LO QUE HAY QUE
AGUANTAR
MARTA NEBOT
Primer plano
del retrato de un hombre con semblante inquietante - Freepik.
Agosto
ya clarea en el calendario y en el mundo no pasa gran cosa: intentan abatir a
Trump, intentan archivar a Biden, Francia sigue sin Gobierno, Rusia sigue
invadiendo, Israel sigue matando civiles, la derecha y la ultraderecha
españolas se pelean por los niños migrantes y un par de ellos ahora son héroes
de la patria. En unos días empiezan los Juegos Olímpicos y vete tú a saber qué
otros héroes nos deparan. Y, en mitad de esta nada o de este todo, sigue
habiendo señoros con lo propio.
Fue hace unos días, a punto de entrar en una tertulia televisiva, cuando uno de los tertulianos, que se sienta muy del otro lado, decidió hablarme camino del plató, entre bambalinas:
–
¿Cómo estás? ¿Ya no te desmayas?
–¿Yo?
Yo no me he desmayado nunca.
–Sí,
el otro día; cuando te toqué las tetas.
–¿A
mí? Te estás confundiendo de tetas.
–¡Ah,
claro! Es que tocártelas despierta es mucho más difícil.
–Sí,
mucho más.
Zanjé
intentando parar lo que fuera que estaba pasando.
El
susodicho suele hacer bromas sexuales.
A mí hace tiempo que no me las hace porque ya sabe que no las río. De hecho,
fruto de nuestros enfrentamientos en directo y fuera, hacía bastante que sin
focos prácticamente no nos dirigíamos la palabra.
Entonces,
¿a qué venía ese cuento? No lo contó con tono guasón, ni con público que
justificara su presunta guasa.
Ya
me estaban poniendo el micrófono y yo sólo sabía que me sentía muy incómoda
recordando lo que ese señoro acababa de meter en mi cabeza.
La
tertulia empezó y quedé perdida en estas musarañas. Miraba al ordenador aunque
el regidor me pedía que le mirase a la cara.
Allí
me encontré dos mensajes que me ayudaron a entender lo que me pasaba. Una chica
nueva de producción y una maquilladora que venían detrás de nosotras hacia el
mismo plató habían escuchado la conversación y estaban flipando de la misma
manera.
De
diferentes formas me preguntaban cómo estaba y me comunicaban que no estaba
sola, que son testigos de su hazaña o lo que sea.
Las
preguntas desde entonces se me fueron amontonando siempre girando sobre ésta:
¿qué hago? ¿Qué se hace con esta mierda?
A
mitad de tertulia me sobrepuse, sobre todo después de digerir el apoyo de mis
compañeras y darme cuenta de que mis sensaciones no eran culpa mía: no eran
exageradas.
"La
broma" me pilla con casi cincuenta años y solo me costó la mitad de la
tertulia superarla. Si me pilla con veinte o con treinta o sin testigos o en un
día de mierda, tal vez me destroza la jornada.
No
voy a denunciarlo porque no creo que valga la pena, ni que los juzgados estén
para cosas como ésta, estando como están los juzgados y las cosas. He
decidido que no volveré a quedarme sola con semejante espécimen de la humanidad
y que esto me sirve para empatizar aún más con otras. Solo me voy a
permitir este artículo para reflexionar sobre tanto viejo verde, a la edad que
sea, sobre sus coartadas humorísticas, sobre el respeto a su libertad de
expresión que machaca la mía, sobre por qué no les vale con hacerles sus
gracias a los que se las rían, sobre cuántos pequeños episodios como éste
escenifican sin descanso el machismo estructural, el sistema que siguen negando
mientras lo sostienen y aborrecen la palabra que lo define (patriarcado);
ese castillo de desigualdad en el que vivimos, que quiero pensar que poco a
poco, muy a pesar de algunos, se sigue desmoronando.
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