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martes, 12 de noviembre de 2024

BRASIL SE ALEJA DE VENEZUELA

 

BRASIL SE ALEJA DE VENEZUELA

Tras el fracaso en la mediación después de las elecciones, y la beligerancia de parte del Gobierno de Maduro, Lula veta al país caribeño en los BRICS para no aumentar la imagen antioccidental del bloque

BERNARDO GUTIÉRREZ

Maduro y Lula en mayo de 2023 en Brasilia. / Ricardo

Stuckert/PR - Palácio do Planalto

El pasado 8 de agosto, Breno de Souza, embajador de Brasil en Nicaragua, abandonó el país centroamericano un día después de haber sido expulsado por el presidente Daniel Ortega. El Gobierno nicaragüense argumentó que la expulsión se debió a la no comparecencia del diplomático brasileño al cuadragésimo quinto aniversario de la Revolución Sandinista del 19 de julio, algo que no es obligatorio. El presidente Lula adoptó la política de reciprocidad y expulsó a Fulvia Patricia Castro Matus, embajadora de Nicaragua de Brasil. El incidente apenas tuvo repercusión en los medios internacionales, ya que todas las atenciones estaban puestas en la tensión desatada por la no divulgación de las actas de las elecciones de Venezuela del 28 de julio. El rifirrafe nico-brasileño anticipaba un cambio de rumbo en la geopolítica del gigante sudamericano que no tardaría en contagiar la relación entre Lula y Nicolás Maduro. Brasil empezaba a alejarse del eje bolivariano.

Desde que Lula regresó al poder, Brasil evitó unirse a las declaraciones del grupo de países latinoamericanos, liderado por Chile, críticos con el Gobierno de Nicaragua. A pesar de haber recibido información pormenorizada sobre violaciones de los derechos humanos por parte del Gobierno de Daniel Ortega, Brasil intentaba mantener el diálogo con Managua. La diplomacia brasileña mediaba, de hecho, entre el Vaticano y el Gobierno nicaragüense para la liberación de los obispos católicos detenidos en 2022. 

La expulsión del embajador brasileño marcó un antes y un después. El 10 de septiembre, Brasil firmó una declaración en la ONU junto a Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Paraguay y Perú, acusando al Gobierno de Ortega de tortura, desapariciones y represión. Venezuela describió la declaración como “propaganda”. El desencuentro entre Brasil y Venezuela iba in crescendo. Lejos quedaba el clima de confraternización con el que Lula recibió a Nicolás Maduro en el palacio de gobierno el 29 de mayo, tras ocho años de ausencia. El presidente brasileño llegó a echar un cable al mandatario venezolano, al afirmar que su gobierno era víctima de una narrativa sobre ausencia de democracia.  

Mediación imposible

Brasil fue el único país que envió políticos de alto rango para acompañar las elecciones venezolanas del 28 de julio. Un día después de los comicios, Celso Amorim, exministro de Exteriores durante los dos primeros mandatos de Lula y actual jefe de la Asesoría Especial de la Presidencia brasileña, se reunió con Nicolás Maduro en el palacio de Miraflores, sede de la presidencia venezolana. Brasil empezaba a liderar la mediación en el conflicto abierto por unas elecciones en las que gobierno y oposición se declaraban vencedores. Lula aprovechaba la inercia del restablecimiento de relaciones con Venezuela (rotas desde que Jair Bolsonaro cerrara la embajada en Caracas en 2020) y una larga historia de colaboración bilateral. Aparte de intentar recobrar una estrecha relación económica y de buscar soluciones para la crisis migratoria, Brasil, mediando en Venezuela, intentaba recuperar el liderazgo geopolítico en América Latina. 

La mediación fue torciéndose. Tras la reunión con Maduro, el embajador brasileño en Caracas recibió en su residencia privada al candidato opositor Edmundo González Urrutia. Además, el Gobierno brasileño, que había asumido la embajada argentina tras la expulsión de sus diplomáticos, garantizaba la seguridad de los seis venezolanos asilados en ella, colaboradores de la opositora María Corina Machado. Lula estaba lejos de mostrar la complicidad hacia el Gobierno venezolano habitual durante los gobiernos de Hugo Chávez. 

