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miércoles, 13 de noviembre de 2024

LO DE TRUMP

 

LO DE TRUMP

El presente artículo pretende ahorrarles tiempo –lo que es la principal función del periodismo– dibujándoles lo que puede significar la segunda presidencia Trump a partir de sus probables consecuencias

GUILLEM MARTÍNEZ

Reincidente / J. R. Mora

1- La gran singularidad de George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, son tres grandes singularidades. A saber: a) haber disuelto su ejército al final de la Guerra de Independencia. Parece algo obvio y anecdótico, pero eso, de por sí sencillo, no volvió a suceder en el resto del continente tras ninguna otra guerra de independencia. La singularidad b) es que Washington fue propuesto y tentado, durante el periodo constituyente previo a su presidencia, para ser soberano, rey o emperador del nuevo Estado, y siempre rechazó esa posibilidad. Lo que es algo que no suele pasar. Ni siquiera hoy. La última singularidad consiste en que, c) tras dos mandatos presidenciales, Washington, simplemente, y tal y como indicaba la reciente Constitución de EE.UU., abandonó el poder y se fue a su casa, algo literalmente sin precedentes. Y que, más pronto que tarde, dejará de suceder. Es la época, que ha venido, por fin, a por lo suyo, a por algo del siglo XVIII que no le gustó.

2- Una manera –sobrecogedora– de explicar la época, iniciada oficialmente hace una semana con la victoria de Trump, es que toda esa singularidad americana, simbolizada por Washington, corre el peligro de desaparecer. Tan solo ese dato explica a Trump, un presidente que puede pulverizar la tradición democrática –con sus más y sus menos– más longeva del planeta. Lo que sería un indicativo de cómo van a quedar el resto de democracias, menos antiguas, menos constantes y con recuerdos más frescos de la barbarie –recordemos que, hace tan solo unas décadas, en Europa, por ejemplo, fabricábamos jabón con europeos–. El presente artículo parte de ese supuesto, y pretende ahorrarles tiempo –lo que es la principal función del periodismo; si bien también lo es, ahora que lo pienso, del porno– dibujándoles lo que puede significar la segunda presidencia Trump a partir de sus probables consecuencias en EE.UU., el mundo, Europa y en el País-Favorito-de-la Divina-Providencia.

3- La primera consecuencia es, claro, la dificultad para establecer consecuencias. Trump suele mentir e incumplir sus propias promesas. Lo que convierte al trumpismo –la nueva extrema derecha que recorre América, Asia y Europa, con distintos nombres cada 1.000 kilómetros–, en algo sumamente dinámico, cambiante, ágil, libre, en tanto no es más que un liderazgo fuerte e incontestable, que absorbe, nuevamente y sin intermediarios, la idea de pueblo/nación, eliminando, sustituyendo a la idea misma de democracia, a todos sus trámites, a todos sus límites. ¿Qué va a hacer Trump? ¿Qué es lo que viene? Viene lo que el líder decida –que para eso domina, tras las elecciones, el ejecutivo, el legislativo, el judicial y los gobiernos de la mayoría de los estados–, siempre y cuando lo que decida transcurra en esa unión mística, constante y ruidosa con su pueblo/nación, desarrollada en los medios de comunicación afines, en las redes sociales y/o en el contacto diario y permanente entre líder y pueblo. Viene, a través de cambios formales en las democracias, que la reorientan y finiquitan, como explica Steven Forti en su reciente Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales –Akal–, un libro que ahorra tiempo, etc.

4- En el ámbito estadounidense, no obstante, es posible deducir una serie de cambios probables. Ninguno, diría, pasa por la intensificación del neoliberalismo. Esa batalla ya pasó. Y fue ganada, por KO, por el neoliberalismo. Esa revolución, iniciada por Reagan –presidente desde 1981 a 1989–, no ha tenido pausa en su progresión, énfasis, éxito y fracaso. Ha carecido de confrontación, incluso de matices, por parte del Partido Demócrata. La metáfora es este dato: la eliminación de los últimos resquicios de regulación bancaria –la última obra vigente de Franklin D. Roosevelt, presidente en 1933-45, promulgada para evitar otro crack del 29– fue una decisión de Bill Clinton –1993-2001–. Que, por cierto, provocó la crisis feroz, estructural –desde la que les saludo; hola– de 2008. Cabe suponer que Trump, como Biden, continuará la senda neoliberal, que ahora es posneoliberal, ese capitalismo desregularizado y fuera de cauce, que ya precisa de la continua tutela del Estado, aportando gasto de manera descarada para que no explote todo. La asunción de toda esta tradición neoliberal, y de sus mutaciones, queda patente con la elección como jefa de Gabinete de Susie Wiles, una republicana que ya pilló cacho cuando Reagan, y que incorpora ese corpus que ha transitado por décadas desde entonces. Por la crispación Bush, el delirio Trump, y el silencio eterno demócrata.

5- No obstante, seguro que se intensifica el proteccionismo. A lo bestia. De tal manera que no sería tanto una medida económica como una bandera, un hecho propagandístico. La vuelta del Estado –y con él, del nacionalismo– como unidad y medida del todo. Se prevén aumentos de aranceles de hasta el 20% –un polvazo–, que, si se trata de productos chinos –o, tal vez, también europeos– pueden llegar a ser del 60%. Esas medidas, sin planteamiento ni meditación económica alguna, pueden aumentar el déficit y la desigualdad, y pueden suponer, según afirma un manifiesto de casi 30 premios Nobel de Economía, un peaje de casi 2.000 dólares de gasto en cada familia norteamericana. El proteccionismo norteamericano tendrá, además, serias, tal vez dramáticas, consecuencias en la UE –no se pierdan el punto 13, en el que lo doy todo sin pedir nada a cambio–.

6- Es previsible también una reducción del gasto público. Y esa puede ser la función del prestigioso filántropo y psicópata Elon Musk. Esa metáfora del nuevo empresariado neoliberal de los últimos tiempos, del empresario-Estado, del malo de James Bond, que posee esbirros y máquinas raras, esa continuidad de los Krupp, aquel empresariado que, en la última edición de exterminio de democracia, apoyó al Estado salvaje y sin control y obtuvo pingües –rayos, nunca había escrito la palabra pingües; la vida es infinita, por sus posibilidades– beneficios por ello, auditará al Estado para recortar dos billones de dólares –pinta que se limarían de los planes de sanidad, fundamentales en un Estado sin sanidad pública–. También, obviamente, se reducirían impuestos, como siempre, algo posible cuando los impuestos han perdido su función. Sobre la función de los impuestos: las grandes fortunas, en época de Franklin D. Roosevelt, pagaban 95 centavos por cada dólar. Hoy pagan menos de 5 centavos por cada dólar. Y bajando.

7- El énfasis propagandístico de Trump no se desarrolla tanto en la economía tratada como espectáculo, como en el tema inmigración tratado como espectáculo –un espectáculo cruel, sangriento, romano–. Trump ha prometido “la mayor operación de deportación de la Historia”, algo inquietante. Se supone que esta emisión de limpieza étnica afectaría, según Trump, a 11 millones de inmigrantes sin papeles –más de la mitad de los que se estima que hay, unos 20 millones–. Más de cinco millones de inmigrantes realizan, por cierto, trabajos tipificados como esenciales. De materializarse, su expulsión supondría la paralización del país, una suerte de brexit 2.0, pero aún más descomunal. En la agenda antiinmigración entraría también la retirada de derechos –como la ciudadanía para los bebés de padres sin regularizar nacidos en Estados Unidos; lo que es un derecho constitucional; es decir, lo que precisará de un legislativo y un judicial cachondo ante el tema–, y la consumación del muro, prometido ya chorrocientas veces, que separaría México de la América clarita –es poco probable ese muro, que es tan solo escenografía: Biden redujo el tránsito de migrantes por esa frontera, a lo bestia, ay, uy, en más del 50%–. El tema inmigración será un ruido interno fundamental, que impedirá pensar en silencio. Será la creación de un enemigo siempre a mano, será un elemento importante para lograr la crispación y, con ella, la polarización paralizante. Pero hay otros. No se pierdan los puntos 8 y 9.

8- Se prevé un endurecimiento para la cosa aborto. Lo que puede suponer cambios culturales, pero también legales. Es decir, será frecuente la instrumentalización política de los tribunales supremos estatales, así como del Tribunal Supremo Federal, algo necesario para acceder a una posdemocracia. El concepto juez-afín será tan determinante en los USA como lo es en Hungría. Como lo empieza a ser en España, si bien en España la dinámica es la contraria a los USA. A saber: allí se pretende introducir en el Estado una dinámica reaccionaria –y van muy avanzaditos–, mientras que aquí es el Estado –por ejemplo, los tramos altos de la Justicia–, quien pretende introducir en la sociedad opciones reaccionarias –y van muy avanzaditos–. 

9- The Guardian es de la opinión de que, en esta segunda legislatura Trump, uno de los énfasis gubernamentales será el control de la prensa. A través de a) enfrentamiento puro y duro, mamporrero y directo con periodistas. O a través de una participación judicial, como la b) modificación de las leyes de difamación. También se realizaría ese enfrentamiento y ninguneo a través de cambios culturales, como presentar al periodista como “enemigo del pueblo” –eso ya se hizo en la primera legislatura Trump; no le fue mal–, lo que supondría invitar al pueblo ese a que se defienda a sí mismo y a su líder. Habrá un fuerte combate contra el Gobierno en los medios independientes. Es muy posible que ese combate, si se llega a dar en Europa, sea, por cultura y tradición, menos cruento. Y que, si se da en España, sea aún más rapidito.

