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lunes, 16 de septiembre de 2024

X: SALIR DE LA POCILGA O QUEDARNOS

 

X: SALIR DE LA POCILGA O QUEDARNOS

Lanzamos con este artículo el debate abierto en la redacción y el consejo editorial sobre si es mejor seguir en Twitter (ahora, X) o cerrar y mudarse a otra red con menos eco e influencia

GERARDO TECÉ

Montaje de la cuenta de X de Anonymus.

Algunos medios y periodistas andamos en pleno debate sobre qué hacer con nuestra presencia en la fosa séptica antes llamada Twitter [353 millones de usuarios activos en 2023, de los cuales 4,3 se encuentran en nuestro país]. En CTXT este debate es intenso. La postura mayoritaria entre compañeros, consejeros y amigos de la revista es que CTXT debería salir de ahí cuanto antes. Los argumentos que ponen sobre la mesa quienes defienden la salida no admiten demasiada discusión: X –o como quiera llamarlo el psicópata que se compró el juguete– es hoy un inmenso altavoz de la ultraderecha en manos de un fascista que difunde bulos contra inmigrantes, amenaza a representantes democráticos y ataca a feministas o personas trans. Si los discursos de odio habían contaminado el Twitter anterior a Musk, la llegada del sudafricano al puesto de mando de la red social ha supuesto no solo la consolidación, sino directamente la promoción de estos discursos desde la propia plataforma. Si el algoritmo te muestra nazis, te habla como un nazi y te invita a razonar como un nazi, es un nazi.

Algunos, los menos, apostamos por continuar en lo que un día fue un sitio enriquecedor y hoy es un vertedero. No lo tenemos nada fácil para defender nuestra postura. Es cierto, como argumentan los partidarios del Vertedexit, que quedarnos sería formar parte del altavoz de mierda y legitimarlo, pero también lo es que si un nazi llega dando gritos a una habitación y la gente decente sale de ella, gana el nazi. Es cierto que Twitter, X o como quiera llamar al juguete este cryptobrocon claros déficits afectivos no es una habitación cualquiera, sino la propiedad privada de un multimillonario entregado a la propaganda. Pero también lo son en España las televisiones generalistas en manos de las familias Berlusconi –Telecinco y Cuatro– y Lara –Antena3 y La Sexta–, y estaremos de acuerdo en que nos encantaría que alguien pudiera sentarse en esas tertulias a explicar cómo manipulan y derechizan a la opinión pública española esas televisiones para defender según qué intereses. En Twitter aún podemos hacerlo. Podemos quedarnos a repetir cada día cómo el algoritmo manipula, cómo se promocionan discursos de odio, cómo su dueño representa lo peor de la derecha reaccionaria mundial. La ausencia de pluralidad en las teles privadas en manos de la derecha nos ha enseñado algunas lecciones. Y ninguna de ellas nos habla de las ventajas de no estar. CTXT tiene una comunidad en Twitter formada por más de 230.000 personas. No se me ocurre qué ventajas tendría el cierre y el silencio frente a la posibilidad de seguir manteniendo esa comunidad en terreno ocupado por la ultraderecha.

En Twitter, X, o como quiera llamar a su juguete este anarcocapitalista que acumula millones en subsidios públicos, el debate constructivo es imposible, argumentan con razón los partidarios de la salida. No tiene sentido permanecer en un espacio en el que la mentira y el ruido siempre se van a imponer, es una guerra perdida. ¿No lo es en el supermercado o en el bar? ¿Acaso los argumentos y los datos le sirven a usted en la cena de nochebuena para convencer al marido de su prima entregado a los discursos de odio? En ese sentido Twitter, X, o como quiera llamar a su juguete un tipo que asegura que su hijo fue asesinado porque reveló que era una mujer, no es un lugar tan diferente al resto de la sociedad. Las redes sociales son campanas de eco en las que solo escuchamos lo que queremos oír generando burbujas informativas e ideológicas, nos quejábamos hace unos años. Bien. Pues la ultraderecha, mediante ingentes cantidades de dinero, inversión en bots, algoritmos y odio ha pinchado la burbuja de la izquierda. Y la izquierda que teorizaba sobre campanas de eco se plantea salir corriendo porque lo que escucha, lógicamente, no le gusta.

Por supuesto que hay espacios mejores que esta pocilga privada. Cualquiera que no esté lleno de nazis ni dirigido por uno de ellos. Mastodon [15 millones de usuarios en todo el mundo], sin ir más lejos, es un oasis de tranquilidad y además no tiene dueño, no puede caer en manos de un psicópata como Elon Musk. Esa es su enorme ventaja. Su enorme inconveniente es que nada de lo que allí se diga o haga en este momento ejerce ninguna influencia en el debate público. No es una red social masiva a día de hoy. No es un campo de batalla ideológico. 

Mi principal argumento para la permanencia, más allá de lo duro que sería tener que renunciar a los altavoces que hemos sido capaces de construir en la que un día fue nuestra casa, no tiene tanto que ver con la estrategia racional sino con lo visceral: estoy harto. Estoy muy cansado de que la ultraderecha ensucie lugares de convivencia y salga ganadora de esa estrategia. Quemado de que los ultras hagan y la izquierda teorice sobre lo que han hecho. Creo que no sólo no deberíamos irnos de Twitter, X o como quiera llamar a su juguete el tipo que desde su cuenta personal fomenta disturbios racistas en las calles, sino que deberíamos, además, ocupar espacios digitales donde la derecha es hegemónica, donde vive la mar de tranquila. No solo deberíamos quedarnos en Twitter sino que estamos tardando en entrar al grupo de Telegram de Alvise y espacios similares para denunciar todos y cada uno de los bulos que son difundidos desde esos oasis de tranquilidad ultraderechista en los que nadie molesta. Querer salir de Twitter, X o como quiera llamar a su juguete este hijo del apartheid,es no haber entendido que la batalla cultural que la ultraderecha plantea no se va a evitar huyendo. Es no entender que la batalla ya está aquí y que los reaccionarios tienen clara su fórmula: reventar espacios de debate al tiempo que construyen oasis ultraderechistas en los que la izquierda no entra. Es decir, si la plaza pública no es suya, nadie va a estar a gusto en ella. Si nada de esto les convence, entonces, de acuerdo, vayámonos de Twitter. Pero tenemos que responder a la siguiente pregunta: qué haremos cuando la ultraderecha entre a reventar Mastodon o cualquier otro lugar que se convierta en masivo. ¿También nos iremos? 

 

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