LAS CHICAS DEL BATALLÓN AZOV
Nada tan viejo
y tan efectivo como el cuerpo de las mujeres al servicio de la causa, esta vez,
la de Ucrania
Propaganda de reclutamiento de la
Tercera Brigada de Asalto del ejército ucraniano, integrada por la organización
neonazi Azov.
Una
joven de piernas larguísimas, medias de rejilla y botas de cuero se enrosca en
la cintura de un soldado que conduce sobre una moto. Sostiene una pistola y
mira seductora a la cámara, mientras, en el fondo, humean los restos de la
batalla. “¡‘Protégela en la Tercera Brigada de Asalto!” –dice el post de Instagram– “ vale la pena
darlo todo por la libertad de nuestro país y el futuro de nuestros seres
queridos y lo hacemos con honor (...) vive, ama y lucha, aquí y ahora, en la
Tercera Brigada de Asalto”.
Hace apenas dos días, la misma cuenta estrenaba en sus redes un spot producido con calidad cinematográfica. En él, dos jóvenes soldados –ella, rubia, delicada, bellísima, él, tatuado, barbudo y robusto– que son, de hecho, una pareja real de militares, aparecen en la intimidad de su casa. Montan juntos un fusil de asalto, se acarician, hacen el amor sobre una mesa desordenada, se acurrucan con su bulldog en la cama, vestidos con camisetas de verde caqui. Después, se suben a un blindado: ella extiende los brazos contra el viento, él conduce hacia el frente de guerra mientras se pone el sol. Visten de camuflaje, llevan gafas de sol. A ratos, podría ser un anuncio de moda, a ratos, un videoclip, una road movie romántica falocéntrica y muy bien filmada. “El amor es algo que no se puede dejar para después. Ser un guerrero es vivir para siempre. Estar con un guerrero significa amar para siempre”.
Combatir
te hace deseable. Combatir lleva a las chicas de ojos grandes y labios gruesos
hasta tu cama. Combatir te acerca a esas mujeres que abrazan fusiles y
rodean misiles entre sus piernas brillantes. Pero atención, que estos anuncios
nos dicen también que combatir no solo es sexo: también es amor. Es encontrar
otra guerrera con la que compartir un destino, protegerla, hacerle el amor tras
las jornadas de trinchera, cuidarla, como se cuida a la patria. Éstas son dos
de las últimas piezas publicadas por la Tercera Brigada de Asalto de la Guardia
Nacional Ucraniana, quizá la más popular de todas sus fuerzas militares y
también la más polémica, cuyo nombre originario, que quizá les suene más, era
el de Batallón Azov.
Tradición,
hermandad, coraje, Estado
Fundado
en Jarkov en febrero de 2014 por Andriy Biletsky, activo líder de varias
organizaciones de extrema derecha, se organizó como grupo paramilitar neonazi
para combatir a los separatistas rusos del Donbás tras el Maidán. Gracias a
las donaciones privadas y a la permisividad y complicidad de Kiev, la
organización fue ganando poder y miembros hasta operar no solo militarmente,
sino con brazos civiles y políticos y una potente red de propaganda que
permitió su expansión. Pese a su evidente simbología neonazi y pese a los
crímenes de guerra probados que han cometido durante los últimos diez años,
(hay informes de la OSCE
desde 2016 que así lo reflejan) Azov terminó por integrarse en las fuerzas
armadas ucranianas y acabó también por gozar de gran visibilidad y una renovada
campaña de imagen en medios internacionales. Mercenarios de todo el mundo
–incluídos varios ultraderechistas españoles– se unieron a la causa de Azov,
que poco o nada tenía que ver con democratizar Ucrania o los derechos de su
población civil, menos aún la de Donbás. En esa legitimación, los titulares
sobre sus hazañas fueron planteando que igual no eran tan nazis… o que ser tan
nazi era secundario en una coyuntura de invasión, casi “un mal menor”. Si
en años anteriores la prensa liberal occidental, nada sospechosa de prorrusa,
alertaba de la presencia de estos elementos fascistas, hoy el escenario es muy
diferente. EEUU, de hecho, tenía bloqueada la ayuda militar a estas unidades,
pero esas restricciones se levantaron por parte del Congreso en 2024. Vía libre
para los chicos de Azov.
Mercenarios
de todo el mundo –incluidos ultraderechistas españoles– se unieron a la causa
de Azov, que nada tenía que ver con democratizar Ucrania
El
revisionismo histórico ha ido, poco a poco, convirtiendo a los colaboracionistas
nazis ucranianos de la II Guerra Mundial en “héroes” de la liberación nacional
y a la causa nacional de Azov, casi en una lucha anticolonial aplaudida desde
el liberalismo euroatlántico. Azov realiza giras por universidades como
Stanford, recauda dinero con patrocinios extranjeros, y tiene una red de
portavoces –con mujeres en posiciones nada desdeñables– con la que extienden su
mensaje patriótico y de autodefensa frente al invasor. Francis Fukuyama (al que el Fin de la
Historia hace tiempo que le pasó por encima) les presentó en Estados Unidos el
verano pasado y dijo: “Se originaron entre los nacionalistas ucranianos, pero
llamarlos neonazis es aceptar el marco ruso de lo que representan hoy”. Y es
que, ¿quién no tiene derecho a un rebranding, a un cambio de marca?
Aunque quizá es ahí, precisamente, donde radique la clave del problema y
Fukuyama tenga, por una vez, algo de razón: la ideología de Azov (que atacaban
campamentos de población gitana, que ataban migrantes a postes, que cargaban
contra los desfiles del orgullo LGTBI, que quemaron vivos a sindicalistas en
Odesa) ya no necesita representarse a través de jóvenes radicales con
esvásticas y soles negros tatuados en sus brazos, porque esa lógica
etnonacional, tradicionalista, turboliberal en lo económico y ultraconservadora
en todo lo demás, ya se ha extendido como parte troncal del proyecto de Estado
que muchos quieren para Ucrania. “El ideario de la extrema derecha se ha
colocado como discurso oficial del Estado” afirma Nahia Sanzo, experta autora
de
Slavyangrad.es, probablemente el sitio en castellano más
completo y actualizado sobre el conflicto, que ella misma actualiza diariamente
desde hace diez años. “Diferenciar el ideario de Azov del ideario del Estado”
–señala Sanzo– “es cada vez más difícil, teniendo en cuenta que cada vez más
personas pasan por estos grupos o son cercanas a ellos y a su labor ideológica
dentro del propio ejército. Son el sector social más organizado, armado y con
experiencia militar”. Y además, apostilla: “Dicen que han cambiado, que no son
lo mismo, pero muchos de sus líderes fundacionales se mantienen”.
La
web
de Azov es casi una distopía: si una la abriera sin conocerla,
le parecería una página de un videojuego. Muy bien diseñada, está centrada en
hacer sencillo e intuitivo el proceso de reclutamiento y despejar todas las
dudas posibles a los futuros candidatos. No hay simbología sospechosa (al
menos, no es evidente), sino guiño a sus valores: nación, excelencia,
tradición, coraje, hermandad. Valores especialmente atractivos para muchos
hombres cuyo coraje, cuya hombría, cuya ciudadanía e identidad se basa ahora en
un relato dicotómico entre elegir la humillación o el valor suicida.
Reclutar
o morir: hombres a la picadora
Cualquiera
con más de 18 años puede unirse, entrenar, y combatir en la Tercera Brigada de
Asalto de la Guardia Nacional de Ucrania. Azov lleva meses impulsando una
intensísima campaña para atraer soldados a sus filas. La falta de efectivos –de
hombres, de carne de cañón– en el frente ucraniano es un problema acuciante, un
secreto a voces que ha ido haciéndose ensordecedor a lo largo de los meses.
La
falta de efectivos –de hombres, de carne de cañón– en el frente ucraniano es un
problema acuciante, un secreto a voces
No
siempre ha sido así: como afirma Sanzo, hasta la invasión rusa en 2022, mucha
de la población del país vivía ajena a lo que ocurría en el Este y las
reticencias a alistarse “pasaban más por el riesgo de verse obligado a matar
que por el de tener que morir”. Ni siquiera en 2022, apunta la analista, el
reclutamiento fue tan necesario: “Se generó un ‘efecto llamada’ en base a esa
ola de nacionalismo ante la invasión que hacía muy sencillo conseguir reclutas.
Hubo una fuga poblacional, pero la evasión del reclutamiento se está
produciendo ahora, que es cuando las tropas ucranianas están más desgastadas. La
vida en las trincheras es cruel, durísima, y la gente es consciente de ello.
Por eso son necesarias las campañas publicitarias”. El reclutamiento se ha
descentralizado y existe un reclutamiento del Estado y otro, independiente, de
unidades como Azov o los Lobos de Da Vinci, que lo desarrollan por su
cuenta.
