QUE SÍ, QUE NO, QUE
CAIGA UNA PENSIÓN
POR DAVID
TORRES
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la presentación del
plan de vivienda del PP, en el Colegio Oficial de Arquitectos.A. Pérez Meca / Europa Press
Uno
de los grandes éxitos del PP es haber acertado en el bautizo con unas siglas
breves, folklóricas y excitantes que resumen a la perfección su credo político.
Claro que llegar a la quintaesencia de esas siglas no fue tarea fácil. La
chiquillería a lo mejor no se acuerda, pero, recién estrenada la democracia en
España, un montón de prebostes y dirigentes del antiguo régimen se vistieron de
demócratas de la noche a la mañana y formaron una especie de metástasis
franquista a la que bautizaron con el sonoro nombre de “Alianza Popular”.
Podían haberla llamado, no sé, “Viva Franco” o “Sotanas arriba” o “Manuel Fraga
y cierra España”, pero pensaron que tampoco hacían falta tantas pistas. Alguien
cayó en la cuenta que, ahora que tenían que votarles, lo importante era
acercarse al pueblo llano, a los pobres, aunque fuese de palabra, que ya se
encargarían ellos luego de alejarse de pensamiento, obra y omisión.
En efecto, lo de “popular” estaba muy bien, sin embargo, lo de “alianza” sonaba demasiado bíblico, demasiado matrimonial, como si el voto contuviese una promesa que había que mantener para siempre. Eso de guardar la palabra dada no se le suele dar muy bien a los políticos españoles, ya sean de derecha o de extrema derecha. Había algo peor todavía y era que lo de “Alianza Popular” no acababa de sonar bien, no se prestaba al apócope, más bien remitía a los grandes y pedorros lemas del franquismo, al estilo de “25 años de paz”, “conjura judeo-masónica internacional” o “una, grande y libre”. No en vano, Forges, a quien tanto echamos de menos, los retrató de una vez por todas con una variante cacofónica que repitió en multitud de viñetas y a la que los populares siguen siendo fieles hasta la muerte: “Afananza pandillar”.
En
cambio, la refundación de AP en PP, con su gaviota ratonera reconvertida en una
sola ceja, resultó un acierto mayúsculo. Decir PP era mucho más sencillo que
decir AP: aunque la gente lo acentuara en la segunda sílaba, en el inconsciente
colectivo la formación quedo indisolublemente unida a “Pepe”, diminutivo por
excelencia de la onomástica española, un señor que anda por la calle, un peatón
casi anónimo, un currito, lo más lejano posible del terrateniente, el
arzobispo, el aristócrata, el señorito, el general y el millonario a quienes
realmente representan. Sin olvidar la referencia alcohólica al “Tío Pepe”, la
monumental botella de fino que aún sigue plantada en la Puerta del Sol, justo
enfrente del edificio de la Comunidad de Madrid, antigua sede de la Dirección
General de Seguridad. En España, a poco que escarbes un poco en el suelo, te
sale un hueso de Lorca.
Gracias
a esa afinidad fonética con el sentimiento popular, el PP ha conseguido el milagro
de que su electorado les disculpe atracos, abusos, rescates bancarios, sobres
rellenos de dinero negro, latrocinios, insultos y bandazos con una alegría
cabaretera, como quien perdona los vaivenes a un borracho. Sin ir más lejos,
esta misma semana Feijóo ha cambiado de opinión respecto al decreto ómnibus
propuesto por el gobierno, un decreto que incluía la subida de las pensiones y
la ayuda a las víctimas de la DANA. Primero votó no, para no hacerle el juego a
Sánchez, y ahora ha votado sí, para no hacerle el juego a Sánchez. No es
sencillo explicar este bamboleo de caderas a menos que uno sea un especialista
en análisis político con tres botellas de Tío Pepe entre pecho y espalda.
A
ver, tampoco es la primera vez que Feijóo se columpia de un lado al otro del
balancín sin que le tiemble un párpado. El año pasado, por ejemplo, lanzó una
propuesta para reducir la jornada laboral mediante el audaz procedimiento de
aumentar la jornada laboral, un proyecto que aún trae de cabeza a los mayores
expertos mundiales en sociología, estadística, matemáticas y petanca. También
dijo, cinco años atrás, que no tenía intención de pactar con Vox y que nunca lo
haría, una promesa a su público que se tragó, como tantas otras, en dos bocados
de empanada gallega. En cuanto a sus tumbos con Puigdemont y los
independentistas catalanes -cuando oscilaba entre la vergüenza que suponía el
indulto y el estudio de una posible amnistía-, hubo momentos en que estaba
bailando una muñeira a ritmo de sardana. Al Tío Pepe se le disculpa cualquier
cosa. Más que una gaviota o una ceja, tendrían que poner de símbolo una veleta.
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