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lunes, 29 de julio de 2024

BEGOÑO Y MARIANA

 

BEGOÑO Y MARIANA

ANÍBAL MALVAR

Manifestantes durante la llegada a los juzgados de Plaza Castilla

de Begoña Gómez. - Eduardo Parra / Europa Press

Una de las paradojas más llamativas que me he encontrado en la siempre paradójica existencia es la mala educación de la gente formada en las más altas esferas académicas, frente a los buenos modales que suelen vestir aquellos que apenas pudieron estudiar primaria porque de vez en cuando tenían que varear aceitunas con doce años, arrancar a mano patatas terroneras o pastorear ganado en horas lectivas.

Si entre el jornalero Diego Cañamero y el trajeado Rafael Hernando hubiera de elegir al preceptor de los hijos que no tengo, sin duda elegiría al chaval que con ocho años trabajaba desde su amanecer hasta la anochecida espantando pájaros de los campos de arroz de Isla Mayor, Sevilla. Supongo que habréis colegido que es Cañamero.

Desde el Pujol enano, habla castellano, hasta el actual Begoño no tiene coño podría colmar este modesto artículo de improperios, insultos, injurias, denuestos y otras lindezas de nuestra malhablada fascistería.

Quizá la palma del agravio se la lleve Irene Montero, cuyas rodillas presuntamente desgastadas para alcanzar el escaño fueron el cénit de la iniquidad y el nádir de la inteligencia. La gracieta no solo se escuchó en sede parlamentaria y en radios y teles, sino que también se publicó en un poema escrito por un magistrado en la revista de la asociación de jueces Francisco de Victoria, fachas hasta el pico del aguilucho.

 

A pesar de que hubo denuncia, el juez poeta Lorenzo Pérez San Francisco y la prestigiosa revista fueron absueltos. Y con el agravante de que el poemilla incurre en flagrante delito de difamación: Irene Montero seguía siendo la pareja de Pablo Iglesias. ¿Y si Irene Montero abre un día la revista de la Asociación de Jueces Francisco de Victoria, cual es su costumbre, y encuentra el maledicente sonetillo? No olvidéis que en lo hondo de cualquier lideresa se reprime una Othello. Podría pensar Irene en un áspid. O en una ponzoña o tósigo fatalmente apiolante para acabar con el infiel. ¿Cómo una mujer española, y de armas tomar, va a permanecer impasible ante una afrenta marital que le desvela, desde las más altas instancias del Estado, un juez, con lo ilustrísimos que son nuestros incólumes togados? ¿Cómo va una simple ministra a dudar de la palabra de un juez, y más si es español?

Ese ignominioso juez podría haber provocado un sangriento aquelarre entre Montero e Iglesias en plan La Guerra de los Roses, pero en morado. Y ya van sobraditos de disturbios los de Podemos para digerir una nueva escisión gore.

El caso es que salidas de tono de rancio baboseo sexual como las citadas no he escuchado jamás desde la izquierda. Y nunca han faltado motivos. Todos los periodistas ancianos hemos escuchado testimonios sobre las violentas aficiones prostibularias de cierto exministro franquista que después se subió, aunque poco ágilmente, al carro de la democracia. Y ahí permaneció muchos años, en carro oficial.

En la tierra de otro de esos caballeros, eran voz pópuli sus encuentros furtivos en un aparcamiento subterráneo frecuentado por otros furtivos de secretas inclinaciones homosexuales. Hubo quien intentó vender a periodistas testimonios de algunos de sus amantes (me incluyo). Ni el panfleto más suicida y descerebrado cayó en la tentación de insinuarlo jamás.

Tenemos más educación y debemos conservarla, aunque nos vayan en ello las ventas.

Uno de los ganchos para alimentar audiencia más miserables contra un político de derechas, precisamente viene de un periodista (sic) de derechas, Federico Jiménez Losantos, que gustaba de apodar a Mariano Rajoy como maricomplejines, sugiriendo cortedad de carácter y equívoca identidad sexual. Da asco recordarlo. Puede ser que no sea tanto el bulo como la mala educación lo que está crispando tanto el mundo. Uno empieza cometiendo un simple asesinato y acaba perdiendo los modales en la mesa, parafraseando al maestro.

 

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