10. - Si se fijan, los puntos 5-9 aúnan tanto un programa político como comunicativo, sustentado en la creación de crispación y de polarización, que es la esencia y el fruto del trumpismo. Y esa es su ideología: la invalidación de cualquier fórmula de cohesión que no suponga ser pueblo unido al líder. Y eso es lo que nos viene. Esa puede ser la agenda política en España, o los ingredientes que la mediaticen. Ese sería el cambio de época que esperábamos ver o aplazar con las elecciones estadounidenses, y que, snif, no se ha aplazado. Estén atentos a esa crispación. En la medida que puedan, evítenla, transfórmenla. Ríanse. Relativicen. Observen quien ofrece grandes acuerdos, y quien ofrece grandes invalidaciones y polarizaciones. E intenten no confundir, nunca jamás, esos dos grupos. En breve, la crispación, sustentada en discursos fundamentados en fakes, en los que todo se ve claro y todo coincide, nos llegará hasta las cejas, invalidando la convivencia. Es una opción políticamente tan exitosa y barata, que empieza a haber izquierdas locales que se interesan por ella. Estén atentos a esa vía agresiva, insultante, épica, ruidosa, gregaria, cabreada y con líderes tertulianos y tuiteros, hacia la nada.

11- En materia internacional, cabe suponer el fin de las guerras contra Ucrania y Palestina. Es decir, la elipsis de su segundo y tercer acto, y el acometimiento del tercero: la rendición ventajosa para el atacante. Será curioso –y determinante– ver cómo se llega a esas paces. Posiblemente, de manera alejada a la costumbre y al derecho internacionales, simplemente por el contacto entre líderes, que acceden a acuerdos directos y sangrantes. Como cuando la Conferencia de Múnich en 1938. Empieza un nuevo orden internacional, no muy alejado del anterior, pero sí diferente, más intenso: el líder, los líderes de potencias internacionales y regionales, como hacedores y deshacedores, como motores del acuerdo y del desacuerdo. Es un mal momento –otro– para zonas de conflicto en las que el siglo XX no les dejó tiempo de ser Estado, como es el caso de Palestina o de la República Saharaui.

12- La UE será una de las zonas afectadas por la victoria de Trump. Aparentemente, por la cosa OTAN –Trump defiende que la OTAN no existirá para aquellos Estados que no inviertan en defensa el 2% de su PIB–. Lo que es un cambio de época para la OTAN. Lo que es lo peor que le puede pasar a un organismo que no entiende los cambios de época, que no entendió la caída del Muro, que no supo entonces extender la seguridad, la defensa y el bien común hacia el Este. La seguridad en Europa pasa por modificar la OTAN, por exigirle responsabilidades e inteligencia. Por algo que, en fin, no sucederá. Sorprende, no obstante, que los políticos europeos hablen de la OTAN como la gran y, tal vez, única consecuencia para Europa del acceso de Trump a la pomada, en detrimento de la primera, la más grande y la menos meditada consecuencia que comportará. Lo que nos lleva al punto 13: el proteccionismo.

13- El proteccionismo trumpista obliga a Europa a plantearse su competitividad. Sí o sí. Se trata de una Europa que ha visto caer sus exportaciones a China y que puede perder el mercado USA. O lo que es peor: se trata de una Alemania, ya en recesión –cuidadín–, que ha visto caer sus exportaciones a China y que puede perder etc. Una Alemania que se ha sacrificado a sí misma por mitos de otra época, incomprensibles hoy: su recesión empezó en el mismo momento en el que algo o alguien atentó contra el Nord Stream, que le proveía de energía barata, y Alemania no solo se calló, sino que optó por la abnegación, por comprar combustible más caro a Estados Unidos. Lo que equivale a un suicidio, a otro Tratado de Versalles ideado, escrito y firmado por ella misma. En esta ocasión también parece que ese Tratado de Versalles absurdo puede ser fundamental para el acceso al poder de la nueva extrema derecha en Alemania, un Estado del siglo XIX que tan solo desde 1945 no se percibió a sí mismo rodeado y amenazado por enemigos –esa rareza puede acabar en cualquier momento, vamos–. Por todo ello, para prolongar la estabilidad europea, es el momento de que la UE se plantee su competitividad. Y no los Estados. Que haga algo que no hacen los Estados: pensar a lo grande y fuera de sus intereses y de su ámbito territorial, con un volumen de inversión superior al que pueda imaginar un Estado, y que ese volumen de inversión –una cantidad similar a los Next Generation, pero anual–, no se vaya en subvencionar a las empresas-estado de cada Estado –como han hecho los Estados; no se pierdan el articulazo de Isidro López sobre lo de Draghi en Zona de Estrategia, por cierto–. La victoria de Trump conduce, en ese sentido, a dos escenarios posibles en la UE. Escenario a): que la UE no solo se tome en serio el informe Draghi –del que nadie habla, lo que es un indicio de cierta torpeza colectiva–, sino que además lo lleve a cabo –o, al menos, lo intente–, conocedora de que en ello le va la vida. Escenario b): que la UE intente ir tirando, sin plantearse su competitividad, su industrialización, la sostenibilidad de su democracia, y su caída libre sostenida frente a China y USA. 

14- Hay, de hecho, hasta un escenario c) que sería la consecuencia directa del b): que la UE se resigne a ser una asociación de Estados soberanos y decadentes, sin planificación ni previsión alguna, sometidos a líderes trumpistas locales, pues no habría otra cosmovisión que entendiera esa ausencia de inteligencia continental.

15- Han matado al archiduque, etc. Empieza la época.

 

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