LA PESTE DE LA
XENOFOBIA Y EL RACISMO
Javier Arocas
La peste de la xenofobia y el racismo
El Estado crea nacionalismos por
reacción inducida del estigma. La estrategia del dominante es siempre el
estigma, la exclusión, la criminalización del otro, el negro, el moro, el
xarnego, los pobres, la necesidad de un enemigo exterior
Por no empezar por el papa Bergoglio y sus cristianas palabras dirigidas a sus, tal vez, no tan devotos cristianos y feligreses sobre la inmigración; eso se lo dejo a los católicos. Por no seguir con las protestas de cristianos bien por la apertura a iniciativa del Arzobispado y cofradías de Sevilla de un centro de noche para personas sin techo, muchos de ellos inmigrantes. Por no detenerme en la miserable manera de enfrentarse que han encontrado las derechas más ultramontanas y las izquierdas más temerosas de las urnas para ganar adeptos y no educar a los hijos del chovinismo nacionalista y otras maneras de ignorancia e intolerancia sobre la inmigración. Por esas razones y ciertas otras, empezaré por Marco Tulio Cicerón.
Como la historia siempre se repite,
sobre todo protagonizada por los más miserables, mirémosla. Cicerón, el
gran pensador, orador y jurista romano, cuya familia original, en su
momento, también fue naturalizada romana, se vio envuelto en
la defensa en el Senado de los derechos ciudadanos de un
gaditano; a los enemigos de Julio César, hoy diríamos la
oposición, no se les ocurrió mejor estrategia política para atacarlo
que golpearlo en las espaldas de uno de sus amigos íntimos, un
extranjero al que conoció en la Bética, al que algunos años antes,
Pompeyo había concedido la ciudadanía romana. Su nombre era Lucio Cornelio Balbo. Este ciudadano se convertiría más
tarde en el primer cónsul –el copresidente de la República– de origen no
romano. De Gades. “Acoger gentes de fuera y tratarlas como iguales resulta
mucho más fortalecedor que debilitador para Roma”, sostuvo un
triunfante Cicerón en su alegato.
En una de sus intervenciones en otro
de tantos pleitos, Cicerón, refiriéndose a los poetas nacidos en Córdoba,
decía con ironía que su acento sonaba como seboso y extranjero.
¡Ay!, los Séneca, Lucano... Ni los emperadores se libraron de la xenofobia; los
rechazos fueron, no obstante, más ácidos antes de que
alcanzaran esas altas magistraturas, luego acabarían encantados con
su acento. En Vita Hadriani, se refiere que Adriano,
que entonces era solo cuestor, responsable o ministro de asuntos fiscales, tuvo
que soportar en una especie de comparecencia parlamentaria el
cachondeo senatorial por su manera de pronunciar el latín, agrestius
pronuntians risus esset.
Pierre Bourdieu se refiere con
insistencia a la peste de la glotofobia como arma de la xenofobia, el desprecio
a los acentos del inmigrante trabajador y débil, o no, pongamos a los
sicilianos Andrea Camilleri o Leonardo Sciascia como ejemplo
Adriano, como su predecesor Trajano, era
originario de la Bética, de Itálica; de madre gaditana, Adriano. Tanto el uno
como el otro, más Marco Aurelio, también de familia bética, fueron tres de los
Cinco Emperadores Buenos, los más importantes de la mejor época. Si
siguiéramos en el tiempo, con el rastro de las identidades, hay algo poco
conocido y curioso para la historiografía discontinua que decía Jorge Luis
Borges: se han encontrado documentos escritos en romance andalusí
atribuidos al cordobés Maimónides. Como cada día demuestran más evidencias,
la gente se entendía en este romance meriodional o latiniya y
sonaba diferente, aunque los ilustrados escribieran en las lenguas
viajeras de prestigio, árabe, hebreo, latín o griego. No consta cachondeo
con el sabio andalusí.
Pierre Bourdieu se refiere con
insistencia a la peste de la glotofobia como arma de la xenofobia, el desprecio
a los acentos del inmigrante trabajador y débil, o no, pongamos a los
sicilianos Andrea Camilleri o Leonardo Sciascia como ejemplo; para el
sociólogo francés, se trataba de una de las maneras más sutiles
de racismo, quizá porque él mismo la padeció por su condición de
hablante materno de occitano en el Bearne, de donde era originario, como
también la padecían –recuerda– los camareros vascofranceses en París. Decía
Bourdieu que el Estado produce un nacionalismo dominante y expulsa a los que no
forman parte de su paradigma, sea por motivos étnicos, económicos,
culturales, históricos, religiosos, lingüísticos… La otra cara es que
crea otro u otros nacionalismos por reacción inducida del estigma. La
estrategia del dominante es siempre el estigma, la exclusión, la
criminalización del otro, el negro, el moro, el xarnego, los pobres, la
necesidad de un enemigo exterior.
Balbo, gaditano, Trajano y Adriano,
hispalenses, Marco Aurelio, también de familia bética, Séneca y Lucano,
cordobeses, Columela, gaditano, todos béticos y muchos más, como de toda
la periferia de la República y el Imperio; sin estos emigrantes, sin
su cultura original, sus creencias, su acento, el tono de su piel, su
imaginación y lucidez política, científica, artística, literaria, su
aventura migratoria, la gran Roma hubiera sido otra cosa y si
permiten la relajación dialectal andaluza, con permiso del Senado, y con
ánimo expansivo, un mojón pinchao en un palo.
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