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lunes, 24 de junio de 2024

DE GOBIERNOS DE COALICIÓN, FRENTES AMPLIOS Y UNIDAD: SEMBRAR FLORES O CORTARLAS


DE GOBIERNOS DE COALICIÓN, FRENTES AMPLIOS Y UNIDAD: SEMBRAR FLORES O CORTARLAS

JUAN CARLOS MONEDERO

 

Eduardo Parra / Europa Press

Nos visitan aprendices de carniceros y la izquierda, tuiteando

La visita del clown presidente Javier Milei a la clown presidenta Isabel Díaz Ayuso tenía que terminar con payasadas. De paso, debiera hacernos reflexionar sobre algo que la pelea interna en la izquierda ha hecho olvidar: si somos superiores moralmente a la derecha ¿estamos de verdad a la altura? Esto vale en términos generales y, más aún, en los casos de Milei y Ayuso, que son de lo más indecente que se sirve en populismo de extrema derecha. Uno, porque es un reverendo ignorante en cuando a las obligaciones de la jefatura de un Estado, a fuer de un demente que habla con su perro muerto, odia a las mujeres vivas, llora cuando le elogian y, sobre todo, está matando de hambre, enfermedad y desesperación a su país; la otra, porque en su pulso con Feijóo, le mete la motosierra a las instituciones concediendo medallas ilegales, dice estupideces todo el rato para que digamos todo el rato que dice estupideces y tiene más cruces en su revólver que un serial killer.



Digo que hemos olvidado nuestra superioridad moral porque la refriega interna que estamos viendo en las redes sociales consume las energías y abochorna tanto como las mentiras que vierten los medios de comunicación (hay demasiados periodistas azuzando al lince podemita). Los medios del lawfare medios del lawfare quedan aunque enmascaren sus diatribas con la elegancia de los focos, la viveza de los colores, la astucia de la prosa y la naturalidad de los presentadores. Que la izquierda se mate entre sí es historia repetida; que lo haga ahora, es especialmente irresponsable. Es tanta la ira que circula entre las fuerzas de la izquierda que, necesariamente, tiene que debilitar la respuesta a ejercicios de inmoralidad tan agudos como la entrega de una medalla ajena a la ley al presidente argentino. ¿O es que podrían estar juntos protestando contra Milei y Ayuso las mismas personas que están cuestionando la moralidad de los otros partidos de izquierda en las redes y los medios? Quién empezó da lo mismo. Podemos nunca destacó por el debate interno, los medios aprendieron que lo que más dolía era la división y Yolanda Díaz llegó con tanta facilidad a la Vicepresidenta del gobierno que creyó que podía ejecutar en la tapia de la Moncloa a los morados.

Algo de historia

De la izquierda tenemos noticia desde que las mayorías se negaron a que las minorías se apropiaran de sus bienes, sus tierras, sus creencias o sus cuerpos. Siempre hemos referenciado a Grecia como el lugar donde nace la democracia, aunque hoy sabemos que siempre algún tipo de consentimiento ha existido en los grupos humanos (algo evidente cuando éramos nómadas y la simple partida implicaba desanudar la ligazón con quien quisiera negar ese diálogo). Por eso la esclavitud era la alternativa a la desobediencia y por eso las sociedades estables articulan algún tipo de consentimiento.

La mayor moralidad de la izquierda viene de que siempre ha apostado por superar cualquier desigualdad. La influencia de Marx desde el siglo XIX -y la fuerza del trabajo como motor de la historia- ha hecho que cargáramos las tintas sobre las desigualdades de clase y olvidáramos las de raza (fue un recordatorio a Marx desde finales del siglo XIX por parte de Rosa Luxemburgo, Hilferding y Lenin) y las de género (que tuvo que esperar hasta el siglo XX para que, en personas como Pateman, Millet o Federici, la acumulación de género y la subordinación violenta de las mujeres entrara en la agenda). Es curioso que los "liberales" vengan encarcelando, torturando, matando o exiliando a los que se han negado a cualquier tipo de explotación. Curiosa manera esa de defender la libertad. Hayun cambio de época y los decenios de neoliberalismo han dinamitado los diques sociales. Por eso se celebran juntos Ayuso -con las 7.291 muertes inhumanas en las residencias en su criminal haber-, y Milei -que está recomendando a los argentinos que se mueran de una vez de hambre para que empiecen ellos mismos a buscar soluciones-.

