Las ruinas de Twitter
Opinión de Lucía Taboada
• 1No hay
nada peor que la santurronería de los reformados: sos exusuarios de redes
sociales que van por la vida contándote que desde que desinstalaron la app del
móvil son más felices. Yo no quiero dejar Twitter, del mismo modo que no quiero
dejar cualquier lugar que me hizo feliz. Pero una cosa está clara: Twitter hace
años era una fiesta divertidísima, hoy es una fiesta decadente
Tal y como habréis comprobado leyendo el titular de esta columna sigo llamando ‘Twitter’ a ‘X’ y este es uno de los factores por los que todavía no he cerrado mi cuenta: la poderosa nostalgia. Cuando entré en el año 2011, Twitter era una red social desbordante, con bastante prestigio social; el lugar perfecto para crear comunidades en línea en torno a intereses compartidos, comunidades que a menudo se trasladaban a la vida real. Yo misma tengo grandes amigos que conocí gracias a Twitter (alguno, de hecho, trabaja en este periódico).
Además de la nostalgia, seamos honestos, muchos de nosotros no dejamos
Twitter por una cuestión de ego. Hemos creado una base de usuarios gracias a
nuestras publicaciones; gente a la que le interesamos genuinamente, gente que
también nos interesa. ¿Por qué empezar desde cero en otra red social cuando ya
tenemos la hipoteca casi pagada en esta? Hay un tercer factor: la ausencia de
una alternativa seductora. Cuando Zuckerberg lanzó Threads dijo que sería un
lugar como Twitter, pero “gestionado con sensatez”. Lo cierto es que Threads
está gestionado con sensatez, sí, pero se convirtió casi inmediatamente en una
red poco interesante, repleta de influencers compartiendo sus rutinas de
gimnasio y sus consejos de belleza. Y luego está otro factor importante: la
resistencia. Como dice la periodista Carmela Ríos, quedarse en Twitter es ya
casi una cuestión de rebelión democrática.
Durante años, la extrema derecha intentó sin éxito crear una red social
propia por la que desplegar impunemente sus bulos, sus teorías conspirativas,
sus amenazas y su odio, sin las molestas moderaciones de contenido de las
grandes plataformas tecnológicas. Bueno, pues no les ha hecho falta seguir
creando: han conseguido hacerse con una red social existente, han conseguido
hacerse con Twitter. Por supuesto, no podrían haberlo logrado sin la ayuda de
su flamante director ejecutivo, Elon Musk, el todopoderoso narcisista que
promueve deliberadamente el extremismo mientras se erige adalid de la libertad
de expresión (concretamente, de la que a él le gusta).
Twitter es estos días un compendio de cuentas viejas, junto a nuevas
criptocuentas anónimas protegidas por verificaciones pagadas que esparcen odio
a conciencia. Muchos de esos trolls son hombres que se ponen fotos de mujeres
en sus perfiles, travistiendo su identidad en busca de rentabilidad. A un
usuario baboso de ultraderecha le resulta más fácil alabar el contenido de una
cuenta con la foto de una modelo de 20 años, que alabar a Juan Manuel, el señor
incel que tuitea barbaridades desde su sofá de Alcobendas.
Twitter tiene las horas contadas en Brasil porque el juez Alexandre de Moraes
ha ordenado que la actividad de la red social sea inmediatamente suspendida por
el “reiterado incumplimiento de órdenes judiciales”. Elon Musk tenía un plazo
de 24 horas para nombrar un representante legal de la plataforma en Brasil y no
lo hizo. ¿Irá a algún otro país después de Brasil? ¿Es hora de ir abandonando
la fiesta con o sin policía en la puerta, con o sin orden judicial mediante?
No hay nada peor que la santurronería de los reformados: ya sabéis, esos
exusuarios de redes sociales que van por la vida contándote que desde que
desinstalaron la app del móvil son más felices y sus pieles lucen más
lustrosas, como el iluminado que vuelve de vacaciones de La India. Yo no quiero
dejar Twitter, del mismo modo que no quiero dejar cualquier lugar que me hizo
feliz. Creo que sigue habiendo gente tremendamente interesante y estimulante en
esta red social, también entre los usuarios de derechas, por supuesto. Pero una
cosa está clara: Twitter hace años era una fiesta divertidísima, con opiniones
divergentes, aunque mínimamente respetuosas. Hoy es una fiesta decadente, con
la nevera casi vacía y con lemas fascistas colgados en el recibidor de la casa.
Una fiesta que a veces quieres abandonar, aunque por nostalgia, ego, interés o
resistencia, no consigues hacerlo.
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