LAS DANAS SON CLASISTAS
Jorge Gil / Europa Press
En las grandes tragedias climáticas, económicas, sociales, culturales y de todo tipo, nunca lloramos la muerte de anapatricias ni de goirigolzarris
Mi
inteligencia enfermiza se hace estos días una pregunta macabra: ¿cuál era el
patrimonio medio de los muertos por las furias torrenciales? Hace cinco años,
cuando otra DANA feroz arrasó Murcia y Alicante, recorrí como reportero de la
revista Ctxt la Vega Baja. En la plaza de Almoradí (Alicante), zona cero del
diluvio de 2019, decenas de vecinos rellenaban inventarios. Ortografiaban (mal)
lo perdido, lo arrancado por el Río Padre, que así llaman los pobres al Segura,
como si fuera un dios de viejo testamento que reparte bondades y crueldades a
capricho, pues el capricho es el oficio de los dioses. Yo preguntaba.
Preguntaba de todo. También la pasta que ingresaban los hogares perdidos. Ninguna familia, incluso con varios trabajadores, alcanzaba los mil euros (quien piense que su respuesta la inspira la picaresca cuando hay de por medio dinero público, es que es imbécil y debiera de leer otros periódicos).
Dentro
del ayuntamiento, algún abogado tramitaba con agilidad y tipografía times
new los quebrantos de los ricos. Como en todas partes, en Almoradí,
salvo excepciones, los ricos de ahora son los burgueses de antaño: los que
pueden comprar pescado y fruta y pagar la factura de la luz. Uno de los
leguleyos me relató, consternado, que a su cliente se le había anegado el
garaje del chalé con tres coches de alta gama y una burra mil cilindros. Una
pérdida irreparable para cualquier poeta con sensibilidad. No abracé
tiernamente al abogado porque soy un profesional de los de toda la vida: sin
sentimientos. En ese momento, las radios contaban no sé qué de seis cadáveres
en el barro dispersos por el Levante. Ninguno llevaba Rolex detenidos para
determinar la hora exacta de su muerte.
En las grandes tragedias
climáticas, económicas, sociales, culturales y de todo tipo, nunca lloramos la
muerte de anapatricias ni de goirigolzarris
En las
grandes tragedias climáticas, económicas, sociales, culturales y de todo tipo,
nunca lloramos la muerte de anapatricias ni de goirigolzarris. No sé por qué
será. Es como si las catástrofes fueran tan clasistas como la cotidianeidad.
Habrá incluso quien sugiera que los pobres se mueren buscando protagonismo,
para salir en la prensa, como esos instagramers que montan su
tabla de surf a la ola de un tsunami grabándose en el móvil, y
llenan páginas y páginas de condolencias.
A las
pruebas me remito. El presidente de la Comunitat Valenciana, Carlos Mazón, es
del PP, como dios manda. Y a las 13 horas del día de autos (flotantes) aseguró
que a las seis de la tarde escamparía. Contraviniendo las órdenes de la máxima
autoridad democrática de la región, el cielo no escampó, como si dios se
hubiera hecho de Podemos. La culpa es de Pablo Iglesias, que dijo que había que
asaltar los cielos, y mira lo que ha pasado.
Por
problemas de agenda, el president Mazón no estaba con su
familia en un chiringuito a orillas de la playa de La Malvarrosa mirando el
cálido atardecer del martes. Tampoco pudo ir el dueño de Mercadona, Juan Roig.
Algunos de sus subordinados sí creyeron las predicciones acientíficas del president,
y se reunieron en un restaurante de Chiva.
Cuenta el
diario Cinco Días, a la hora en que escribo esto, que José
Luis Marín, dueño de los colegios Mas Camarena; Vicente Tarancón, propietario
de la textil Luanvi; Miguel Burdeos, jefe de la proveedora de Mercadona SPB, y
el ex director general de EDEM, Antonio Noblejas, se encuentran entre los
desaparecidos. Son una triste excepción. Espero de todo corazón que los
encuentren vivos.
Aunque la Universitat
Valenciana (la ciencia) había ordenado un día antes que ni profesores ni
alumnos acudieran a clase, Carlos Mazón (la fe) pronosticaba una tarde playera
y todos los hoy muertos acudieron a sus centros de trabajo
Aunque la
Agencia Española de Meteorología (la ciencia) había advertido hace días de la
virulencia de esta fría y asesina gota, dice Alberto Núñez Feijóo (la fe) que a
él no le había dicho nadie nada. Aunque la Universitat Valenciana (la ciencia)
había ordenado un día antes que ni profesores ni alumnos acudieran a clase,
Carlos Mazón (la fe) pronosticaba una tarde playera y todos los hoy muertos
acudieron a sus centros de trabajo.
Sin ánimo
de ofender a las familias, creo que si se confirma la muerte de los cuatro
grandes empresarios vinculados a Roig, pesarán mucho más a la hora de buscar
responsabilidades políticas que los otros casi 200 muertos pobres. No me
preguntéis por qué, que solo soy periodista.
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