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jueves, 15 de diciembre de 2011

CALLEJÓN SIN SALIDA

CALLEJÓN SIN SALIDA

L. Soriano

Me he tomado un respiro, ya que aunque crean que “me va” esto de predecir catástrofes, es algo que me deprime mucho, sobre todo acertar tantas veces. Creo firmemente, que cualquiera que hubiera analizado con cierta distancia la situación a la que nos encaminábamos y las vías para resolver las dificultades que se adoptaban, sin optimismos infundados y sin ocultar la realidad, además de con la aplicación estricta de las leyes a todos los individuos o colectivos, hubiera llegado a las mismas conclusiones. Estamos en el famoso callejón sin salida y el toro bien armado lo tenemos a la espalda. Que salgamos indemnes o no dependerá ya solamente de la suerte o de la providencia Divina si se es creyente, pero no del modelo que nos hemos dado, ni de la gestión y administración de nuestros asuntos por los responsables que hemos consentido dirijan nuestras vidas. Estamos manejados por unos individuos que de lo que realmente saben es de moverse bien en los entresijos burocráticos que han creado, y además presumen de ello, de experiencia en “navegar” en las procelosas pero para ellos productivas aguas de la Administración. Ningún otro merito les es achacable, salvo excepciones rarísimas.

No he sabido en estos últimos días empezar ningún alegatito porque las noticias que con las que nos golpean cada hora, hacen que la obsolescencia en la información haya superado incluso a la informática. La relevancia y la oportunidad en la información está desbordada por el cerro y avalancha de noticias, disparos desde todos los flancos, nuevas desgracias políticas, económicas y financieras, que hacen que todo sea viejo con la tinta si secar de lo que se está escribiendo. Sin embargo, repito, elevándonos sobre la línea de fuego y observando el campo de batalla, donde probablemente “pereceremos” económica y vitalmente, vemos con terror que lo que se avecina es de una magnitud que nos inclina únicamente a la resignación. Como si estuviéramos en una playa ante una ola, o “tsunami” en términos actuales, de magnitud impresionante y con solo unos metros hasta que nos arrase. Desearíamos únicamente poseer esos poderes mágicos o sobrenaturales, que pudieran parar la avalancha por medios divinos. Ya nadie hace nada por arreglar esto, porque no tiene arreglo posible, son tantos los agujeros de la presa que intentar taparlos con los dedos es tarea inútil para los últimos momentos de nuestra existencia en el Estado de bienestar. Cederá, caerá y nos arrastrara en el mayor sálvese quien pueda económico que hayamos jamás conocido. Ni siquiera es seguro que se salve nuestra moneda y sea papel mojado como ha ocurrido en los grandes conflictos que anteriormente han ocurrido. Lamentablemente, ni hay responsables, ni nadie va a devolver lo que se ha llevado o malgastado ni hay punidad para los causantes; y lo peor es que intentan mantener el tingladito, diciéndonos que es posible, aunque hayan crecido en el gasto y en la contratación pública, en las subvenciones temerarias y en las retribuciones políticas incluso este ruinoso año que termina y que lo único bueno que tiene es que será mejor que el que viene, según nos decía un exitoso empresario. Quieren subir impuestos y perseguir a las familias, a las clases medias, a los pocos empresarios que quedan y a las fuentes de ingresos fiscales que aun manan, todo menos disolverse y largarse.

En fin, como los marineros ante la tormenta imparable, pongan lastre a popa, cierren las escotillas, aseguren los aparejos, dejen que la orza haga su trabajo y enciérrense en la cabina con una buena compañía, y si les apetece con una buena botella de lo que más les apetezca. Quizás tarde en volver a disfrutar de algo bueno en el futuro a medio plazo.

Reflexionando

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