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viernes, 15 de noviembre de 2024

¿HAY QUE ABANDONAR X?

 

¿HAY QUE ABANDONAR X?

DIARIO RED

 

Donald Trump y Elon Musk — BBC

Desde nuestro punto de vista, lo último que tiene que hacer la gente progresista y de izquierdas cuando los reaccionarios avanzan en cualquier ámbito de la vida es retirarse

Cuando aparecieron las redes sociales basadas en Internet, el primer éxito se lo llevó Facebook y funcionaba básicamente como una herramienta para hablar con las personas que ya conocías en la vida real o, como mucho, para reconectar con tus antiguos compañeros del colegio. La primera red social de una cierta entidad en la que se empezó a tener una conversación política con personas que no conocías de nada, de forma masiva y eventualmente planetaria fue Twitter. Al principio, el ambiente en la red del pajarito era muy parecido al de una utopía tecnológica. Por primera vez en la historia de la humanidad, cualquier persona con una simple conexión a Internet tenía en sus manos la potencialidad no solamente de difundir contenidos sino también de hacer llegar sus ideas a cualquier parte del mundo. Por primera vez en la historia de la humanidad, el monopolio de la información se había roto de una forma eficaz y los medios de comunicación tradicionales —la mayoría de ellos en manos de las oligarquías económicas o de los estados nación— ya no podían ejercer el control aplastante sobre la conversación pública del que habían disfrutado hasta entonces.

 Con la llegada de las redes sociales —muy singularmente de Twitter— la producción y difusión de información se democratizó hasta niveles nunca antes conocidos y eso facilitó la activación de procesos populares antioligárquicos en varios lugares del mundo. Sin Twitter, seguramente no habrían sido posibles los diferentes levantamientos democráticos del norte de África que se conocieron como 'primavera árabe' o el 15M español y la posterior aparición de Podemos. Las redes sociales abrieron una brecha en la armadura del sistema, la élite periodística al servicio del statu quo perdió su capacidad de tapar todas las vías de agua —recordemos que tuvieron el poder de ocultar durante tres décadas la actividad extraordinariamente corrupta de Juan Carlos I— y, de repente, se abrió la posibilidad de activar revoluciones ciudadanas con dirección plebeya.

Ante esta situación, obviamente el establishment no se iba a quedar parado y rápidamente construyó la reacción. No solamente el sistema impulsó partidos de extrema derecha con un manejo de las mentiras y del odio especialmente adaptado al entorno digital sino que, además, los sectores pudientes —atemorizados por la posibilidad de que el poder político se les escapase de las manos— empezaron a destinar ingentes cantidades de dinero para extraer de forma masiva datos de carácter político de las redes sociales —como ocurrió con el escándalo de Cambridge Analytica— o para manipularlas mediante la compra de granjas de bots o mediante la injerencia directa en los algoritmos que deciden lo que ve cada usuario. En pocos años, esto cambió de forma radical la naturaleza tanto de Twitter como del resto de redes sociales, aunque cada una según una idiosincracia particular condicionada por sus detalles de funcionamiento y de uso. En particular en Twitter, se volvió cada vez más difícil tener una conversación sin que cuentas de extrema derecha se dedicasen a inyectar desinformación y consignas ideológicas en la misma, aumentó considerablemente el nivel de agresividad general y disminuyó significativamente la influencia relativa de los planteamientos democráticos y de izquierdas. En un terreno que había sido conquistado en un primer movimiento por una marea progresista y bienintencionada, las fuerzas reaccionarias consiguieron recomponerse y acumular allí una importante cantidad de territorio.

A medida que esto fue acentuándose y haciéndose cada vez más evidente, los sectores progresistas y de izquierdas empezaron a generar un debate que se resume en la pregunta que titula este editorial: ¿Hay que abandonar X? Aunque la duda táctica se plantea también a veces sobre el conjunto de las redes —¿hay que abandonar las redes sociales?—, el planteamiento se suele centrar en X por dos motivos fundamentales. En primer lugar, porque es la red en la que el contenido publicado se percibe como 'más político'. Esto es ciertamente debatible, ya que resulta difícil de negar que YouTube o TikTok no estén llenos de contenido con orientación política, pero quizás en X, al ser su elemento básico de publicación un corto mensaje de texto, la naturaleza política de su contenido resulta más evidente. En segundo lugar y sobre todo en los últimos años, uno de los factores que empuja a las personas progresistas y de izquierdas a preguntarse si deben abandonar X es obviamente su compra por parte del multimillonario ultraderechista Elon Musk, quien, de hecho, cambió el nombre de Twitter a X. Al implicarse de lleno Musk en la campaña de Donald Trump y al haber sido elegido, en los últimos días, como la persona llamada a dirigir un departamento gubernamental para aplicar el análogo de la motosierra de Milei en Estados Unidos, el debate se ha vuelto a activar y se han producido importantes movimientos en la dirección del abandono de la red social. En el momento de escribir este editorial, no solamente han anunciado el medio británico The Guardian y La Vanguardia en España que dejan X sino que, también, han tomado la decisión varios opinadores y cuentas personales del lado izquierdo del tablero a título individual.

