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domingo, 21 de julio de 2024

EL CUARTO PODER AL SERVICIO DEL PRIMERO

 

EL CUARTO PODER AL SERVICIO

DEL PRIMERO

DAVID TORRES

Fotograma de la serie The Morning Show

La cantidad de presentadores de televisión que últimamente están triunfando como novelistas da una idea, no ya de lo bajo que está cayendo el arte de la novela, sino de lo alto que va volando el periodismo. Algunos hay, y algunas, que, según surgen del plasma y abren la boca, no se sabe si están dando una noticia o tomando notas para su próximo tocho. Cuánto echamos de menos a gente como Felipe Mellizo, por ejemplo, quien, además de saber escribir, advertía con sutileza cuándo estaba informando y cuándo estaba de coña. Con Vicente Vallés, en cambio, no es fácil adivinar si presenta un informativo o se larga un monólogo cómico a lo Buster Keaton, sin mover una ceja.

Tiempos hubo en que los reporteros se lanzaban a la calle a descubrir la verdad y a denunciar las miserias del mundo. En 1902, Jack London se disfrazó de vagabundo y se internó durante meses en los barrios pobres del East End para dar fe de del infierno en el que habitaba el proletariado londinense. Hoy no se puede leer Gente del abismo, el formidable reportaje de London, sin comprender a qué precio se forjaron las grandes fortunas del capitalismo y sin apretar los puños de rabia.

Más o menos por esos mismos años, un joven Azorín recorría Andalucía observando y anotando las condiciones infrahumanas en las que sobrevivían los labriegos y jornaleros de la época. Cuando el director de uno de los periódicos que le publicaban -no recuerdo ahora si fue El imparcialEl Globo o España- leyó en una de sus crónicas las cuentas que echaba Azorín junto a un pobre campesino, preguntándole cómo diablos hacía para dar de comer a su familia con cuatro reales, le dijo que se dejara de historias y que volviera a la redacción, que los lectores no querían saber esas cosas.

Más de un siglo después, el periodismo ha cambiado hasta el punto de edulcorar la maldición de ser pobre y de vivir como un paria. Para esta operación de cirugía estética suelen tirar de anglicismos, porque se ve que el idioma inglés le da mucho pisto a esto de pasarlas putas. Así hablan, por ejemplo, de treinteenagers para referirse a esos treintañeros que todavía tienen que vivir en la casa paterna ante la imposibilidad de afrontar una hipoteca, o bien de hacer coliving, en plan adolescente, compartiendo una vivienda junto a otros cuatro o cinco desgraciados. Hablan de workation refiriéndose a la práctica decimonónica de trabajar incluso en vacaciones por el miedo de quedarse sin curro en una época en que las empresas abusan de su personal hasta el límite y se pasan por el forro los derechos laborales.

Entre los últimos neologismos de mierda con que la prensa patria vende y maquilla la indigencia está el freeganism, que se traduce por rebuscar en la basura, a ver si hay suerte y uno encuentra restos de alimentos que poder echarse a la boca; y el staycation, que consiste en quedarse en casa durante las vacaciones, una desventura que el periódico en cuestión calificaba de "filosofía veraniega". Mi amigo Pablo Yuste me proponía workslavery (trabajar sin cobrar), health fasting (morir de enfermedades tratables sin poder acudir al médico) o water purging (beber agua no potable y acabar con una diarrea mortal), hábitos todos ellos corrientes en el Tercer Mundo y cada día más en el Primero. Lo más triste es que muchos de estos periodistas con vocación de restauradores de cadáveres escriben -o van a acabar escribiendo- de estas mierdas en primera persona.

 

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