EL ASCENSO DE LA ULTRADERECHA EN
ALEMANIA (Y EN ESPAÑA)
DIARIO RED
Björn Höcke, líder de AfD en Turingia —Michael
Kremer / Zuma Press / ContactoPhoto
Es evidente que, por la vía de asumir una y otra vez las posiciones reaccionarias, lo que ha hecho Scholz —lejos de desactivarlas— es legitimarlas
Este domingo, han tenido lugar las elecciones regionales en los Länder de Turingia y Sajonia, y —tal como pronosticaban las encuestas— el ascenso de la ultraderecha de Alternative für Deutschland (AfD) ha sido espectacular, ganando las elecciones en el primero de ellos con un 33% del voto y quedándose en segundo lugar —apenas a unas décimas de la CDU— en el Land de Sajonia, con un 31%. Aunque estos dos territorios representan menos del 10% de la población de la República Federal de Alemania, el movimiento en el tablero político a causa de los resultados está siendo tectónico. Como es lógico, no solamente dentro de las fronteras de Alemania sino también en el conjunto del planeta, asistir a la primera victoria de un partido de extrema derecha en unas elecciones regionales desde el nazismo produce escalofríos que bajan por el centro de la espalda. Que un tipo como Björn Höcke, que ha sido condenado dos veces por utilizar el lema “Alles für Deutschland” (todo por Alemania) de las Sturmabtailung (SA) —las violentas milicias paramilitares del partido nazi, conocidas como “camisas pardas”—, haya sido el candidato más votado en un Land del país que, dirigido por Adolf Hitler, asesinó a más de 11 millones de personas en el Holocausto es algo que sin duda debe preocupar no solamente a cualquier persona de izquierdas, ni siquiera a cualquier demócrata, sino simplemente a todo aquel que rechace el odio y la violencia supremacista.
Como es
natural, estos resultados en Turingia y Sajonia han lanzado a la mayoría de los
analistas políticos una espiral que transita neuróticamente entre el horror, la
incredulidad y la búsqueda de explicaciones. ¿Cómo puede ser que algo
así haya ocurrido?, es la pregunta más repetida en los editoriales, las piezas
de análisis, las tertulias y los telediarios. Y aunque, en la mayoría
de las ocasiones, la pregunta se deja sin contestar o se arrojan ante ella
respuestas tentativas o ambiguas, en realidad no es tan difícil explicar qué es
lo que ha pasado.
El
trayecto que lleva a los fascismos al poder es bien conocido y es siempre muy
similar. Normalmente, se requiere la presencia de algún tipo de crisis
económica en la que los poderes oligárquicos están muy interesados en lanzar a
la clase trabajadora contra un enemigo equivocado para que así la mayoría
social no señale a las grandes fortunas y a los ejecutivos de las grandes
corporaciones como los verdaderos causantes de sus males. De esta
manera, la mayor parte de los medios de comunicación en poder de la oligarquía,
empiezan a emitir mensajes criminalizando a las clases más subalternas del
país: los pobres, los ‘okupas’, los inmigrantes. El esquema es
sencillo: si la culpa de tus problemas la tiene tu vecino senegalés, entonces
no la tiene el presidente del Deutsche Bank. Así, a través del enorme poder de
los cañones mediáticos mayoritarios, se va sembrando poco a poco un odio que,
tarde o temprano, es cosechado políticamente.
El
esquema es sencillo: si la culpa de tus problemas la tiene tu vecino senegalés,
entonces no la tiene el presidente del Deutsche Bank
Pero no
solamente esta operativa produce el florecimiento electoral de las fuerzas de
la ultraderecha; además, sirve como un eficaz mecanismo de
disciplinamiento de las fuerzas que son nominalmente progresistas pero
que tienen una columna vertebral ideológica y ética lo suficientemente débil
como para sucumbir a la presión mediática y aceptar una buena parte de los
planteamientos de los que supuestamente deberían ser sus adversarios. De esta
forma, el gobierno de Olaf Scholz —formado por el SPD (los “socialistas”), los
“verdes” y los “liberales” (algo así como el equivalente del extinto Ciudadanos
en España)— ha adoptado en los últimos años planteamientos y políticas
del campo político de la derecha y la extrema derecha. El “gobierno
semáforo” —como se lo denomina a veces, por incluir el rojo, el verde y el
amarillo— ha sobresalido en Europa por ser el que más contundentemente ha
apoyado a Israel en su genocidio en la Franja de Gaza o el que de forma más
decidida ha asumido el régimen de guerra derivado de la invasión rusa de
Ucrania así como el aumento desaforado del gasto armamentístico. Si a esto
añadimos que el ala “liberal” del gobierno ha conseguido imponer algunos
recortes sociales o la mano dura y el racismo institucional contra la
inmigración ilegal que ha adoptado el ejecutivo como respuesta al martilleo
mediático, es evidente que, por la vía de asumir una y otra vez las posiciones
reaccionarias, lo que ha hecho Scholz —lejos de desactivarlas— es legitimarlas.
Hay que ser muy inocente para pensar que la adopción de ideas de derechas y de
ultraderecha por parte de partidos nominalmente progresistas va a provocar un
descalabro de las opciones reaccionarias mediante un trasvase de votos de
aquellas al lado izquierdo del tablero. Lo que ocurre, como acabamos de
ver en Alemania y como es lógico, es que la derrota ideológica —la renuncia a
dar la batalla cultural— precede a la derrota electoral. Cuando los
partidos nominalmente progresistas, cediendo a la presión mediática, deciden
asumir las ideas de sus adversarios, el mensaje que están transmitiendo a sus
votantes y al conjunto de la ciudadanía es que lo que siempre habían defendido
era un error y que los que tienen razón son los otros.
Lo que
ocurre, como acabamos de ver en Alemania y como es lógico, es que la derrota
ideológica —la renuncia a dar la batalla cultural— precede a la derrota
electoral
Lamentablemente,
el progresismo —y no solamente el progresismo, también muchas veces la
izquierda— suelen caer de forma repetida en esta trampa. Eso es lo que ocurrió
con el gobierno de Alberto Fernández en Argentina y la posterior victoria de
Milei, eso es lo que está intentando hacer —ya veremos con qué nivel de éxito—
Kamala Harris cuando redobla su apoyo a Israel, rechaza prohibir el ‘fracking’,
anuncia mano dura contra la inmigración o dice que está dispuesta a meter a un
republicano en su futuro gabinete, eso es lo que le puede pasar a la izquierda
chilena si continúa la deriva del gobierno de Gabriel Boric y eso es también lo
que puede ocurrir en España si el gobierno de PSOE y Sumar no abandonan una
trayectoria que, en apenas un año, ya incluye un aumento histórico del gasto en
armamento, no hacer nada para frenar el genocidio en Gaza, intentar introducir
un recorte a las pensiones de los mayores de 52 por la puerta de atrás en un
Real Decreto-ley, entregar el poder judicial a la derecha e incluso —como ha
hecho Pedro Sánchez en los últimos días— mostrarse a favor de deportar a
cualquier persona que haya entrado en España de forma irregular. Si alguien
está pensando que plantear permanentemente este tipo de cosas que perfectamente
podrían defender Feijóo o Abascal sirve para transferir votantes de derechas al
lado progresista del tablero en vez de aumentar las perspectivas electorales de
los reaccionarios y meterlos poco a poco en la Moncloa, es que no ha entendido
nada. Como dice el refranero español, cuando veas las barbas de Alemania pelar,
pon las tuyas a remojar.
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