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lunes, 26 de agosto de 2024

MARX, EL RACISMO Y LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA: “FUCK FASCISM!”


MARX, EL RACISMO Y LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA: “FUCK FASCISM!”

La xenofobia no está solo en la brutal acción de las bandas de ultraderecha, está presente cada día en los CIEs, en las vallas, las redadas de la policía y las leyes de extranjería

JOSEFINA L. MARTÍNEZ

Manifestantes de ultraderecha durante los disturbios

de Liverpool. / RTVE

Una espantosa (contra) revuelta racista se vivió en varias localidades de Reino Unido a fines de julio. En Tamworth, un grupo de neonazis y ultras de fútbol atacó un hotel donde se alojaban refugiados, lo incendiaron y dejaron mensajes que decían: “England”, “Fuck Pakis” y “Get Out”. En otras ciudades, el blanco de la furia islamófoba fueron los negocios de la comunidad árabe, mezquitas y población migrante. Una semana después, en una respuesta contundente contra el racismo, masivas movilizaciones llenaron las calles de las principales ciudades del Reino Unido: “Fuck fascism!”.

Los bulos difundidos en redes sociales por la extrema derecha acerca de quién sería responsable de unos brutales asesinatos de niñas fueron el detonante más inmediato de los disturbios. Como en otras ocasiones, la extrema derecha atizó un combo de “pánicos morales” para generar odio contra las personas migrantes y racializadas. Todo tipo de relatos xenófobos que asocian a las comunidades musulmanas con el terrorismo, la violencia hacia las mujeres y la criminalidad. Teorías del “gran reemplazo” y mentiras acerca de grandes cantidades de dinero público que supuestamente se destina a centros de refugiados, en vez de a los servicios públicos, etc.

Richard Seymour señala en un artículo reciente publicado en New Left Review que este “carnaval de embriaguez racista” fue expresión de las emociones tóxicas del fracaso, la humillación y el declive, el “terror a la extinción blanca” que agita la ultraderecha. Unas derechas que ya no tendrían la ambición de la expansión colonial, como en el caso del fascismo en la entreguerra, sino que se atrincheran en “un estatismo-nación defensivo”, obsesionado con las fronteras. En afán polémico, Seymour señala que estas explosiones de racismo no estarían relacionadas con cuestiones materiales como la pobreza, la inflación o la degradación de las condiciones de vida (cuestiones del “pan y mantequilla”) sino con el temor de ciertos sectores a perder su “estatus étnico”. 

Por su parte, Anton Jäger le reprocha a Seymour que la palabra “austeridad” no aparezca en todo su artículo, cuando la mayoría de los disturbios tuvieron lugar en las regiones más golpeadas por los recortes de Cameron, con altos índices de pobreza. Y señala que “para entender la situación inflamable a la que se ha apuntado la extrema derecha pirómana, necesitamos menos psicología de masas y más economía política.”

El intercambio entre Seymour y Jäger es de lectura recomendada, ya que aporta muchos elementos para pensar la situación actual. También nos remite a una discusión que atraviesa a grandes sectores de la izquierda a nivel global ante el ascenso de las extremas derechas. Un debate que tiende a polarizarse entre quienes priorizan los motivos “económicos” o aquellos que se enfocan en los “culturales” como explicación de estos fenómenos aberrantes. A esta altura, con Trump preparándose para volver a la Casa Blanca, corrientes de extrema derecha creciendo en Europa (atención a las elecciones en Sajonia y Turingia en septiembre) y Milei en Argentina, esa falsa antinomia debería superarse.

Ahora bien, lo que se suele dejar fuera del análisis es el hecho de que la radicalización de las derechas se apoya también en el hecho de que los partidos del “extremo centro” asumen cada vez más sus políticas racistas y de militarización de las fronteras. Desde el pacto de migración y asilo votado por la UE, a los llamados del Gobierno español para una mayor intervención de la OTAN en su flanco sur, pasando por las leyes antiinmigración de Macron y las cárceles flotantes de Sunak. El racismo no está solo en la brutal acción de las bandas de ultraderecha, está presente cada día en los CIEs, en las vallas, las redadas de la policía y las leyes de extranjería. 

Marx y el racismo de los obreros ingleses

En sus escritos sobre Irlanda, Marx señalaba que el nacionalismo de los obreros ingleses significaba que estos habían asimilado su conciencia a la ideología de la clase dominante. En consecuencia, afirmaba que la hostilidad de los obreros ingleses hacia los irlandeses se transformaba en uno de los secretos de la dominación de la burguesía británica.

Así lo explicaba: “El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites de los Estados meridionales de Norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”.

Marx no separaba de forma mecánica las motivaciones “económicas”, “nacionales” o incluso “religiosas” que dan forma al racismo. Pero destacaba que este era fomentado y conservado artificialmente para dividir a la clase trabajadora y los sectores oprimidos. Por eso, la lucha contra el racismo y la lucha contra el colonialismo inglés debía ser asumida por toda la clase trabajadora, como un requisito para su propia emancipación. 

Mutatis mutandis, hoy el racismo es un veneno mortal que se propaga en muchas regiones obreras y populares, azuzado por nuevas derechas y amplificado a través de sus redes sociales y medios de comunicación afines. Sin duda, está planteada una enorme batalla cultural contra los sentidos comunes racistas y xenófobos, contra sus falsos relatos y sus valores individualistas y destructivos. Pero si no arraigamos esa disputa ideológica y política en la lucha por terminar con la miseria capitalista, que genera desasosiego, profundos malestares y resentimientos, no llegaremos muy lejos. 

La despedida de Ken Loach: “Fortaleza/Solidaridad/Resistencia”

Este verano vi la última película de Ken Loach: El viejo roble (2023). Quizás sea la última del cineasta inglés, quien a los 87 años nos deja una obra de gran sensibilidad dedicada a la clase obrera. Los hechos transcurren en una localidad en el noreste de Inglaterra que se ha transformado en un páramo después del cierre de las minas. Arranca en la actualidad, con la llegada al pueblo de un autobús con refugiados sirios, que se hospedarán en algunas viviendas semiabandonadas, cedidas para ese fin por el Gobierno. La primera interacción con los locales es bastante mala, cuando un grupo de jóvenes los recibe al grito de “Get Out!” [Fuera de Aquí!].

Múltiples prejuicios racistas se propagan en la localidad: que los refugiados se van a quedar con las casas, los empleos y las ayudas sociales, que “no se integran”, que agreden a las mujeres. Exmineros desempleados hace años, mujeres en empleos precarios, vecinos que tenían un negocio que ha cerrado, otros que aún lo mantienen a duras penas. Se siente el peso de la crisis, la inflación y el desamparo. Allí crece el resentimiento y el impacto de los discursos de la extrema derecha.

Sin embargo, no todos rechazan a los extranjeros. Hay muchos que empatizan y se conmueven por el sufrimiento de quienes dejaron todo atrás escapando de la guerra. La joven siria Yara se hace amiga de TJ Ballantyne, hijo de un luchador minero y dueño de un Pub: The Old Oak (El viejo roble). Juntos logran poner en pie un espacio cooperativo para el encuentro entre la nueva comunidad siria y los exmineros, trabajadoras y niños locales que a veces no tienen para comer dos veces al día. 

Algunas críticas a la película han planteado que es demasiado simplista o previsible. A mí no me lo pareció, o la verdad es que no me importó. Además de emocionar desde la primera hasta la última escena, interpela con enorme actualidad. La localidad donde transcurren los hechos está muy cerca de aquellos lugares donde hace unas semanas actuaron grupos ultra reaccionarios. Pero también de aquellos sitios donde unos días después miles se movilizaron masivamente para repudiarlo. Sobre el final de la película, varios de ellos levantan juntos un estandarte donde está escrito: “Fortaleza/Solidaridad/Resistencia”. Contra el racismo y la xenofobia, es posible recrear lazos de solidaridad y unidad de clase. Si esta es la última película de Ken Loach, se agradece que nos deje ese hilo rojo del cual tirar para hacer nacer la esperanza. 

 

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