En la última década, muchas cosas cambiaron en Brasilia y en Caracas. Tras el impeachment ilegal sufrido por Dilma Rousseff, el antibolivarianismo impuso su rodillo en la política de Brasil. Venezuela tuvo un fuerte peso en la campaña que aupó a Jair Bolsonaro a la presidencia en 2018. En #PTnão - Programa Muda Brasil, un vídeo de campaña del partido de Bolsonaro, aparecía un inmigrante venezolano alertando sobre la “narcoditadura” de Nicolás Maduro. En Triste situação da Venezuela, otro vídeo de propaganda bolsonarista, las palabras “caos”, “desempleo”, “crisis”, “desesperación”, “violencia”, “hambre” y “pobreza” flotan sobre un fondo de altercados sociales y de gente buscando comida en la basura. Por si fuera poco, la canción que marcó el tono de la campaña de Bolsonaro en 2018, O mito chegou, estuvo compuesta por El Veneco, un inmigrante venezolano antichavista.

El reciente restablecimiento de relaciones entre Lula y Maduro estuvo marcado por la polémica. La mayoría de los medios brasileños, que hace años que describen a Venezuela como una dictadura,  reclamaron a Lula que reconociera la victoria de la oposición en las últimas elecciones. Lula no reconoció el triunfo de Nicolás Maduro ni el de la oposición. Y el presidente venezolano, al ver que Brasil seguía presionando para la presentación de las actas, inició una escalada de acusaciones. 

El veto en el G20

A principios de septiembre, la embajada argentina en Caracas empezó a ser asediada por fuerzas policiales de Maduro. El Gobierno de Brasil –que un mes antes había asumido la representación de las embajadas de Argentina y Perú en Venezuela– se negó a entregar la custodia de la embajada al ejecutivo venezolano, porque las reglas diplomáticas obligan a cederle la vigilancia a otro país después de acordarlo con Argentina. La diplomacia brasileña llegó a temer que las fuerzas policiales entraran en la embajada y detuvieran a los opositores. La invasión no llegó a ocurrir, pero la confianza mutua estaba ya rota. La posibilidad de la publicación de las actas seguía alejándose. El Gobierno de Lula, a pesar de que el Partido dos Trabalhadores (PT) apoyó a Maduro tras las elecciones, no se movió un milímetro de su posición mediadora. 

La tensión acumulada entre Brasil y Venezuela estalló durante el reciente encuentro de los BRICS en Rusia. Nicolás Maduro se desplazó a Kazán a una reunión en la que participaban por primera vez los miembros recién incorporados al grupo: Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Durante el encuentro, al que Lula no acudió por un accidente doméstico, se hizo público el veto de Brasil a la entrada de Venezuela a los BRICS. El Gobierno de Maduro acusó a Brasil de “agresión descarada y ruda”. Llamó a consultas al embajador brasileño en Caracas y afirmó que el ministerio de Asuntos Exteriores de Brasil estaba “muy vinculado al Departamento de Estado de Estados Unidos”. El punto más bizarro del conflicto fue una publicación de la Policía de Venezuela con una imagen borrada del presidente Lula frente a la bandera brasileña y una frase: “Quien se mete con Venezuela se seca”.

