con el fastidio del festejo postergado, pero no había nada que hacer, y era una verdadera lastima, la fecha era propicia para la joda. Cambiando de tema, la juez pregunto: _ ¿Y que hacemos con este tipo? Lo dejamos ir o lo condenamos para que no se le ocurra iniciar acciones contra la privación de su libertad. Miren que según entiendo, lleva mucho y muchachos...y no hay nada. El presidente del tribunal, mientras miraba la gente que caminaba en la calle, por una ventana dijo: _ ¿Será que este fin de semana va a llover? Y si no llueve que fastidio ché, esto me pone de muy mal humor. Pero bueno, votemos para ver que hacemos con este pobre diablo, no da ni para arrojar una moneda a cara o ceca. Yo lo suelto, ¿ustedes?
En el salón de debate mientras tanto Ramón esperaba con ansias que aparecieran los jueces. Estaba muy tranquilo, aunque permanecía a la expectativa de la puerta por donde se habían perdido los tres jueces. De repente, apareció la juez, detrás de ella los demás, incluso el vocal. Todos se acomodaron el sus cómodos y mullidos asientos, y esperaron a que el vocal encienda la computadora. Al fin el presidente del tribunal, dijo con vos severa: _Que el imputado se ponga de pie. El vocal dará a conocer la sentencia.
Ramón se paró, y esbozó una sonrisa a la cara del presidente del tribunal, como exteriorizando una alegría incontenible. Todos sus dientes iluminaron la sala. Fue un quiebre en la atmosfera formal del excelentísimo tribunal. El presidente del trío lo tomo como una burla a su predecible desenlace. Inadmisible que un imputado muerto de hambre, se nos ría en la cara. Pensó, y entro en furia silenciosa. En vos alta, le pidió el papel que hacia un rato le había entregado al vocal para que leyese; "la sentencia". Esto borró la curva de la cara, de Ramón. Lo desubicó de la realidad que le venia siendo favorable. Entonces el juez le pregunta: _ Fula, que piensa ¿lloverá el fin de semana que viene? Y Ramón respondió: _Quien sabe. Puede ser. Y el juez aseguró: _ Ante la duda, Fula, ante la duda, y esa sonrisa suya, lo condeno a siete años de reclusión, accesorias legal, y costas.
El lugar se tensó en una injusticia inhóspita. La cara de los demás integrantes del tribunal, ni se inmutó. Todos se levantaron y entre pasos de manos y comentarios referentes al fin de semana, se retiraron del lugar. El fiscal, también se puso de pie, acomodó sus papeles y se fue. El vocal igual. El defensor de Ramón no dijo palabra alguna, solo estrechó la mano de su defendido y se perdió. Los custodios esposaron a Ramón y se lo llevaron en un silencio que mediaba vergüenza ajena y pena en igual proporción.Ese fin de semana, la plana judicial tuvo su fiesta en ocasión de celebrar los mil años de condena alcanzados, tras la sentencia de Ramón.
"Irónicamente ese fin de semana llovió, el siguiente no".
Alejandro Pizarro




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Para la libertad
Voces que atraviesan los muros y las rejas
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Por qué

Porque la prisión murada nació con el capitalismo para control y disciplinamiento de los sectores sociales oprimidos.
Porque la cárcel es un depósito de seres condenados al aniquilamiento de su condición humana.
Porque los hombres y mujeres que la padecen, invariablemente, habitan el territorio de la pobreza y la rebeldía.
Porque no podemos derribar los muros y las rejas, pero sí atravesarlos con las voces de tantas compañeras, de tantos compañeros, quienes se hallan sentenciados al silencio y al olvido.
Porque de este modo podemos compartir con nuestros lectores, sus denuncias, sus tristezas y sus sueños, es que la Agencia Rodolfo Walsh promueve este sitio de expresión.
Porque las razones que nos impulsan, en conjunto, provienen del mismo dolor y de la misma terquedad en emprender el vuelo hacia un horizonte de justicia y libertad
duermen
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Edición: Oscar Castelnovo
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AGENCIA DE COMUNICACIÓN  RODOLFO WALSH
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Nuestro colectivo está conformado por una gran diversidad de pensamientos políticos e ideológicos. Por esa razón las notas expresarán distintas visiones y no siempre representarán a la totalidad de los militantes. La libertad de expresión es nuestra prioridad porque queremos que se escuchen múltiples voces. Las diferencias no nos separan sino que nos enriquecen. 

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