Ucrania
reforzó las medidas de
reclutamiento forzoso la pasada primavera. Además de un
entrenamiento militar obligatorio para todo varón de más de 18 años, se
endurecieron los criterios de exención para evitar ir al frente y se
desplegaron una serie de ventajas fiscales y promesas salariales que hicieran
más atractivo el servicio en las Fuerzas Armadas. Aunque ni con esas parece que
se reduzca el número de desertores, otro secreto evidente sin cifras pero con
múltiples filtraciones desde diferentes inteligencias occidentales. La medida
más polémica de todas fue, sin embargo, la bajada de la edad de reclutamiento
en el país, de 27 a 25 años, una impopular medida que aun así todavía es
susceptible de verse todavía más reducida: son varias las voces de los
“halcones” en Kiev –y en Washington– que
solicitan bajarla ahora a los 18 años.
Cualquier
hombre en edad militar tiene prohibido salir del país. Esa realidad evidente
–una ley marcial que viola y restringe derechos humanos– fue obviada por la
propaganda de guerra europea, centrada en combatir “hasta el último ucraniano”.
Los hombres que pudieron marcharse a partir de febrero de 2022 (muchos bajo
cuerda, chantajes y pagos para poder atravesar la frontera) se enfrentan ahora
con restricciones consulares y con amenazas de deportación, que países como Polonia no ven tan
descabelladas. Los ministros de exteriores de ambos países señalaban a los
refugiados y exiliados casi como “traidores” a la defensa de su patria,
cuestionaban su hombría y ponían sobre la mesa la posibilidad de cortarles todo
tipo de subvenciones y ayudas, las mismas de las que solo hace dos años
presumía la Unión Europea. Los vídeos de redadas y persecuciones y las
denuncias del maltrato y las condiciones precarias en los acuartelamientos
resuenan entre la opinión pública ucraniana.
Así,
¿cómo atraer a alguien de nuevo a la trinchera? ¿Qué mecanismos pueden
funcionar en una guerra que asumirá un nuevo invierno en circunstancias muy
difíciles? ¿Nación, patria, honor, justicia, liberación? Azov, además, plantea
lo evidente en todo régimen de guerra: el orden sexual y de género.
Ama
a la Tercera Brigada de Asalto
El
Washington Post se hacía eco de la campaña de Azov
en su portada, no para denunciar la sexualización o la romantización del drama,
sino con una suerte de fascinación ante esas pin ups eslavas, retratadas
como una mezcla de heroínas de videojuego (qué daño hizo Lara Croft) y modelos
de Only Fans. De hecho, los autores del artículo se trasladaron al set de
fotografía profesional de la campaña de la que definen como la “mejor unidad de
combate”, con jóvenes publicistas –de nuevo, también mujeres– coordinando la
grabación. “La visibilidad de Azov”, subraya Sanzo, “no es solo por la
publicidad que ha tenido, sino por la capacidad que ha demostrado para
organizarse. Tienen campamentos infantiles, una editorial de libros,
aspiraciones internacionales y expansionistas… y es importante en términos
políticos, militares y publicitarios”. Sus campañas cuentan con mucho dinero, y
esta última –la cuarta, recuerda Sanzo– tiene un claro objetivo, más allá del
obvio, que es el de atraer la mirada internacional. De nuevo, nada tan viejo y
tan efectivo como el cuerpo de las mujeres al servicio de la causa.
Marta Havryshchko, historiadora, estudia y enseña sobre conflicto,
género y genocidio en la Universidad de Clark y es una de las voces más activas
en la academia y Twitter en denunciar la deriva de Azov, a costa inluso de su
propia seguridad. Para ella, la ideología fascista de la OUN y la UPA (rama
militar de la Organización de Nacionalistas
Ucranianos entre 1920-1950), colaboracionista con el nazismo “se
basaba en roles de género patriarcales, pero al mismo tiempo, dependían en gran
medida de las mujeres en sus actividades: servían como mensajeras,
exploradoras, propagandistas, médicas. Estas funciones se consideraban
temporales y tenían un objetivo principal: un Estado independiente ucraniano,
que crearía las circunstancias para que las mujeres pudieran volver a su “labor
natural” en el hogar, criar nuevos soldados, apoyar a sus maridos guerreros”.