No nos podemos resistir a señalar que el abandono de X nos parece un grave error político y queremos explicar por qué

Respetando las posiciones de cada uno y entendiendo no solamente los argumentos sino también la necesidad personal de buscar la paz mental, no nos podemos resistir a señalar que el abandono de X nos parece un grave error político y queremos explicar por qué.

En primer lugar, porque no está para nada claro que otras redes sociales, como Facebook, TikTok o Instagram, no sirvan a la extrema derecha para el mismo propósito para el que utiliza X. Facebook también está controlada por un multimillonario y ha sido objeto de varios escándalos respecto de su algoritmo, acusado de favorecer contenidos agresivos y polarizantes; TikTok está controlado por una empresa china de cuyos dueños no conocemos la agenda política; e Instagram es bien conocida por generar dinámicas enormemente perniciosas entre la juventud, al empujar a las personas a entrar en una competición despiadada por el aspecto físico o el modo de vida pagado con dinero. Si asumimos que hay que abandonar X porque está causando un daño a la democracia y a los derechos humanos, lo mismo puede decirse de las demás redes mayoritarias (y también puede decirse, por cierto, que sigue habiendo un montón de gente decente y de contenido positivo y enriquecedor en todas ellas). Respecto de la posibilidad de marcharse a otras redes que, en estos momentos, son minoritarias, como Mastodon o BlueSky, nada impide que, en el momento en que empiecen a tener relevancia política, la extrema derecha decida invadirlas también. Así, la huida de X hacia otros espacios supuestamente más amables no sería otra cosa que el primer éxodo de una huida eterna.

Es necesario impugnar el discurso que señala a las redes sociales como las herramientas principales de difusión de odio y de mentiras en nuestra sociedad

En segundo lugar, abandonar X es un error político por constituir exactamente lo que la extrema derecha quiere que hagamos las personas de izquierdas. Como demuestra de forma singularmente clara la insistencia con la que el fascismo insiste en deportar no solo a las personas migrantes sino también a sus adversarios políticos, uno de los dogmas centrales de los reaccionarios es que todos los espacios colectivos y de socialización les pertenecen por derecho divino. Si tenemos que abandonar X porque los ultraderechistas están avanzando allí, podemos acabar argumentando que no tiene que haber gente de izquierdas en las tertulias de televisión porque los propietarios de las cadenas son multimillonarios de derechas y porque la mayoría de los tertulianos comparten ideología con los dueños, podemos decidir no dar tampoco la batalla en la universidad, en el centro de trabajo, en las calles, o incluso en el conjunto del país. Si acabamos abandonando X porque la extrema derecha se ha hecho fuerte allí, eso se parece mucho a una expulsión y no hay ningún motivo por el cual no vayan a seguir trabajando —después del primer éxodo— para expulsarnos de los demás ámbitos también. Si renunciamos a jugar la partida en un determinado terreno porque entendemos que el árbitro está comprado, podemos acabar renunciando a jugar todas las partidas ya que el adversario tiene una cuenta bancaria lo suficientemente profunda como para comprarse a casi todos los árbitros del mundo.

Por último, es necesario impugnar el discurso que señala a las redes sociales como las herramientas principales de difusión de odio y de mentiras en nuestra sociedad. Solamente en los últimos días, el telediario de La Sexta y el programa de Iker Jiménez se han inventado la existencia de cadáveres en el aparcamiento subterráneo del Bonaire en Valencia, Ana Rosa Quintana ha mentido sobre los avisos de la AEMET y numerosos digitales bien financiados por la Comunidad de Madrid se han cansado de publicar noticias afirmando el origen magrebí de los 'saqueadores' en las poblaciones afectadas. Por supuesto que la extrema derecha utiliza X y el resto de redes para difundir bulos y odio, pero muchas grandes empresas de comunicación en manos de millonarios con una tendencia política no precisamente progresista también sirven habitualmente para el mismo propósito. Con una importante diferencia: en las redes sociales, por lo menos, los ciudadanos de a pie tenemos voz y podemos contestar. El discurso que prescribe el abandono de las redes sociales, aunque se emita con una intención buena y decente, conduce a la recuperación del monopolio de la información por parte de los grandes poderes mediáticos en manos de la clase pudiente.

Desde nuestro punto de vista, lo último que tiene que hacer la gente progresista y de izquierdas cuando los reaccionarios avanzan en cualquier ámbito de la vida es retirarse. Si no queremos entregarles la victoria y que nuestras sociedades se sumen en la oscuridad, es indispensable dar la batalla cultural en todos en cada uno de los espacios: en la cena de Navidad, en el WhatsApp de padres y madres del colegio, en la parada del autobús, en el centro de trabajo, en las calles, en los medios de comunicación y también en las redes sociales. En vez de regalar X a los fascistas, lo que tenemos que hacer es reconquistarlo, obligar a Elon Musk a venderlo, tomar su control mediante una cooperativa de trabajadores y cambiarle el nombre para que se vuelva a llamar Twitter.

 

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