INTRODUCCIÓN A LA
GESTIÓN DE CRISIS EN ESPAÑA
Las cuatro
fases típicas son: no va a ser para tanto, seguro que se arregla solo, hemos
seguido el protocolo y la culpa es de los demás
Boca del logo Salida.
Con
la autoridad que confiere haber provocado unas cuantas crisis a lo largo de mi
vida y haber gestionado otras tantas, más el aporte académico de llevar una
década dedicado a su estudio y enseñanza en la Universidad de Santiago de
Compostela, me van a permitir que, a la luz de los eventos críticos y la
dolorosa catástrofe que hemos vivido durante esta semana, comparta con ustedes
algunas claves para entender cómo funciona eso de la gestión de crisis a la española.
El modelo más extendido en la gestión de crisis (Augustine 2006; Hristoulas, Chong 2020) sostiene que han de afrontarse con una perspectiva integrada e integral que permita guiar el manejo de las crisis por fases hasta recuperar el control: anticipación y prevención, comprensión, contención, resolución y terminación. En España, la gestión de las crisis también va por fases, pero las guía otra intención.
Las
cinco fases presentes en la mayoría de los modelos comúnmente aceptados se ven
sustituidas por la genuina innovación que aportan las cuatro fases típicas en
la gestión de crisis a la española y que podríamos sintetizar así: no va a ser
para tanto, seguro que se arregla solo, hemos seguido el protocolo y la culpa
es de los demás.
Este
modelo español de gestión de crisis opera de modo universal y transversal. Se
aplica indiscriminadamente a toda suerte de crisis –sanitaria, reputacional,
organizativa, de seguridad, medioambiental, política…–y aunque suele ser el
preferido de la derecha, también suma devotos practicantes entre la izquierda.
Este
modelo español de gestión opera de modo universal y transversal. Se aplica
indiscriminadamente a toda suerte de crisis
Como
su propio nombre indica, durante la primera fase se trabaja siempre sobre la
asunción de que no va a ser para tanto y no llegará la sangre al río. El
tradicional pesimismo ibérico se ve reemplazado por un optimismo adolescente
según el cual, de alguna manera, todo saldrá bien. Lo único que ha de ocupar al
gestor durante esta fase es mostrar un entusiasmo propio de Forrest Gump y
negar tajantemente la posibilidad de que lo peor vaya a suceder. El relato lo
es todo y si algo falla en el relato, será que nos informamos mal.
Al
gestor de crisis español no le sale de manera natural pasar por voluntad propia
a la segunda fase. Si por él fuera, se quedaría a vivir para siempre en ese
confortable estado del no pasa nada. Normalmente le empuja la realidad a base
de hechos incontestables. Enfrentado a la dramática realidad de que lo peor que
no iba a suceder está sucediendo, el gestor de crisis español añade a aquel
optimismo adolescente inicial la fe propia de un país de tradición católica.
Alguien o algo, de alguna manera, en algún momento, lo va a arreglar. Solo hay
que cerrar los ojos y desearlo muy fuerte.
La
tercera fase arranca cuando la amenaza de la crisis ya se ha materializado. Es
el gran momento de nuestra palabra de seguridad para evitar dolor o daño:
protocolo. España es la tierra de los 1.000 protocolos. Cuando las cosas van
mal por aquí todo quisque, por mucha autoridad o mando en plaza que tuviera o
tenga, se ha limitado siempre a seguir el protocolo. Si tienen alguna queja,
diríjanla al autor o autores del susodicho protocolo.
La
cuarta fase ofrece simplemente el corolario lógico de la tercera etapa. Si
usted ha seguido el protocolo y lo ha hecho todo bien, la culpa tiene que ser
de los demás, que no han seguido el protocolo o lo han hecho mal. No acaban ahí
los sacrificios. Pese a la evidencia de su reacción impecable y porque usted es
un líder como Dios manda, deberá mostrarse dispuesto a asumir la
responsabilidad política por todas las cosas que han hecho mal o regular los
demás.
Al
día siguiente podrá sentarse en su despacho fresco como una rosa, con la
satisfacción del deber cumplido. Ya solo le quedará esperar a que la rueda de
la política española vuelva a girar con su exuberante catálogo de trucos,
castigos y premios y el olvido le devuelva la tranquilidad. Parece un chiste.
Pero por desgracia se ha convertido en un modelo.
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