Traza un paralelismo con la actualidad: “Ahora en las unidades militares de
extrema derecha como Karpatska Sich, Brigada Azov o Vovky Da Vinci integran y
celebran a las mujeres pero les reservan los trabajos feminizados. Por eso
sirven mayoritariamente como médicas, secretarias, periodistas o psicólogas,
que no desafían las jerarquías de género. Ellos son los héroes, ellas, las
ayudantes de los héroes”. Sacrifican sus derechos y su seguridad en aras de un
“objetivo mayor”: salvar a la nación en tiempos de amenaza existencial, lo que
de hecho, “refuerza las estructuras patriarcales del poder dentro y fuera del
ejército”.
Respecto
a la campaña de la Tercera Brigada de Asalto, Havryshchko recuerda que viene
precedida de varias polémicas sexistas, como bromas en televisión en las que
comparaban su rol militar con el de los perros del ejército. “Sugerían que las
mujeres militares estaban para satisfacer las necesidades sexuales de los
soldados, y así ayudarles a luchar. Escribí un post sobre ello” recuerda la
académica, “etiquetando a las principales feministas en los defensores de la patria,
inmunes a cualquier reproche”. También, señala, hay mujeres implicadas en esta
misión: “Algunas de las mujeres de esta Tercera Brigada de Asalto juegan un rol
fundamental en negar el sexismo, y presentan una imagen luminosa de la brigada.
Considero que esta es una estrategia común entre las mujeres militarizadas, que
interiorizan ese sexismo y le restan importancia para poder sobrevivir en esa
atmósfera de masculinidad tóxica”.
Con
estas circunstancias, la maquinaria de guerra debe activar todos sus resortes
para garantizar que el esfuerzo de guerra no flaquee y que la población
ucraniana mantenga, aunque sea a costa de sus propios muñones, el ardor de la
batalla. La romantización de las mutilaciones de guerra –otra derivada
perversa, primero ignorada, y ahora idealizada– es otro buen ejemplo de cómo el
orden de género opera también para convertir en héroes y en ejemplos de
superación y amor la terrible realidad de miles de jóvenes que arrastrarán
graves discapacidades de por vida. El mes pasado, la Semana de la Moda de Ucrania
abría su desfile con amputados de guerra sobre la pasarela vestidos con una
adaptación hipster de la indumentaria tradicional del país con las
prótesis de sus piernas a la vista. “Un nuevo mensaje –afirmaba la directora
del evento– para la gente que estaba cansada de imágenes de casas destruidas y
de soldados heridos”.
Esta
cínica reelaboración del discurso, vestida –nunca mejor dicho-–como un
ejercicio de resiliencia y de resistencia, tiene derivadas todavía más oscuras.
El pasado marzo, el medio Politico se
hacía eco de cómo varias actrices pornográficas recaudaban dinero para las
fuerzas armadas a través de fiestas y campañas, como una cena de gala en la que
mujeres encajadas en trajes de escotes y cinturas imposibles se abrazaban a
jóvenes en sillas de ruedas y smoking. Pese a estar prohibida oficialmente, la
pornografía en Ucrania es un negocio con un peso evidente, gracias al fetiche
sexual construido en torno a la mujer eslava, especialmente tras la
desintegración de la Unión Soviética. No en vano, el debate sobre legalizar y regularizar el porno
apareció a menudo en el país el año pasado, en el marco de la oportunidad
económica que supondría para un país sumido en la guerra, y revestido, claro,
de un supuesto feminismo liberal (“mi cuerpo, mi decisión”) teledirigido desde
los dueños de la industria. Ucranianas en varios países llegaron a organizar “Nudes for war effort” (desnudos
a cambio de esfuerzo de guerra), un Territorial Defence OnlyFans que
recaudaba dinero a cambio de vídeos eróticos o pornográficos en la plataforma
web. Ya saben, si todo falla, siempre quedan las pajas.
La
amarga ironía es que, apoyando la militarización, muchas feministas refuerzan
las estructuras de poder patriarcales
Para
Havryshchko, el feminismo tiene una conversación pendiente sobre toda esta
cuestión que no parece querer abordar. “Los principales grupos feministas de
Ucrania se ponen del lado del Estado-nación en tiempos de guerra. Como
resultado, algunas feministas se dedican a avergonzar a los hombres que
intentan evitar el servicio militar obligatorio. Otras abogan por la militarización
social porque creen que si Rusia ocupa toda Ucrania, perderán mucho más de lo
que han perdido ahora, dadas las recientes tendencias antigénero y
antifeministas rusas. Pero la amarga ironía es que, apoyando la militarización,
muchas feministas refuerzan las estructuras de poder patriarcales y los roles
de género tradicionales. Al restar importancia al sexismo en el ejército, ponen
en peligro a las mujeres militares; al apoyar a los etnonacionalistas,
refuerzan su agenda y legitiman su violencia contra las mujeres y contra las
voces críticas, como yo y otros activistas de izquierda, que no creemos en esa
unión “rosa” entre nacionalismo y el feminismo”.