Es ya evidente que el crecimiento sindical bebe principalmente de trabajadores y trabajadoras que se han acercado a ese mundo desde el ecologismo, la lucha antirracista o la defensa de los derechos LGTBI, lo que desmantela la crítica propia de la vieja izquierda de que la diversidad debilita la lucha por la superación del capitalismo y la defensa de los derechos del mundo del trabajo. Es al contrario. Es igualmente evidente que las sensibilidades de los diferentes intereses no siempre son compatibles, de manera que las razones para cooperar no pueden venir del refuerzo de la propia identidad, sino de la consciencia de que "juntos somos más". Eso no significa que nadie deba renunciar a su sensibilidad, su identidad, intereses y valores, sino que es conveniente tomar razón de que se irrumpe en la historia -se la cambia- cuando se tiene la fuerza suficiente para hacerlo. 

La unidad, que tanta falta hace y tantos enemigos tiene

Aznar aprendió del Frente Popular de 1936 y del fracaso de la CEDA que la unidad de la derecha era la garantía de quedarse siempre con el cortijo. Por el contrario, desde enfrente se está poniendo de moda discutir con un "hombre de paja" cuando se critica la unidad de la izquierda. Esto es, se suele presentar la unidad como un muñeco al que se le puede golpear principalmente porque se caricaturiza. Es un truco retórico antiguo que solo sirve para que los que quieren engañarse a sí mismos sigan con su cantinela y se crean sus propias mentiras. Tampoco es verdad que sea igual el Frente Popular francés y el Gobierno de coalición de España: allí está dentro la France Insoumise (que además es la impulsora) y aquí falta Podemos (que fue la que impulsó Unidas Podemos y luego Sumar, aunque ahora entre todos hayan expulsado de la unidad a los morados que la promovieron).

Los partidos, como su nombre indica, son fracciones, y su razón de ser está precisamente en representar intereses, valores, identidades y afectos, propios de algún grupo social concreto.  Casi todos los grandes partidos actuales en cualquier lugar del mundo son en verdad alianzas consolidadas de antiguos pequeños y grandes partidos que decidieron mancomunar su trabajo, principalmente electoral. Parece que se nos ha olvidado que acuerdas con los diferentes parecidos, porque si fueran iguales estarían contigo y si son muy diferentes no habría manera de encontrarse, salvo en casos extremos, como una invasión, donde fuerzas irreconciliables desde, por ejemplo, la clase, se ponen de acuerdo porque la amenaza y el riesgo son mayores.  

Desde que nació Podemos se viene hablando de esa unidad, y nunca significó disolución de las diferencias o la defensa de un partido único. Eso es, directamente, una estupidez que nadie está planteando. La idea de "nave nodriza" hacía referencia precisamente a la idea de un partido que fuera, al menos en los inicios, un primus inter pares para impulsar algún tipo de acuerdo. Sin un catalizador, no existe ese acuerdo. Igual que desempeñó Podemos ese papel en su día o lo ha hecho ahora la France Insoumise.  

Los frentes populares, los frentes amplios, las coaliciones electorales o como se quieran llamar, siempre son acuerdos electorales y de gobierno que mantienen la identidad de las diferentes fuerzas. Son una consecuencia necesaria de la evolución de los partidos de masas y la crisis de los partidos cartelizados (cuya máxima expresión es el bipartidismo). Y no nos engañemos: eso no existe hasta que los partidos sienten la necesidad de que así sea; y los partidos no suelen sentir la necesidad si sus militantes no se lo exigen. 

El espacio a la izquierda del PSOE que quede después de estos últimos años tendrá que hacer dos cosas: (1) las diferentes fuerzas deberán encontrarse a sí mismas y definirse (es lo que debe hacer Podemos y todos los demás, porque sin una identidad clara, las relaciones con los demás partidos van a ser acomplejadas y, por tanto, hostiles); y luego (2) sentarse a hablar, desde la autonomía y la soberanía, para evitar ir a un escenario como el italiano o el portugués, donde el fragmento haga inútil ese espacio, donde la gente de izquierda termine tirando la toalla y votando a los "socialistas" o se vaya enfadada a la abstención o a aventuras de incierto final (hay votantes de la izquierda que han terminado en la extrema derecha).  

Serán las bases de los partidos los que exijan ese diálogo o escojan ser cabecitas de ratón.  En la izquierda no deben interesar más las dirigencias y los partidos que los proyectos y los votantes (los partidos y sus dirigentes son instrumentos de algo más grande): militar en la izquierda es un gesto de madurez política que implica estar siempre a la altura del momento histórico. Un partido es un lugar complejo con identidades, amistades, proyectos personales, y también con intereses profesionales y económicos. Y, por supuesto, ideología. Pero no funciona ni como una empresa ni como un movimiento social y, menos, como una correa de transmisión de intereses particulares, sea ideológicos o del tipo que sean (recientemente Beppe Grillo quiso hacerlo con 5Estrellas y terminó hundiendo ese espacio).  

