LA HERENCIA CORRUPTA DE LA
MONARQUÍA ESPAÑOLA
DIARIO RED
Fuente: Casa Real
Las recientes noticias que llegan de Abu Dabi nos recuerdan una vez más que
la monarquía es una institución diseñada para delinquir y que la verdadera
herencia a la que ninguno de ellos puede renunciar es a su corrupción
intrínseca
El día 14 de marzo de 2020, el periodista James Badcock publicaba en el diario británico The Telegraph que Felipe VI figuraba como beneficiario de la Fundación Lucum, con sede en Panamá y en la que Juan Carlos I guardaba casi 65 millones de euros que le había “regalado” el rey de Arabia Saudí. El día anterior, el 13 de marzo de 2020, y ante la peor pandemia del último siglo, con la perspectiva de cientos de miles de muertos en España, el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos anunciaba por primera vez en la democracia la aplicación del artículo 116.2 de la Constitución española y declaraba el estado de alarma. El día 15 de marzo de 2020, con el país en shock, con las calles de Madrid completamente vacías como si de una película apocalíptica se tratase, con la gente confinada y teniendo por su vida, Felipe VI decidía publicar un comunicado igualmente inédito en la historia de nuestro sistema político: el actual rey renunciaba a toda herencia de su padre y le retiraba la asignación de casi 200.000€ al año que Juan Carlos I todavía mantenía como rey Emérito a cargo de los Presupuestos Generales del Estado.
La
naturaleza puramente comunicativa de aquel acontecimiento quedaba clara por una
multitud de factores.
En primer
lugar, por la elección de la fecha.
Cualquier experto en comunicación sabe perfectamente que Felipe VI publicó
aquel comunicado en un día en el que su impacto potencial era mínimo en
términos relativos. Si lo hubiera hecho en un periodo ordinario, las
televisiones no habrían hablado de otra cosa durante semanas. Sin embargo, con
la perspectiva de la muerte por COVID-19 de cientos de miles de compatriotas y
con el país cerrado a cal y canto, era bastante evidente que el tema de
conversación iba a ser otro. Uno podría argumentar que el actual rey no conocía
los hechos hasta que no los vio publicados en The Telegraph y que, por lo
tanto, se limitó a responder lo más rápido posible en cuanto recibió la
noticia. No obstante, el propio Felipe VI se encargó de desmentir esta
posibilidad en el mismo comunicado, al explicar que conocía su
participación en Lucum al menos desde marzo de 2019 y que había puesto
esta información en manos de “las autoridades competentes”. Es decir,
que ocultó durante todo un año a la opinión pública española —y no renunció a
ninguna herencia— que era el beneficiario de casi 65 millones de euros
guardados en el paraíso fiscal de Panamá. Durante ese año de ocultación,
además, tuvieron lugar en España dos elecciones generales consecutivas a las
cuales se presentaron tanto partidos monárquicos como partidos republicanos.
Felipe VI
ocultó durante todo un año a la opinión pública española que era el
beneficiario de casi 65 millones de euros guardados en el paraíso fiscal de
Panamá
Si es
evidente que la fecha de publicación del comunicado fue elegida expresamente
para minimizar el daño reputacional, su carácter puramente comunicativo es
obvio también desde el punto y hora en que el artículo 991 del Código
Civil impide renunciar a ninguna herencia antes de que la persona haya muerto. Así,
Felipe VI en ningún caso estaba renunciando al dinero negro de su padre sino
meramente haciendo pública su voluntad de hacerlo en el futuro. Y eso sin
siquiera mencionar que la principal herencia que le ha dejado Juan
Carlos I a Felipe VI es la corona del reino de España, a la cual, por
supuesto, no ha renunciado.
Por
último, y aunque Felipe VI pueda cumplir en el futuro su promesa de no aceptar
ningún tipo de patrimonio de manos de su padre, al dinero opaco al que
no puede renunciar es al que ya se gastó. Como también reveló James Badcock
en The Telegraph, la luna de miel de Felipe y
Letizia en 2004 —cuando todavía eran príncipes de Asturias— costó medio millón
de dólares y fue financiada la mitad directamente por Juan Carlos I y la otra
mitad por uno de sus testaferros. Poco después del peor atentado terrorista
de la historia de España —el atentado Jihadista de Atocha—, los actuales reyes
se recorrieron en secreto los hoteles de lujo de medio planeta en un viaje
sufragado con dinero turbio. A menos que devuelva ese medio millón, Felipe VI
todavía tiene un debe bastante importante en lo que respecta a la herencia
corrupta de su padre.
La luna
de miel de Felipe y Letizia en 2004 —cuando todavía eran príncipes de Asturias—
costó medio millón de dólares y fue financiada la mitad directamente por Juan
Carlos I y la otra mitad por uno de sus testaferros
En el
último capítulo del blanqueamiento de capitales del botín real acumulado
durante casi cuatro décadas por el que, casi con toda seguridad, ha sido el
mayor ladrón de la historia de España, El Confidencial revelaba ayer que
Juan Carlos I ha decidido constituir una fundación en la dictadura teocrática
de Emiratos Árabes —a donde decidió fugarse poco después de saltar el escándalo
en 2020— para acumular todo el dinero que tiene distribuido en cuentas
y en inversiones en diferentes lugares del mundo y, finalmente, canalizarlo en
forma de herencia hacia sus hijas, las infantas Elena y Cristina. Por lo
visto, a pesar de que la primera está ganando 300.000€ al año —25.000€ al mes—
como directiva en la fundación Mapfre y la segunda está ganando 400.000€ al año
—33.000€ al mes, 1000€ al día— en su trabajo en la fundación Aga Khan en
Ginebra, parece que el emérito estaría preocupado por la situación económica en
la que quedarían las infantas después de su muerte y, por ello, habría decidido
constituir esta nueva fundación para asegurarse de que reciben todo lo que él
ha sabido acumular. El hecho de crear la fundación en Abu Dabi tiene el muy
poco patriótico motivo de aprovecharse de la reducida fiscalidad y la opacidad
jurídica de aquel país, ocultando definitivamente la procedencia del dinero
transferido y practicando la elusión fiscal como es costumbre de la familia.
De esta
manera, la indeterminada fortuna corrupta de Juan Carlos I se vuelve a acercar
a la jefatura del Estado de nuestro país, pues no debemos olvidar que, si
algo le pasase a las princesas Leonor y Sofía —nadie lo desea, pero hay una
previsión constitucional para tal eventualidad—, la infanta Elena se
convertiría en la nueva reina de España en tanto que tercera en la línea de
sucesión al trono. Este hecho, como todos los anteriores, como la
existencia del artículo 56.3 que ha convertido en impunes los delitos de Juan
Carlos I y podría hacer lo mismo con los delitos de sus descendientes, o como
la protección mediática y política que el sistema bipartidista ha brindado
siempre a los Borbones, nos recuerdan una vez más que la monarquía es una
institución diseñada para delinquir y que la verdadera herencia a la que
ninguno de ellos puede renunciar es a su corrupción intrínseca.
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