Desmilitarizar
el futuro
Permítanme
un último disclaimer, una nota al pie: no faltará quien tache esta pieza
de propaganda prorrusa. A menudo, para disminuir la gravedad del problema que
se expone aquí, se argumenta que estos elementos (Azov, estructuras
paramilitares o ultraderechistas, ultranacionalismo, o ese revisionismo
histórico con reminiscencias de la peor Europa) son minoritarios. Bajo ese
mismo prisma –tan propagandista como lo que denuncia en su contrario– quienes
señalan la deriva antidemocrática y ultraderechista de Ucrania le hacen el
caldo gordo a Moscú. Pero más allá de que nadie debería tragar con la burda
falacia de la “desnazificación” que argumenta Rusia (que tampoco anda falta de
ultranacionalistas en sus filas y estructuras de Estado, ni de conservadurismo
misógino, aunque eso da para otro artículo), las muchas evidencias de lo que aquí
se escribe están sobre la mesa. Europa y Estados Unidos han alimentado un
monstruo ultra que amenaza con devorar un Estado condenado a ser fallido y
subsidiado para sobrevivir y las consecuencias tendrán eco en todo el
continente. Si quieren buscar responsables, los hay a ambos lados del muro. Si
quieren buscar enemigos internos a quienes culpar del desenlace, solo hay
que tirar de hemeroteca. Si hay alguna filia oriental y simpatías por Moscú que
reprochar aquí, en el caso de ésta que suscribe, hay que irse un siglo atrás
para encontrarla.
Europa
y Estados Unidos han alimentado un monstruo ultra que amenaza con devorar un
Estado condenado a ser fallido
Más
allá del futuro próximo y del frente de invierno, cabe ahora preguntarse qué
será de una Ucrania donde los anuncios de las marquesinas te invitan a irte a
la guerra y hay una generación de jóvenes que han crecido ya bajo esos mandatos
de masculinidad hegemónica militarizada, violenta, extremista y conservadora.
Pero sobre todo, cabe preguntarse qué será de las mujeres y de sus derechos.
“Algunos
mandos militares, especialmente de las unidades de extrema derecha, han dicho
abiertamente que en la Ucrania de posguerra, haber hecho el servicio militar
será una condición obligatoria para todos aquellos que quieran ocupar un cargo
en el gobierno, en los parlamentos, en las instituciones del poder. Esto
excluye directamente a la mayoría de mujeres (para quienes el servicio militar
en Ucrania es hoy un derecho, no una obligación), con lo que ello implica para
los derechos de las mujeres”. Havryshchko no se olvida de señalar la crisis
demográfica que atraviesa el país: “Las posiciones antiaborto tienen cada vez
más voz, y con un parlamento masculinizado, tendríamos una situación en la que
los derechos reproductivos podrían eliminarse “en nombre de la nación”. Muchas
mujeres que acumularon poder y prestigio durante los años de la guerra, en
algunos casos, porque los hombres estaban en el frente, tendrán que afrontar
despidos y volver a casa para dejar su espacio a los veteranos de guerra,
regresando a sus “deberes naturales” en el hogar. Por supuesto, estamos
hablando de escenarios extremos, que dudo que puedan implementarse, pero
depende en gran parte del resultado de la guerra”.
Con
el frente de guerra encaminado al invierno, recién conocidas las últimas –y
poco creíbles– propuestas desde Kiev para una “victoria” ucraniana, y cada vez
mayor presión internacional para una paz negociada, Sanzo, como siempre, da la
puntilla y pone el foco en el después. Se centra en el mercado negro de armas y
el reto de desmilitarizar el país en un futuro postconflicto: “Va a ser un
problema para Ucrania, tanto en términos ideológicos como a la hora de
desmovilizar a esa población, cuando esos miles de millones de armamento que
han circulado hasta allí se conviertan en un peligro real para ese Estado”.
Deberían tomar nota aquellos que no aman a Ucrania, aunque dicen amarla tanto
que la han llevado hasta el precipicio, aunque estén a miles de kilómetros del
frente de guerra. Cuando haya tiempo para los por qués, los para qué y los
quiénes, recuerden a quienes aman, alimentan y jalean a los muchachos de la
Tercera Brigada de Asalto.
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