El veto de Brasil a Venezuela tiene múltiples matices. En primer lugar, está relacionado con la no presentación de las actas por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE) y con la huida hacia adelante del Gobierno de Maduro, cada vez más cuestionado interna e internacionalmente. Intentar liderar la mediación en Venezuela tras las elecciones no le ha reportado a Brasil el prestigio internacional que esperaba. Sin la presentación de las actas, Brasilia no puede defender la buena salud de la democracia venezolana ni lanzar grandes acuerdos bilaterales, como los que existían durante los gobiernos de Hugo Chávez.  Legitimar a Nicolás Maduro le traería más dolores de cabeza que beneficios a Lula. Tras las elecciones municipales de Brasil, en las que los partidos de derecha arrasaron, cualquier apoyo a Venezuela, por leve que sea, podría dificultar la gobernabilidad en el Congreso. El retorno de Donald Trump, que ya ha anunciado una coalición global contra el gobierno venezolano, dificulta la reaproximación de Lula con Maduro. Sin embargo, el principal motivo del veto a Venezuela en los BRICS es otro: la pérdida de peso geopolítico de Brasil en el bloque.  

Pérdida de espacio

Lula había apostado fuerte a la incorporación de Argentina a los BRICS. La ampliación del grupo en un momento de fuerte polarización entre China y Estados Unidos había dejado a Brasil en una posición incómoda. Por ello, Lula contaba con el triunfo del peronista Sergio Massa en las elecciones argentinas de 2023. Un país latinoamericano de centro izquierda era el pivote ideal para un bloque al que se incorporaban miembros de África y Asia. Desde la fundación de los BRIC en 2006, Brasil se aprovechaba de los vínculos con potencias occidentales que Rusia, China y India no tenían. Brasil era el país puente con Occidente. La entrada de Sudáfrica en 2010, que transformó el bloque en BRICS, no alteró el equilibrio. La ampliación de 2023, para la que Brasil llegó a apoyar a Venezuela, fue el resultado de un largo proceso de negociación. Y de muchos malabarismos geopolíticos. Arabia Saudí, uno de los países aceptados, todavía no se ha incorporado oficialmente, por la entrada de Irán. Arabia Saudita nada y guardará la ropa mientras dure el conflicto de Israel con Palestina, Irán, Líbano y otros países de la región, para no incomodar a Israel. 

La renuncia de Javier Milei a la participación de Argentina en el bloque fue un jarro de agua fría para Lula. Sin Argentina, otro puente con Europa y Estados Unidos, los BRICS tienen un cariz más antioccidental. Por ese motivo, la presencia de Venezuela radicalizaría todavía más la imagen de los BRICS, algo que Lula quiere evitar. El economista turco Daron Acemoglu, premio Nobel de Economía 2024 y coautor del bestseller Por qué fracasan los países, criticó la expansión de los BRICS: “Fui un gran defensor del presidente Lula, pero ahora estoy extremamente decepcionado. La actual expansión del grupo me parece ir en la dirección equivocada a los intereses del bloque”, aseguró en una entrevista en la que cuestionaba la creciente influencia de China en el bloque y la actitud pasiva de Lula. 

Brasil asume la presidencia de los BRICS en enero para intentar recuperar influencia. Ofuscado por la potencia de China, por la tensión que la guerra de Ucrania ha provocado entre Rusia y Occidente y por la incorporación de nuevos miembros, Lula buscará ser de nuevo el equilibrista de mundos. Todo apunta a que Brasil enfriará la entrada de nuevos socios. Celso Rocha de Barros, analista político del Foro de Teresina, afirma que Lula considera cualquier expansión como una pérdida de influencia: “Si estás en un grupo en el que has conseguido paridad con países como China o India, estás bien. Si estás en un grupo con cincuenta países, no significas nada. Con el paso del tiempo, China se despega de India, Brasil y África del Sur. Los BRICS se transforman en un espacio menos importante para la diplomacia brasileña. Brasil continúa muy nervioso con esa polarización internacional de China y Estados Unidos”.

En 2025, el deseo de Brasil de volver a ser un big player geopolítico pasa más por reforzar el Banco de los BRICS (presidido por la ex presidente Dilma Rousseff) para plantar cara a la supremacía mundial del dólar que por la incorporación de nuevos miembros. Lula luchará por el Sur Global intentando no volar los pocos puentes existentes con Occidente. Venezuela, más que un aliado en esa tarea, sería una piedra en el zapato.  

 

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