La izquierda está sometida a muchos riesgos. Por ejemplo, cuando una organización política se verticaliza y en la cúspide hay líderes egoístas o que viven en un mundo paralelo; cuando se hacen malos diagnósticos; cuando se priman las diferencias con otros partidos más que la propia identidad; cuando se olvidan de escuchar a las bases en los órganos propios de debate (no en las redes); cuando entran en el gobierno y se olvidan de las calles; cuando renuncian al diálogo entre las diferentes sensibilidades internas; cuando las expulsiones se convierten en una costumbre; cuando les da igual la sangría de votantes y militantes; cuando se convierten en un pequeño grupo de convencidos que insulta al que disiente; cuando las amistades se dejan de cuidar; o cuando devienen en una agencia de colocación (algo que ocurre con frecuencia cuando se limitan las fuerzas políticas a pequeños territorios). Cuando éstas -y otras cosas- ocurren, las formaciones políticas ya no son útiles al pueblo. La historia está llena de ejemplos.  

Por eso Sumar está hoy muerta y Yolanda Díaz en la nevera. Y por eso Podemos (por razones distintas y sin olvidar la voluntad del régimen del 78 de acabar con los morados) ha pasado de cinco millones de votos a 500.000.  Es imposible recuperar ese espacio si no vuelven los votantes y militantes que se alejaron. Pero no haciéndoles pasar por debajo del futbolín, como expresan llenos de ira en las redes los que han aguantado todos estos años los ataques inclementes de los medios y de los partidos con los que hay que sentarse a hablar. No todos los que se han alejado de Podemos lo han hecho con intereses espurios y ocultos, como hicieron en su día los que se fueron con trampas. No van a volver los que votaron en su día a Podemos -y esto es válido para todas las fuerzas de la izquierda- si no se abren procesos de debate interno.

Y en su ausencia, ese debate se da en las redes, que cada vez más -es el caso de X-, parecen un vertedero. Hay un par de cientos de  tuiteros -¿son todos militantes o habrá ahí troles de la derecha?- muy activos en las redes expresando una radical disconformidad con cualquier acercamiento a los partidos, militantes y votantes que maltrataron a Podemos. Razones no les faltan. Pero eso es renunciar a una parte sustancial de la política. Aún más cuando, desgraciadamente, ese debate se hace desde perfiles anónimos, lo que es contrario al debate dentro de la izquierda, que reclama transparencia. Esa gente que destila odio,  se ríe de los que piden autocrítica porque los demás no la hacen y se permite el lujo de llamar traidores y convalecientes a los que discrepan (aunque sean mayoría las cosas que comparten), parece preferir cocerse en su salsa -roja, morada, rosa o del color que sea- y que sus fuerzas se queden en porcentajes ridículos antes de acercarse a quienes ven, y no les faltan pruebas, como traidores o, cuando menos, desconsiderados.

¿Unidad para qué?

Basta ver la foto de la última unidad de la izquierda para ver con claridad lo difícil que va a ser impulsarla con esos mismos liderazgo. Por eso hay que insistir en el programa. La izquierda que quiera ser útil debe hacer políticas sociales, luchar contra la guerra, contra el cambio climático y las amenazas medioambientales, contra todas las desigualdades (raza, género, clase...) y dedique todos sus esfuerzos a pararle los pies al fascismo. No necesitamos partidos que funcionen como un grupo de soldados entre las filas enemigas, ni comisarios del pueblo con trazas de Torquemadas que ejecuten a los herejes.

La unidad de la izquierda, a ver si se entiende, no es la unidad de los partidos de izquierda. Va mucho más allá. Hacen falta también los movimientos sociales, los sindicatos, un aire de familia de cambio que hoy se disipa por las peleas internas. La izquierda siempre ha sido generosa. Y el mayor gesto de generosidad ahora mismo es estar dispuesto a hablar con las fuerzas políticas que, aunque hayan intentado acabar contigo, representan a una parte del voto de la izquierda. Incluso con el PSOE. Porque hablar con el PSOE no significa disolverse en el PSOE (error que cometió ayer Llamazares y hoy ha repetido Yolanda Díaz). Cuanto más se tarde, más voto se irá a la moderada socialdemocracia que volverá a esgrimir, con los Milei, Ayuso, Abascal y Alvise, el voto útil. Los frentes amplios no tienen que hacerse entre amigos, sino entre opciones que compartan objetivos. Y el primer objetivo es entender que hay un enorme espacio a la izquierda del PSOE (basta echar una ojeada a lo que ha pasado en México, donde Claudia Sheimbaum ha sacado 30 puntos de distancia a la derecha), que todas las fuerzas hacen falta y que nadie tiene derecho a imponerle nada a esas organizaciones con las que quiere llegar a acuerdos. 

 

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