EL TÚNEL DE LA
CRUELDAD
POR JORGE ELBAUM,
La
palabra crueldad proviene del término latino crudelitas, relativo a la
impiedad, y a la indiferencia respecto al dolor del otro. Clement Rosset en El
Principio de la Crueldad relaciona esta falta de compasión con un goce por el
sufrimiento proveniente de la comprobación del que padece es ajeno a quien lo
genera. Nota de Jorge Elbaum.
La palabra crueldad proviene del término latino crudelitas, relativo a la impiedad, y a la indiferencia respecto al dolor del otro. Clement Rosset en El Principio de la Crueldad relaciona esta falta de compasión con un goce por el sufrimiento proveniente de la comprobación del que padece es ajeno a quien lo genera. El receptor de la crueldad certifica a su productor que no es la víctima. El harto probable que Milei responda a ese criterio: al imponer medidas insensibles comprueba que no es víctima. Simplemente porque es él quien las promueve y se garantiza de ese modo estar en la vereda de enfrente del padecimiento.
La
crueldad mileísta se impone como un ethos orgulloso de su brutalidad
competitiva y mercantil: la selva donde sobreviven los más aptos tienen al león
como el responsable de imponer su ferocidad para disciplinamiento de los seres
ubicados en los escalones inferiores de la cadena existencial. De esta manera
la crueldad busca su legitimidad a fuerza de repetición. En este caso, el
verdugo saborea de su presa mientras considera que está desarticulando el
tejido de un cuerpo social colectivo que aborrece y desprecia.
Vemos
algunos antecedentes de este ágape cruento en la farandulera etapa menemista:
“ramal que para, ramal que cierra”, anunciaban en los noventa mientras
entregaban las joyas de la abuela. Lo hacían, además, con el júbilo de suponer
que habían superado la grieta de la oligarquía contra el pueblo. Por eso se les
concedió a los Bunge y Born y a los Alsogaray la cabecera de una mesa que
creían fundante.
Domingo
Cavallo fue el primero en proclamar la luz al final del túnel. Una luminosidad
que requería, como siempre, negrura, dolor, miseria y carencia para la inmensa
mayoría de la población. Esa misma luz remota, que solo veían los festejantes
de una derrota de los laburantes, se reconvertía en padecimiento para quienes
solo tenían su trabajo como herramienta de sobrevivencia. Fernando De la Rúa
reincidió en esa oscuridad sacrificial, acompañado apenas de unos golpecitos
impostados de seguridad fingida. Pero volvió en el relato pacato de quien supo
ser la hoy volatilizada exvicepresidenta de Mauricio Macri. Pero Javier Milei
eclipsó a los anteriores: cambió el jolgorio de globos marketineros por una
motosierra y sustituyó su promesa de “pobreza cero” por el eslogan del Estado
Cero.
Crueldad
versus ternura
La luz ya
no importa. La oscuridad podrá ser eterna porque lo que manda es la ecuación
aritmética del sufrimiento imperecedero. Solo habrá túnel. Alcanza con la
penumbra del trayecto si sirve para martirizar lo social, entendido como
articulación asociativa.
Para
Milei habrá túnel y oscuridad mientras los ciudadanos argentinos se resistan a
aceptar que son individuos aislados, ajenos a todo compromiso común
intergeneracional. El actual presidente pretende devastar el Estado porque su
origen y existencia justifica la gestión de lo colectivo. Milei goza con la
aniquilación de aquello que convierte a los habitantes de este país en
ciudadanos. No debe existir –en su opinión– una sociedad porque eso supone
algún compromiso colectivo. Y lo que debe primar es lo individual, lo egoísta,
lo fragmentando, la perpetua ajenidad del prójimo.
Para la
lógica neoliberal toda acción colectiva que no esté orientada a lo mercantil es
visualizada como espuria. Es una disposición que los ultraliberales clasifican
como contra natura, etiqueta que puede ser pasible de persecuciones mediante
atrocidades sistematizadas. La imagen digital y las redes sociales
apalancan este intento de destruir el vínculo interhumano. Y para propagar su
creencia recurren a la espectacularización truculenta. Su misión pretende
exorcizar aquello que pretende suplantar la normalidad del individuo aislado en
guerra contra sus hermanos. Ese ajuste de cuentas –igual que el cáncer de la
subversión de la dictadura genocida– postula a lo insensible como emblema. Todo
sujeto compasivo es caracterizado como débil e irracional, situación que
justifica su aniquilamiento y el goce de la crueldad que lo impulsa.
Si la
crueldad excluye al otro –o lo convierte en una martirizado– la ternura lo
empodera, le dice que él también es importante en esta vida. El paradigma del
dispositivo de la crueldad es la mesa de torturas. Existe un goce en esa
escena. El placer del poder que cree controla en forma absoluta al
vejado.
Lo opuesto a la crueldad es la ternura. Cuando se expresa en la
socialización inicial, su abrazo tiene dos componentes: el de abrigo y el de
liberación. El primero recurre a la “empatía” para asegurar la confianza. La
segunda difunde la seguridad en el vuelo, que deberá ser acompañado por otrxs.
La ternura brinda certidumbre y valor. Pero también autonomía y esperanza en
las trayectorias de la libertad. En su doble cometido, la ternura instituye
convicción y al mismo tiempo dota de alas para la emancipación. Contribuye a la
independencia para ir al encuentro del amor, de la amistad y/o de la
asociatividad. La crueldad busca, en última instancia, el exterminio de la
esperanza. Lo tanático que late en su negrura es ajeno y enemigo de la ilusión,
de las pasiones alegres, de la creatividad y de la sonrisa genuina. Quizás
la mueca más emblemática de la crueldad sea el fascismo. Los partisanos que colgaron
al Chancho de Predappio el 28 de abril de 1945,
recordaron que Walter Audisio fue el encargado de cumplir con el mandato de la
ejecución. Cronistas de época afirmaron, en los días posteriores, que la
ternura – palpable en el rostro del “Coronel Valerio”– había derrotado de forma
tajante a la crueldad. No existe tal túnel. Solo hay luminosidad si los
ejércitos de la ternura están dispuestos a encender sus lámparas de empatía y
liberación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario