‘EL CHAPO’ PUIGDEMONT
El expresidente de la Generalitat de
Catalunya, Carles
Puigdemont el 8 de agosto, en
Barcelona. -EP
Lo que le estamos haciendo reír a los
europeos no hay fondo next generation que lo pague. Somos la alegría del
continente. Siempre lo hemos sido. No hay cultura en Europa cuya obra
fundacional sea una novela nacida de la autoparodia, cual El Quijote, lo
cual explica muchas tradiciones e idiosincrasias que un lector nacido en
Shakespeare, Zola, Dante o Goethe no es capaz ni de atisbar. Los chistes de
ingleses, franceses y alemanes no se convierten en graciosos hasta que aparece
la conclusión del español (a veces también vale un gallego, sobre todo en el
humor inteligente).
A mí, eso de resultar tan divertido a nuestros socios continentales me llena de orgullo. Los europeos normales en general, como Úrsula von der Leyen, por poner un rubio ejemplo, resultan tan aburridos y austeros que se te quitan las ganas de ser feliz durante su gobernanza, por muchas armas que te compren para dispararle a Putin.
Anoche, en un bar de mi pueblo que se
llama La Jara y que es muy propenso a atender con exquisitez las casualidades
tabernarias, me encontré fortuitamente al músico Fernando Anguita,
contrabajista vitalicio del morticio Javier Krahe. Fue saludarnos, decir
Puigdemont y echarnos a reír.
-¡Pero qué bien hacemos el ridículo
internacional los españoles! –dijo no me acuerdo cuál de nosotros con gran
alarde patriótico, y eso que Anguita es asturiano y yo gallego, y los de Madrid
solo nos consideráis españoles para las revoluciones y los chistes. Pero los
periféricos, cuando se trata de reírnos de nosotros mismos (los españoles),
sacamos nuestra vena más castiza y no hay andaluz ni taxista madrileño que nos
supere en escarnio y autoflagelación carpetovetónica.
El PP, que cuando no gobierna pierde
mucho sentido del humor, dice que la fuga de Puigdemont es la vergüenza de
España. A estos mismos del PP no solo se les fugó Puignedmont, sino que en el
mismo día les puso en Catalunya 10.000 urnas y dos millones de votantes sin que
se enteraran, y eso que mandaron el barco de los piolines con 800 agentes de la
Policía Nacional y la Guardia Civil para que reprimieran el referéndum. Hasta
aquí todo fue muy españolísimamente divertido, pero luego vino la brutalidad
policial y la sinrazón jurídica, y a los europeos ya no les hicimos tanta
gracia. No sé por qué extraña razón, decenas de medios extranjeros recordaron
durante aquellos días el pasado y presente franquista de nuestras instituciones
democráticas.
Por eso se le agradece tanto a un
político como Carles Puigdemont que, a través del humor y del houdinista
escapismo, vuelva a hacer reír a Europa. Supongo que a cualquier persona con
dos dedos de frente no se le escapará el hecho de que Puigdemont ha aparecido y
se ha fugado porque nadie se empeñó en detenerle. Ni se fue en un maletero tras
el 1-O, ni ahora, rodeado por una multitud vestida igual, le colocaron un
sombrero de paja y lo subieron a una silla de ruedas con una mantita en las
rodillas y dos coletas canosas de octogenaria para burlar el cordón policial.
El Chapo Puigdemont se fugó
porque era necesario que no fuera detenido por nuestros jueces locos, y nuestro
prestigio internacional y comercial dependía de que esa fotografía nunca
existiera. Menos en caso de haber algún tipo de resistencia popular y que los mossos
piolines tuvieran que emplear la violencia contra el lindo gatito.
Ahora que el vodevil Puigdemont ha
terminado más feliz y divertidamente que el del 1-O, toca hacer política. Sobre
todo porque el bloque de gobernabilidad parlamentario puede ignorar con
displicente indiferencia los ridículos del PP, VOX y de sus jueces lisérgicos.
A Alberto Núñez Feijóo hasta se le ha desprendido una retina de tanto mirar
abismos. Si no hacemos mal las cosas, a lo mejor nos reímos un poco menos de
nosotros mismos y nos divertimos un poco más. Tampoco tiene que ser tan
traumático olvidar un poco a Goya e inspirarnos un tiempo en Forges, gensán.
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